martes, 29 de mayo de 2012

(94) Odiseo y sus sirenas.


Para quienes lo conocemos, o conocíamos, resulta notoriamente paradójica la relación inversamente proporcional entre las pretensiones que cifra en su obra y la estima que de ella, o de sí mismo, tiene. Hablo de Martín Marzúa. Hombre capaz de proponerse la empresa de una Commedia que superase la dantesca, con el mismo ánimo con que aseguraba, a los gritos y revoleando unas hojas jeroglíficas, ser el prosista más torpe bajo el paralelo 32. Un acabadísimo ejemplo de esto, es esa desmesura conocida como Todos los vientos de Ulises. Prodigo y hasta ahora inacabado volumen, en el que Marzúa tenta dar tantas interpretaciones como sea posible sobre los episodios de la Odisea. La curiosidad que nos depara dicha obra, es la casi absurda diversidad de estilos, extensión, voces y estructuras de la que nos anoticia el censo de textos. La intención de Marzúa, sin dudas, es crear con ellos un manso caos para la dilución del autor: muchos autores y muchas épocas, casualmente unidos por un exegeta incoherente y descuidado.  En los asados de amigos y los parroquianos del bar “La tortuguita” de Mercedes y Tristán Narvaja, desvaríos como los versos obscenos Y Circe cambió las sábanas o la comedia de enredos A la mesa con Polifemo, tuvieron su popularidad. He aquí, a modo de ilustración, uno de esos textos, ciertamente, no más meritorio que otros pero sí más breve: Odiseo y sus sirenas.
  
   “Odiseo zarpa hacia Ítaca. El tramo final de su viaje. Circe le ha advertido de algunos peligros. Como toda figura oracular, ha cifrado en metáforas sus promisiones. Le ha hablado de bellas sirenas que atraen a los marinos con sus dulces cantos y luego los devoran brutalmente. Ya están en su horizonte. Aunque se ata al mástil para no sucumbir ante ellas, sabe que toda precaución es inútil: nadie les escapa. Allí están. Sentir el cuerpo de la mujer que ama, ver al hijo que dejó al partir a la guerra, ser uno entre los suyos. Las esperanzas. Las sirenas son las esperanzas. Odiseo lo sabe. Lo teme. Las esperanzas. Cierra los ojos, aprieta los parpados: estos quiebran una lágrima.” M. Marzúa.

D.C

domingo, 20 de mayo de 2012

(93) Alejandro Dolina. Algunos apuntes sobre el amor.


He de confesar que me fastidia cuando, en virtud de su actividad radial, se relega el complejo perfil artístico e intelectual de Dolina, en favor de cierta imagen de pintoresco profeta popular. Por eso, no con ese tenor, sino con el de quien conociendo su obra literaria y musical, se permite disfrutar asimismo de estos estupendos raptos de lucidez, en que expone sobre aquel tema príncipe de todos los temas, el amor, me presto a recomendar estos pasajes de “La venganza será terrible”. ¡Salú!



jueves, 10 de mayo de 2012

(92). Más conocido como Caloi.

Homenaje a Caloi. ¿Qué más decir?.





Con la asombrosa (al menos para mi) declaración del Negro Dolina del origen de la frase "Todo lo que hacen los hombres lo hacen para enamorar mujeres". 

martes, 8 de mayo de 2012

(91) Ruben Darío. A Roosevelt.

A Roosvelt.


Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, 
que habría que llegar hasta ti, Cazador! 
Primitivo y moderno, sencillo y complicado, 
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. 
Eres los Estados Unidos, 
eres el futuro invasor 
de la América ingenua que tiene sangre indígena, 
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. 

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; 
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy. 
Y domando caballos, o asesinando tigres, 
eres un Alejandro-Nabucodonosor. 
(Eres un profesor de energía, 
como dicen los locos de hoy.) 
Crees que la vida es incendio, 
que el progreso es erupción; 
en donde pones la bala 
el porvenir pones. 
                                      No. 

Los Estados Unidos son potentes y grandes. 
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor 
que pasa por las vértebras enormes de los Andes. 
Si clamáis, se oye como el rugir del león. 
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras». 
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol 
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos. 
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; 
y alumbrando el camino de la fácil conquista, 
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. 

Mas la América nuestra, que tenía poetas 
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, 
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, 
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; 
que consultó los astros, que conoció la Atlántida, 
cuyo nombre nos llega resonando en Platón, 
que desde los remotos momentos de su vida 
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, 
la América del gran Moctezuma, del Inca, 
la América fragante de Cristóbal Colón, 
la América católica, la América española, 
la América en que dijo el noble Guatemoc: 
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América 
que tiembla de huracanes y que vive de Amor, 
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. 
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. 
Tened cuidado. ¡Vive la América española! 
Hay mil cachorros sueltos del León Español. 
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, 
el Riflero terrible y el fuerte Cazador, 
para poder tenernos en vuestras férreas garras. 

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!