Para quienes lo conocemos, o conocíamos, resulta
notoriamente paradójica la relación inversamente proporcional entre las pretensiones
que cifra en su obra y la estima que de ella, o de sí mismo, tiene. Hablo de
Martín Marzúa. Hombre capaz de proponerse la empresa de una Commedia que
superase la dantesca, con el mismo ánimo con que aseguraba, a los gritos y
revoleando unas hojas jeroglíficas, ser el prosista más torpe bajo el paralelo
32. Un acabadísimo ejemplo de esto, es esa desmesura conocida como Todos los
vientos de Ulises. Prodigo y hasta ahora inacabado volumen, en el que
Marzúa tenta dar tantas interpretaciones como sea posible sobre los episodios
de la Odisea. La curiosidad que nos depara dicha obra, es la casi absurda diversidad
de estilos, extensión, voces y estructuras de la que nos anoticia el censo de
textos. La intención de Marzúa, sin dudas, es crear con ellos un manso caos
para la dilución del autor: muchos autores y muchas épocas, casualmente unidos
por un exegeta incoherente y descuidado.
En los asados de amigos y los parroquianos del bar “La tortuguita” de
Mercedes y Tristán Narvaja, desvaríos como los versos obscenos Y Circe cambió
las sábanas o la comedia de enredos A la mesa con Polifemo, tuvieron
su popularidad. He aquí, a modo de ilustración, uno de esos textos,
ciertamente, no más meritorio que otros pero sí más breve: Odiseo y sus
sirenas.
“Odiseo zarpa
hacia Ítaca. El tramo final de su viaje. Circe le ha advertido de algunos
peligros. Como toda figura oracular, ha cifrado en metáforas sus promisiones.
Le ha hablado de bellas sirenas que atraen a los marinos con sus dulces cantos
y luego los devoran brutalmente. Ya están en su horizonte. Aunque se ata al
mástil para no sucumbir ante ellas, sabe que toda precaución es inútil: nadie
les escapa. Allí están. Sentir el cuerpo de la mujer que ama, ver al hijo que
dejó al partir a la guerra, ser uno entre los suyos. Las esperanzas. Las
sirenas son las esperanzas. Odiseo lo sabe. Lo teme. Las esperanzas. Cierra los
ojos, aprieta los parpados: estos quiebran una lágrima.” M. Marzúa.
D.C
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