domingo, 28 de agosto de 2011

(59) Por ejemplo. Buenos Muchachos.

Un clásico de la música nacional (y con nacional me refiero a uruguaya), de Fernando Cabrera, en versión despiadada de una de las mejores bandas de rock del país: los Buenos Muchachos. Por cierto, los Buenos preparan nuevo disco y se presentarán en el Teatro de Verano el próximo 10 de septiembre.



  

martes, 23 de agosto de 2011

(58) Shutter Island y el viejo buen hábito del sentido.

   De rápida, somera y acaso indiferente deglución por la crítica, Shutter Island merece algo así como una relectura (con perdón de la metáfora).
   Si bien mi intención es ahondar en ciertos conceptos que trasuntan la película, no puedo no hacer mención a algunas felicidades artísticas. Hay un barroquismo, un exceso, en los colores y en expresiones de la realidad que acercan a la narración, ya desde lo formal, al ámbito del sueño y la imaginación. Así, la niebla que cerca al barco antes de su arribo al puerto, tan espesa que no permite ver nada fuera de él y que es apenas si el preámbulo del ambiente opresivo de todo el film (y que podría recordarnos a la escena en que la oscuridad se engulle la nave del protagonista en “La línea de sombra” de Conrad). Así, la tormenta que se desata poco después que Edward Daniels (personaje de Di Caprio) llega a la isla.       
La niebla y la nave.

   Otro merito artístico, es el mencionado sentimiento de opresión: estar encerrado en algo de lo cual no se puede salir, de límites difusos y que parecen lindar con la piel o la propia alma, que no es la isla, ni las instalaciones, ni las celdas, sino, como se advierte con el final, un estado mental, una contradicción vital, un absurdo.  
   Ahora cabe explayarse en las ideas que nos esperan en los pliegues de la trama. Por lo tanto, aquellos que no hayan visto la película, tengan pretensión de verla y consideren en mucho el valor de la sorpresa como efecto del arte, limítense a clickear en la “x” que se encuentra en el ángulo superior derecho de su monitor y huyan lo más rápido posible de la sala. Ya sólo con los que la han visto, o aquellos a los que poco les importa la andanada de revelaciones que se vienen en esta nota, comenzaré por decir que el protagonista estaba loco. Y lo digo, sólo para poder poner en entredicho semejante afirmación.  
   El agente Edward Daniels llega a la isla, que tiene por toda instalación a una cárcel para dementes que han cometido delitos graves, junto con su nuevo compañero, Chuck Aule, a resolver la misteriosa desaparición de una paciente, Rachel Solando, internada allí acusada de ahogar a sus tres hijos. A Daniels lo aquejan hasta el delirio sus memorias: la liberación de un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, y la muerte de su esposa en un incendio intencional. Rápidamente, comienza a dudar de cuanto ve en la isla, y en especial, del director del servicio psiquiátrico, John Cawley. Una feroz tormenta le impide partir de la isla, entonces, decide investigar más. Se entrevista con otros pacientes; unos de ellos, le dice que tiene que escapar de allí, y se altera cuando escucha el nombre de Andrew Laeddis. Laeddis era el hombre que había incendiado el apartamento de Daniels, y ocasionado la muerte de su esposa. El agente admite que aceptó el caso sólo para acercase a Laeddis. Lo busca. Tras perderse entre los pabellones, tiene un perturbador encuentro con él, reja de por medio. Sigue su exploración por la isla. En una cueva cercana a la costa, una doctora que allí se oculta lo convence que en el establecimiento se ensaya con la mente humana. El lugar clave es el faro. Hacía allí va. No encuentra nada; sólo a Cawley, que se presta a explicarle la situación: todo era una ficción, una puesta en escena. El bluff no era caprichoso, seguía punto a punto su propio delirio, para, al verlo en la realidad, hacerlo consciente de la misma, permitirle emerger al mundo desde las sombras de su mente. Él es Andrew Laeddis. Él es un paciente de la institución. Él está allí porque asesinó a su esposa, tras encontrar que ella había ahogado a sus tres hijos en un lago. Había ganado y perdido la noción de ello, y este era el último intento para lograr una cura sin llegar a la lobotomía, que acabaría con sus recuerdos.
Daniels/Laeddis delirando con su esposa muerta. 

   Ahora, formulemos como una interrogación lo que antes fue un aserto, ¿el protagonista estaba loco? Deliraba, claro está, pero la estructura de su delirio era exquisitamente racional, simbólicamente perfecta. No era capaz de asumirse como el hombre que mató a su esposa, así que se inventó un alias, Edward Daniels, formado con las exactas letras de su nombre, y dejó su propio nombre para el asesino. A su vez, le da a Laeddis una herramienta homicida diferente a la original: en su ficción, no mata a su esposa con un revolver, sino a partir de un incendio. El fuego, metáfora de la purificación, para expiar a su esposa del crimen de sus hijos, ese crimen que atribuye a una tercera, cuyo nombre, Rachel Solando, también es un anagrama, en este caso, del de su esposa: Dolores Chanal. Busca a esa mujer, la que mató a sus hijos, porque no puede reconocer en ella a su esposa. Su locura es asombrosamente razonable.
  Convengamos que una madre que ahoga a sus hijos, o un hombre que mata a su esposa (más allá de cualquier chiste machista al que le insto abstenerse), son actos absurdos, renegados de sentido. Y es de ello, de sentido, que los dota la fantasía elaborada por el protagonista. Los estructura, los hace símbolos de expiación o justificación, los atribuye a personajes coherentes con dichos procederes, les impone la analogía comprensiva. Como ejemplo de esto último, la insistencia de su imaginación en el fusilamiento, en que acaso participó, de los oficiales alemanes tras la liberación del campo de concentración, insistencia auspiciada por la necesidad de afirmar el principio, que no conscientemente quería aplicar a su esposa y con ello justificar su propio crimen, que el mal debe ser castigado.
   Entonces, ante la realidad absurda, el discurso creador de sentido de Daniels, ¿es el discurso de un loco? ¿En que punto se instituye el discurso de la locura? Ciertamente que si estriba en el sentido, en este caso la realidad queda del lado del mostrador que amerita ser medicado. Podríamos establecer, temerarios, que es el discurso que no se ajusta a lo real. Y no pocos problemas nos traería esto. Primero, lidiar con un concepto tan indeterminado como “la realidad”, sometido a diferentes concepciones e interpretaciones, caprichoso a los sentidos y la razón. Por lo demás, lo real concreto desligado de todo sentido y (al menos pretensión de) verdad, en nada tiene que ver con la racionalidad; al contrario, acaso sea una presunción de demencia. Dar cuenta de la mera existencia, ser una maquinaria biológica…  
   Hemos dicho que el dictamen correcto sobre la existencia o no de algo de la realidad, no basta para hablar de racionalidad. Hemos dicho que cierta necesidad de sentido parece reclamarse. Ahora, ¿que formas debe adoptar ese sentido? El final de la película puede iluminarnos. Tras ese último intento de sanación, nuestro protagonista parece curado. Sin embargo, al día siguiente, cuando su medico, que en la elaborada ficción obraba de nuevo compañero del agente Daniels, se acerca y entabla conversación, los signos del delirios vuelven a recorrer sus palabras. Pero sus últimas, justo antes de ser trasladado a la lobotomía y las sombras permanentes, son extremadamente perturbadoras: ¿qué es peor: vivir como un monstruo, o morir como un buen hombre?". Y allí está el elemento que nos faltaba: la consciencia. El discurso del sentido debe articularse y desdoblarse en el metadiscurso de la consciencia. Algo así como en el arte: saber que eso es una ficción. Conocer la realidad y que es absurda, pero rebelarse en busca de un sentido.
   La consciencia. Ese punto de lucidez que le permitió a Laeddis elegir, al fin, entre el hombre y el monstruo. El punto de la razón.             

(D.C) 

miércoles, 17 de agosto de 2011

(57) En buen ora çinxiestes espada

El episodio de Burgos es uno de los momentos más líricos de todo el cantar primero del Poema del Mio Cid, al menos en mi humilde opinión. Hay una fuerza emocional, una sencillez cándida, una elegancia en el verso, que lo han hecho por todos recordado. Hoy quisieramos compartir dos visiones, la del Cantar del Mio Cid y la de Manuel Machado, que habría de recrear este episodio varios siglos después, conservando aún el mismo candor, cambiando solo el momento diacrónico de la lengua. 


Cantar del Mio Cid (serie cuarta)


Conbidarle íen de grado mas ninguno non osava;
el rrey don Alfonsso tanto avíe la grand sanna,
antes de la noche en Burgos dél entró su carta
con grand rrecabdo & fuertemientre sellada,
que a Mío Çid Ruy Díaz que nadi no l’ diessen posada,
e aquel que ge la diesse sopiesse vera palabra
que perderíe los averes & más los ojos de la cara
e aun demás los cuerpos & las almas.
Grande duelo avíen las yentes christianas;
ascóndense de Mío Çid ca no l’ osan dezir nada.
El Campeador adelinnó a su posada;
así commo legó a la puerta falóla bien çerrada
por miedo del rrey Alfonsso que assí lo avíen parado
que si non la quebrantas’ por fuerça que non ge la abriese nadi.
Los de Mío Çid a altas vozes laman,
los de dentro non les queríen tornar palabra.
Aguijó Mío Çid, a la puerta se legava,
sacó el pie del estribera, una ferida l’ dava.
Non se abre la puerta ca bien era çerrada.
Una ninna de nuef annos a ojo se parava:
«¡Ya Campeador, en buen ora çinxiestes espada!
El rrey lo ha vedado, anoch dél entró su carta
con grant rrecabdo & fuertemientre sellada.
Non vos osaríemos abrir nin coger por nada;
si non, perderíemos los averes & las casas
& demás los ojos de las caras.
Çid, en el nuestro mal vos non ganades nada;
mas ¡el Criador vos vala con todas sus vertudes sanctas!»
Esto la ninna dixo & tornos’ pora su casa.
Ya lo vee el Çid que del rrey non avíe graçia.
Partios’ de la puerta, por Burgos aguijava,
lego a Sancta María, luego descavalga,
fincó los innojos, de coraçón rrogava.
La oraçión fecha luego cavalgava;
salió por la puerta & en Arlançón passava.
Cabo essa villa en la glera posava,
fincava la tienda & luego descavalgava.
Mío Çid Ruy Díaz el que en buen ora çinxó espada
posó en la glera quando no l’ coge nadi en casa,
derredor dél una buena conpanna.
Assí posó Mío Çid commo si fuesse en montanna.
Vedada l’an compra dentro en Burgos la casa
de todas cosas quantas son de vianda;
non le osaríen vender al menos dinarada.



(Anónimo)


Castilla.

A Manuel Reina. Gran poeta


El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.


El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.


Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!


A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.


«¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El Cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».


Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»


El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.

(Manuel Machado)



jueves, 11 de agosto de 2011

(56) Alma venturosa.

De las muchas formas de sentir, de las muchas formas de reconocerse enamorado, esta, sutilmente triste, de alma discreta; esta, la del primer cuarteto de "Alma venturosa" de Lugones. En comparación con esos simples, conmovedores y poéticos versos, el resto del poema es sólo una formalidad para completar la estructura del poema. 


Al promediar la tarde de aquel día, 
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería.

Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía...
Con tu rubor me iluminó al hablarte,
y al separarnos te pusiste aparte
del grupo, amedrentada todavía.

Fue silencio y temblor nuestra sorpresa;
mas ya la plenitud de la promesa
nos infundía un júbilo tan blando,

que nuentros labios susiraron quedos...
y tu alma estremecía  en tus dedos
como si se estuviera deshojando.

"Alma venturosa". Leopoldo Lugones. 

domingo, 7 de agosto de 2011

(55) Status quo, la muerte y las historias interminables.

 Se la ha denominado de muchas formas, pero de forma sencilla, podemos decir que se trata de la angustia de la muerte. El tener conciencia de nuestra propia muerte, se ha dicho, es lo que nos hace buscar la inmortalidad. A través de la historia la hemos buscado de diversas formas. Los héroes griegos la buscaban realizando proezas que mantuvieran vivos sus nombres tras haber ya partido al Hádes y no ser más que míseras sombras. La Edad Media con su cristianismo original insistía en que este mundo solo es una prueba para ganar otro mejor. Los vikingos tenían su Valhalla en Asgard. Los chinos un emperador inmortal.
Claramente no nos gusta que las cosas se terminen. Que algo llegue a su final nos recuerda el otro, el impostergable beso de la muerte (robado a más de uno con toda seguridad). Así pues, no conozco ninguna sensación peor que el final de una buena historia. Cuando leí la implacable rotulación que enunciaba “Por ende...” al final de La Historia Interminable me sentí vilmente engañado. ¿Se trataba acaso de una ironía por parte del autor?. En tal caso era de muy mal gusto. Pero lo cierto es que todas las historias terminan (o cuando menos todas las historias tienen un fin que permiten el comienzo de otras). Todas las historias menos un tipo particular de historia: la del comic. Hablo de los grandes comics a largo plazo, de aquellos que hacen a la industria del comic y que presentan a personajes tan emblemáticos como Spiderman, Superman, Batman, Iron Man, Captain America, FF (Fantastic four y Future Foundations), Green Lantern, etc.
Estos personajes se niegan a morir de forma obstinada y reiterativa. Lo que resulta cómico cuando uno considera cuantas veces se nos dice que cualquiera de ellos daría la vida por el prójimo. El problema reside, no en una cobardía tácita por parte de los superhéroes, si no en la aficción de las editoriales por hacer notar sus posturas más capitalistas. Si Spiderman muere, toda una franquicia que genera enormes ganancias muere con él. Mejor que siga vivo no solo él, si no practicamente todos los elementos que componían la historia en sus inicios1. De esta manera se aseguran que el status quo de una buena historia permanezca relativamente invariable y que la misma pueda seguir siendo utilizada de manera recurrente con fines lucrativos. Si, ya que estamos con Spiderman, alguien mira la lista de publicaciones de historias del joven Peter Parker entenderá mejor lo que digo.
En resumidas cuentas, los editores de comics no terminan aquellos comics que les dan plata. Y estas son las únicas historias que no acaban. Claro está, la historia se mueve en los denominados “arcos” que vendrían a ser como un conjunto de pequeñas historias que dan forma a un episodio que afecta la historia general. Claro está, como la historia general es afectada por el más común de todos los males, esto es, su fin, el hecho de que estos arcos verdaderamente avancen algo es altamente cuestionable.
¿Cómo puede avanzar aquello que no avanza hacia su fin?. La lluvia se precipita sobre la tierra, los arroyos hacia los ríos, los ríos hacia la mar que es el morir, la vida avanza sin perder tiempo hacia la muerte. La muerte es el fin de todo, la muerte es la única que no avanza. A menos, que la ironía, verdadera diosa de este mundo, tenga decidido matar a la misma dama blanca o negra ker permitiéndonos a todos una vida similar a la de los héroes de los comics. Eso si, cabría preguntar le a generaciones de inmortales emperadores chinos si han quedado como aquel que refiere Borges. Después de todo, la vida eterna no asegura la juventud eterna, a menos, claro está, que sea parte del status quo de un comic.

(A.M)

1De ahí las sucesivas muertes y retornos a la vida de su tía, una anciana que por apariencia ronda los 90 años de edad y que acompaña al héroe desde el inicio de sus aventuras allá por el 1962.   

martes, 2 de agosto de 2011

(54) Lo fatal


Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber a dónde vamos,
ni de dónde venimos!...

Ruben Darío