Hará
cuestión de mes o mes y medio me ausenté del blog por motivos de
fuerza mayor. Esta ausencia de publicaciones me llevó a pensar de
manera pueril en los siguientes términos “Dado que me ausenté del
blog debería escribir sobre la ausencia”. Sin embargo, en ese
débil razonamiento se escondía algo más ominoso: la ausencia.
Ahora
no puedo dejar de pensar en ella. Si duermo sueño con las personas
ausentes: familiares muertos o lo suficientemente lejanos en el mundo
como para que dé lo mismo su condición ontológica, antiguas novias
a las que abandoné, antiguas novias que me han abandonado, aquellas
aves de paso que nunca fueron oficialmente advertidas del cese de los
galanteos y también las otras, las que fueron advertidas de la
manera más patente, con los amigos que no se encuentran hoy con
nosotros, en la mayoría de los casos por haberse rajado del modo más
elegante y, en fin, con todas las personas que no se encuentran
presentes ni en cuerpo ni en pensamiento ni en espíritu en nuestras
vidas por la mera causa de no haber formado nunca parte de la misma.
La
ausencia lo abarca todo. Por lo menos desde aquella semilla fatal de
proporciones gigantescas. Somos enanos parados en hombros de gigantes
y sin embargo, nos seguimos maravillando por las mismas cosas.
Después de todo, la ausencia es omnipresente. Para quien haya leido
la novela Cartas Marcadas esto
quizá no sea nuevo. La niebla que cubre el barrio de Flores también
es omnipresente, dentro de los límites del barrio del ángel más
lunfardo sobre el que se haya escrito nunca. Sin embargo, la niebla
da respiro durante el día y conduce a confusiones en las que aún
así se producen encuentros. La verdadera ausencia es el fin, el
desenlace de la trama es el fin de la historia y en ese mismo
momento, muere todo un cosmos.
La
Odisea no es más que un relato sobre una ausencia prolongada1.
En efecto, Odiseo se ausenta veinte años de su tálamo. Pero para él
se trata de una relación inversa. Después de sacudirse a Calipso
Odiseo lloraba por la ausente Penélope. No le bastaba con yacer con
una divinidad, la ausencia siempre supera a la presencia. Desde el
punto de vista de Telémaco lo mismo daba el retorno de un gran rey,
triunfador sobre pueblos lejanos, que el humilde retorno de un
miserable andrajoso. La ausencia del padre era insportable. Por lo
que nos es lícito saber, el vagabundo Odiseo nunca dejo la isla de
Calipso y a él le fueron atribuidas hazañas de heroes sin nombres,
de heroes ausentes de otras casas.
Todas
las historias son acerca de la ausencia. Creemos que con nuestras
palabras lleguamos a superarla, a describirla, a cercarla en un muro
de enunciados que den la ilusión de entenderla, de comprenderla, de
dominarla. Pero todo es un engaño. Y vuelve la niebla. La ausencia
es la muerte. Quien la comprende muere.
(A.M)
(A.M)
1Y
desde este punto de vista todo relato es una ausencia prolongada.
Cuando la ausencia se desvanece, al menos ilusoriamente, el relato
concluye dejándonos abandonados a nuestra suerte.
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