lunes, 31 de octubre de 2011

(68) "Liebesleid" (penas de amor) de Fritz Kreisler, por David Oistrakh.


La triste y maravillosa composición de Kreisler, Liebesleid (penas de amor), compuesta para su opereta Sisi, sobre la infortunada emperatriz austriaca, en la interpretación del violinista ruso David Oistrakh (aquel que tocaba para las tropas en el frente de batalla oriental durante la Segunda Guerra Mundial). 
Favor de conmoverse. Muchas gracias. 

jueves, 27 de octubre de 2011

(67) Auto cuarto de la Tragicomedia de Calisto y Melibea


El "auto quarto" de la Tragicomedia de Calisto y Melibea representa la primera entrada de la Celestina (como de hecho es más conocida la obra) en la casa de Melibea. Siempre he admirado la astucia de la "vieja puta" en disfrazar sus palabras. Se trata, en última instancia, de quien vive de su oficio de hilar palabras (además de hilar virgos y confeccionar cosméticos y pociones). En todo caso, es una escena maravillosa que hoy compartimos con los lectores. 





ARGUMENTO DEL QUARTO AUTO: Celestina, andando por el camino, habla consigo misma fasta llegar a la puerta de Pleberio, onde halló a Lucrecia, criada de Pleberio. Pónese con ella en razones. Sentidas por Alisa, madre de Melibea e sabido que es Celestina, fázela entrar en casa. Viene vn mensajero a llamar a Alisa. Vase. Queda Celestina en casa con Melibea e le descubre la causa de su venida.


LUCRECIA, CELESTINA, ALISA, MELIBEA.


CELESTINA.- Agora, que voy sola, quiero mirar bien lo que Sempronio ha temido deste mi camino. Porque aquellas cosas, que bien no son pensadas, avnque algunas vezes ayan buen fin, comúnmente crían desuariados efetos. Assí que la mucha especulación nunca carece de buen fruto. Que, avnque yo he dissimulado con él, podría ser que, si me sintiessen en estos passos de parte de Melibea, que no pagasse con pena, que menor fuesse que la vida, o muy amenguada quedasse, quando matar no me quisiessen, manteándome o açotándome cruelmente. Pues amargas cient monedas serían estas. ¡Ay cuytada de mí! ¡En qué lazo me he metido! Que por me mostrar solícita e esforçada pongo mi persona al tablero! ¿Qué faré, cuytada, mezquina de mí, que ni el salir afuera es prouechoso ni la perseuerancia carece de peligro? ¿Pues yré o tornarme he? ¡O dubdosa a dura perplexidad! ¡No sé qual escoja por más sano! ¡En el osar, manifiesto peligro; en la couardía, denostada, perdida! ¿A donde yrá el buey que no are? Cada camino descubre sus dañosos e hondos arrancos. Si con el furto soy tomada, nunca de muerta o encoroçada falto, a bien librar. Si no voy, ¿qué dirá Sempronio? Que todas estas eran mis fuerças, saber e esfuerço, ardid e ofrecimiento, astucia e solicitud. E su amo Calisto ¿qué dirá?, ¿qué hará?, ¿qué pensará; sino que ay nueuo engaño en mis pisadas e que yo he descubierto la celada, por hauer más prouecho desta otra parte, como sofística preuaricadora? O si no se le ofrece pensamiento tan odioso, dará bozes como loco. Dirame en mi cara denuestos rabiosos. Proporná mill inconuenientes, que mi deliberación presta le puso, diziendo: Tú, puta vieja, ¿por qué acrescentaste mis pasiones con tus promessas? Alcahueta falsa, para todo el mundo tienes pies, para mí lengua; para todos obra, para mí palabra; para todos remedio, para mí pena; para todos esfuerço, para mí te faltó; para todos luz, para mí tiniebla. Pues, vieja traydora, ¿por qué te me ofreciste? Que tu ofrecimiento me puso esperança; la esperança dilató mi muerte, sostuuo mi viuir, púsome título de hombre alegre. Pues no hauiendo efeto, ni tu carecerás de pena ni yo de triste desesperación. ¡Pues triste yo! ¡Mal acá, mal acullá: pena en ambas partes! Quando a los estremos falta el medio, arrimarse el hombre al más sano, es discreción. Mas quiero offender a Pleberio, que enojar a Calisto. Yr quiero. Que mayor es la vergüença de quedar por couarde, que la pena, cumpliendo como osada lo que prometí, pus jamás al esfuerço desayudó la fortuna. Ya veo su puerta. En mayores afrentas me he visto. ¡Esfuerça, esfuerça, Celestina! ¡No desmayes! Que nunca faltan rogadores para mitigar las penas. Todos los agüeros se adereçan fauorables o yo no sé nada desta arte. Quatro hombres, que he topado, a los tres llaman Juanes e los dos son cornudos. La primera palabra, que oy por la calle, fue de achaque de amores. Nunca he tropeçado como otras vezes. Las piedras parece que se apartan e me fazen lugar que passe. Ni me estoruan las haldas ni siento cansancio en andar. Todos me saludan. Ni perro me ha ladrado ni aue negra he visto, tordo ni cueruo ni otras noturnas. E lo mejor de todo es que veo a Lucrecia a la puerta de Melibea. Prima es de Elicia: no me será contraria.
LUCRECIA.- ¿Quién es esta vieja, que viene haldeando?
CELESTINA.- Paz sea en esta casa.
LUCRECIA.- Celestina, madre, seas bienvenida. ¿Qual Dios te traxo por estos barrios no acostumbrados?
CELESTINA.- Hija, mi amor, desseo de todos vosotros, traerte encomiendas de Elicia e avn ver a tus señoras, vieja e moça. Que después, que me mudé al otro barrio, no han sido de mi visitadas.
LUCRECIA.- ¿A eso solo saliste de tu casa? Marauíllome de ti, que no es essa tu costumbre ni sueles dar passo sin prouecho.
CELESTINA.- ¿Más prouecho quieres, boua, que complir hombre sus desseos? E también, como a las viejas nunca nos fallecen necessidades, mayormente a mí, que tengo de mantener hijas agenas, ando a vender vn poco de hilado.
LUCRECIA.- ¡Algo es lo que yo digo! En mi seso estoy, que nunca metes aguja sin sacar reja. Pero mi señora la vieja vrdió vna tela: tiene necessidad dello e tu de venderlo. Entra e espera aquí, que no os desauenirés.
ALISA.- ¿Con quien hablas, Lucrecia?
LUCRECIA.- Señora, con aquella vieja de la cuchillada479, que solía viuir en las tenerías, a la cuesta del río.
ALISA.- Agora la conozco menos. Si tú me das entender lo incógnito por lo menos conocido, es coger agua en cesto.
LUCRECIA.- ¡Jesú, señora!, más conoscida es esta vieja que la ruda. No sé como no tienes memoria de la que empicotaron por hechizera, que vendía las moças a los abades e descasaua mill casados.
ALISA.- ¿Qué oficio tiene?, quiça por aquí la conoceré mejor.
LUCRECIA.- Señora, perfuma tocas, haze solimán e otros treynta officios. Conoce mucho en yeruas, cura niños e avn algunos la llaman la vieja lapidaria.
ALISA.- Todo esso dicho no me la da a conocer; dime su nombre, si le sabes.
LUCRECIA.- ¿Si le sé, señora? No ay niño ni viejo en toda la cibdad, que no le sepa: ¿hauíale yo de ignorar?
ALISA.- ¿Pues por qué no le dizes?
LUCRECIA.- ¡He vergüença!
ALISA.- Anda, boua, dile. No me indignes con tu tardança.
LUCRECIA.- Celestina, hablando con reuerencia, es su nombre.
ALISA.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy! ¡Mala landre te mate, si de risa puedo estar, viendo el desamor que deues de tener a essa vieja, que su nombre has vergüença nombrar! Ya me voy recordando della. ¡Vna buena pieça! No me digas más. Algo me verná a pedir. Di que suba.
LUCRECIA.- Sube, tía.
CELESTINA.- Señora buena, la gracia de Dios sea contigo e con la noble hija. Mis passiones e enfermedades han impedido mi visitar tu casa, como era razón; mas Dios conoce mis limpias entrañas, mi verdadero amor, que la distancia de las moradas no despega el querer de los coraçones. Assí que lo que mucho desseé, la necessidad me lo ha hecho complir. Con mis fortunas aduersas otras, me sobreuino mengua de dinero. No supe mejor remedio que vender vn poco de hilado, que para vnas toquillas tenía allegado. Supe de tu criada que tenías dello necessidad. Avnque pobre e no de la merced de Dios, veslo aquí, si dello e de mí te quieres seruir.
ALISA.- Vezina honrrada, tu razón e ofrecimiento me mueuen a compassión e tanto, que quisiera cierto mas hallarme en tiempo de poder complir tu falta, que menguar tu tela. Lo dicho te agradezco. Si el hilado es tal, serte ha bien pagado.
CELESTINA.- ¿Tal, señora? Tal sea mi vida e mi vejez e la de quien parte quisiere de mi jura. Delgado como el polo de la cabeça, ygual, rezio como cuerdas de vihuela, blanco como el copo de la nieue, hilado todo por estos pulgares, aspado e adreçado. Veslo aquí en madexitas. Tres monedas me dauan ayer por la onça, assí goze desta alma pecadora.
ALISA.- Hija Melibea, quédese esta muger honrrada contigo, que ya me parece que es tarde para yr a visitar a mi hermana, su muger de Cremes, que desde ayer no la he visto, e también que viene su paje a llamarme, que se les arrezió desde vn rato acá el mal.
CELESTINA.- (Aparte.) Por aquí anda el diablo aparejando oportunidad, arreziando el mal a la otra. ¡Ea!, buen amigo, ¡tener rezio! Agora es mi tiempo o nunca. No la dexes, lléuamela de aquí a quien digo.
ALISA.- ¿Qué dizes, amiga?
CELESTINA.- Señora, que maldito sea el diablo e mi pecado, porque en tal tiempo houo de crescer el mal de tu hermana, que no haurá para nuestro negocio oportunidad. ¿E qué mal es el suyo?
ALISA.- Dolor de costado e tal que, según del moço supe que quedaua, temo no sea mortal. Ruega tú, vezina, por amor mío, en tus deuociones por su salud a Dios.
CELESTINA.- Yo te prometo, señora, en yendo de aquí, me vaya por essos monesterios, donde tengo frayles deuotos míos, e les dé el mismo cargo, que tú me das. E demás desto, ante que me desayune, dé quatro bueltas a mis cuentas.
ALISA.- Pues, Melibea, contenta a la vezina en todo lo que razón fuere darle por el hilado. E tú, madre, perdóname, que otro día se verná en que más nos veamos.
CELESTINA.- Señora, el perdón sobraría donde el yerro falta. De Dios seas perdonada, que buena compañía me queda. Dios la dexe gozar su noble juuentud e florida mocedad, que es el tiempo en que más plazeres e mayores deleytes se alcançarán. Que, a la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de renzillas, congoxa continua, llaga incurable, manzilla de lo passado, pena de lo presente, cuydado triste de lo por venir, vezina de la muerte, choça sin rama, que se llueue por cada parte, cayado de mimbre, que con poca carga se doblega.
MELIBEA.- ¿Por qué dizes, madre, tanto mal de lo que todo el mundo con tanta eficacia gozar e ver dessean?
CELESTINA.- Dessean harto mal para sí, dessean harto trabajo. Dessean llegar allá, porque llegando viuen e el viuir es dulce e viuiendo enuejescen. Assí que el niño dessea ser moço e el moço viejo e el viejo, más; avnque con dolor. Todo por viuir. Porque como dizen, biua la gallina con su pepita. Pero ¿quién te podría contar señora, sus daños, sus inconvenientes, sus fatigas, sus cuydados, sus enfermedades, su frío, su calor, su descontentamiento, su renzilla, su pesadumbre, aquel arrugar de cara, aquel mudar de cabellos su primera e fresca color, aquel poco oyr, aquel debilitado ver, puestos los ojos a la sombra, aquel hundimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel carecer de fuerça, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Pues ¡ay, ay, señora!, si lo dicho viene acompañado de pobreza, allí verás callar todos los otros trabajos, quando sobra la gana e falta la prouisión; ¡que jamás sentí peor ahíto, que de hambre!
MELIBEA.- Bien conozco que dize cada uno de la feria, segund le va en ella: assí que otra canción cantarán los ricos.
CELESTINA.- Señora, hija, a cada cabo ay tres leguas de mal quebranto. A los ricos se les va la bienaventurança, la gloria e descanso por otros alvañares de asechanças, que no se parescen, ladrillados por encima con lisonjas. Aquel es rico que está bien con Dios. Más segura cosa es ser menospreciado que temido. Mejor sueño duerme el pobre, que no el que tiene de guardar con solicitud lo que con trabajo ganó e con dolor ha de dexar. Mi amigo no será simulado e el del rico sí. Yo soy querida por mi persona; el rico por su hazienda. Nunca oye verdad, todos le hablan lisonjas a sabor de su paladar, todos le han embidia. Apenas hallarás vn rico, que no confiese que le sería mejor estar en mediano estado o en honesta pobreza. Las riquezas no hazen rico, mas ocupado; no hazen señor, mas mayordomo. Mas son los posseydos de las riquezas que no los que las posseen. A muchos traxo la muerte, a todos quita el plazer e a las buenas costumbres ninguna cosa es más contraria. ¿No oyste dezir: dormieron su sueño los varones de las riquezas e ninguna cosa hallaron en sus manos? Cada rico tiene vna dozena de hijos e nietos, que no rezan otra oración, no otra petición; sino rogar a Dios que le saque d'en medio dellos; no veen la hora que tener a él so la tierra e lo suyo entre sus manos e darle a poca costa su morada para siempre.
MELIBEA.- Madre, pues que assí es, gran pena ternás por la edad que perdiste. ¿Querrías boluer a la primera?
CELESTINA.- Loco es, señora, el caminante que, enojado del trabajo del día, quisiesse boluer de comienço la jornada para tornar otra vez aquel lugar. Que todas aquellas cosas, cuya possessión no es agradable, más vale poseellas, que esperallas. Porque más cerca está el fin d'ellas, quanto más andado del comienço. No ay cosa más dulce ni graciosa al muy cansado que el mesón. Assí que, avnque la moçedad sea alegre; el verdadero viejo no la dessea. Porque el que de razón e seso carece, quasi otra cosa no ama, sino lo que perdió.
MELIBEA.- Siquiera por viuir más, es bueno dessear lo que digo.
CELESTINA.- Tan presto, señora, se va el cordero como el carnero. Niguno es tan viejo, que no pueda viuir vn año ni tan moço, que oy no pudiesse morir. Assí que en esto poca avantaja nos leuays.
MELIBEA.- Espantada me tienes con lo que has hablado. Indicio me dan tus razones que te aya visto otro tiempo. Dime, madre, ¿eres tú Celestina, la que solía morar a las tenerías, cabe el río?
CELESTINA.- Hasta que Dios quiera.
MELIBEA.- Vieja te has parado. Bien dizen que los días no se van en balde. Assí goze de mí, no te conociera, sino por essa señaleja de la cara. Figúraseme que eras hermosa. Otra pareces, muy mudada estás.
LUCRECIA.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy! ¡Mudada está el diablo! ¡Hermosa era con aquel su Dios os salue, que trauiessa la media cara!
MELIBEA.- ¿Qué hablas, loca? ¿Qué es lo que dizes? ¿De qué te ríes?
LUCRECIA.- De cómo no conoscías a la madre en tan poco tiempo en la filosomía de la cara.
MELIBEA.- No es tan poco tiempo dos años; e más que la tiene arrugada.
CELESTINA.- Señora, ten tú el tiempo que no ande; terné yo mi forma, que no se mude. ¿No has leydo que dizen: verná el día que en el espejo no te conozcas? Pero también yo encanecí temprano e parezco de doblada edad. Que assí goze desta alma pecadora e tu desse cuerpo gracioso, que de quatro hijas, que parió mi madre, yo fue la menor. Mira cómo no soy vieja, como me juzgan.
MELIBEA.- Celestina, amiga, yo he holgado mucho en verte e conocerte. También hasme dado plazer con tus razones. Toma tu dinero e vete con Dios, que me paresce que no deues hauer comido.
CELESTINA.- ¡O angélica ymagen! ¡O perla preciosa, e como te lo dizes! Gozo me toma en verte fablar. ¿E no sabes que por la diuina boca fue dicho contra aquel infernal tentador, que no de solo pan viuiremos? Pues assí es, que no el solo comer mantiene. Mayormente a mí, que me suelo estar vno e dos días negociando encomiendas agenas ayuna, saluo hazer por los buenos, morir por ellos. Esto tuue siempre, querer más trabajar siruiendo a otros, que holgar contentando a mí. Pues, si tú me das licencia, direte la necessitada causa de mi venida, que es otra que la que fasta agora as oydo e tal, que todos perderíamos en me tornar en balde sin que la sepas.
MELIBEA.- Di, madre, todas tus necessidades, que, si yo las pudiere remediar, de muy buen grado lo haré por el passado conoscimiento e vezindad, que pone obligación a los buenos.
CELESTINA.- ¿Mías, señora? Antes agenas, como tengo dicho; que las mías de mi puerta adentro me las passo, sin que las sienta la tierra, comiendo quando puedo, beuiendo quando lo tengo. Que con mi pobreza jamás me faltó, a Dios gracias, vna blanca para pan e vn quarto para vino, después que embiudé; que antes no tenía yo cuydado de lo buscar, que sobrado estaua vn cuero en mi casa e vno lleno e otro vazío. Jamás me acosté sin comer vna tostada en vino e dos dozenas de soruos, por amor de la madre, tras cada sopa. Agora, como todo cuelga de mí, en vn jarrillo malpegado me lo traen, que no cabe dos açumbres. Seys vezes al día tengo de salir por mi pecado, con mis canas acuestas, a le henchir a la tauerna. Mas no muera yo muerte, hasta que me vea con vn cuero o tinagica de mis puertas adentro. Que en mi ánima no ay otra prouisión, que como dizen: pan e vino anda camino, que no moço garrido. Assí que donde no ay varón, todo bien fallesce: con mal está el huso, quando la barua no anda de suso. Ha venido esto, señora, por lo que dezía de las agenas necessidades e no mías.
MELIBEA.- Pide lo que querrás, sea para quien fuere.
CELESTINA.- ¡Donzella graciosa e de alto linaje!, tu suaue fabla e alegre gesto, junto con el aparejo de liberalidad, que muestras con esta pobre vieja, me dan osadía a te lo dezir. Yo dexo vn enfermo a la muerte, que con sola una palabra de tu noble boca salida, que le lleue metida en mi seno, tiene por fe que sanará, según la mucha deuoción tiene en tu gentileza.
MELIBEA.- Vieja honrrada, no te entiendo, si mas no declaras tu demanda. Por vna parte me alteras e prouocas a enojo; por otra me mueues a compasión. No te sabría boluer respuesta conueniente, según lo poco, que he sentido de tu habla. Que yo soy dichosa, si de mi palabra ay necessidad para salud de algún cristiano. Porque hazer beneficio es semejar a Dios, e el que le da le recibe, quando a persona digna dél le haze. E demás desto, dizen que el que puede sanar al que padece, no lo faziendo, le mata. Assí que no cesses tu petición por empacho ni temor.
CELESTINA.- El temor perdí mirando, señora, tu beldad. Que no puedo creer que en balde pintasse Dios vnos gestos más perfetos que otros, más dotados de gracias, más hermosas faciones; sino para fazerlos almazén de virtudes, de misericordia, de compassión, ministros de sus mercedes e dádiuas, como a ti. E pues como todos seamos humanos, nascidos para morir, sea cierto que no se puede dezir nacido el que para sí solo nasció. Porque sería semejante a los brutos animales, en los quales avn ay algunos piadosos, como se dize del vnicornio, que se humilla a qualquiera donzella. El perro con todo su ímpetu e braueza, quando viene a morder, si se echan en el suelo, no haze mal: esto de piedad. ¿Pues las aues? Ninguna cosa el gallo come, que no participe e llame las gallinas a comer dello. El pelicano rompe el pecho por dar a sus hijos a comer de sus entrañas. Las cigüeñas mantienen otro tanto tiempo a sus padres viejos en el nido, quanto ellos les dieron ceuo siendo pollitos. Pues tal conoscimiento dio la natura a los animales e aues, ¿por qué los hombres hauemos de ser mas crueles? ¿Por qué no daremos parte de nuestras gracias e personas a los próximos, mayormente, quando están embueltos en secretas enfermedades e tales que, donde está la melezina, salió la causa de la enfermedad?
MELIBEA.- Por Dios, sin más dilatar, me digas quién es esse doliente, que de mal tan perplexo se siente, que su passión e remedio salen de vna misma fuente.
CELESTINA.- Bien ternás, señora, noticia en esta cibdad de vn cauallero mancebo, gentilhombre de clara sangre, que llaman Calisto.
MELIBEA.- ¡Ya, ya, ya! Buena vieja, no me digas más, no pases adelante. ¿Esse es el doliente por quien has fecho tantas premissas en tu demanda? ¿Por quien has venido a buscar la muerte para ti? ¿Por quien has dado tan dañosos passos, desuergonçada barvuda? ¿Qué siente esse perdido, que con tanta passión vienes? De locura será su mal. ¿Qué te parece? ¡Si me fallaras sin sospecha desse loco, con qué palabras me entrauas! No se dize en vano que el más empezible miembro del mal hombre o muger es la lengua. ¡Quemada seas, alcahueta falsa, hechizera, enemiga de onestad, causadora de secretos yerros! ¡Jesú, Jesú! ¡Quítamela, Lucrecia, de delante, que me fino, que no me ha dexado gota de sangre en el cuerpo! Bien se lo mereçe esto e más, quien a estas tales da oydos. Por cierto, si no mirasse a mi honestidad e por no publicar su osadía desse atreuido, yo te fiziera, maluada, que tu razón e vida acabaran en vn tiempo.
CELESTINA.- (Aparte.) ¡En hora mala acá vine, si me falta mi conjuro! ¡Ea pues!: bien sé a quien digo. ¡Ce, hermano, que se va todo a perder!
MELIBEA.- ¿Avn hablas entre dientes delante mí, para acrecentar mi enojo e doblar tu pena? ¿Querrías condenar mi onestidad por dar vida a vn loco? ¿Dexar a mí triste por alegrar a él e lleuar tú el prouecho de mi perdición, el galardón de mí yerro? ¿Perderé destruyr la casa e la honrra de mi padre por ganar la de vna vieja maldita como tú? ¿Piensas que no tengo sentidas tus pisadas e entendido tu dañado mensaje? Pues yo te certifico que las albricias, que de aquí saques, no sean sino estoruarte de más ofender a Dios, dando fin a tus días. Respóndeme, traydora, ¿cómo osaste tanto fazer?
CELESTINA.- Tu temor, señora, tiene ocupada mi desculpa. Mi inocencia me da osadía, tu presencia me turba en verla yrada e lo que más siento e me pena es recibir enojo sin razón ninguna. Por Dios, señora, que me dexes concluyr mi dicho, que ni él quedará culpado ni yo condenada. E verás cómo es todo más seruicio de Dios, que passos deshonestos; más para dar salud al enfermo, que para dañar la fama al médico. Si pensara, señora, que tan de ligero hauías de conjecturar de lo passado nocibles sospechas, no bastara tu licencia para me dar osadía a hablar en cosa, que a Calisto ni a otro hombre tocasse.
MELIBEA.- ¡Jesú! No oyga yo mentar más esse loco, saltaparedes, fantasma de noche, luengo como cigüeña, figura de paramento malpintado; si no, aquí me caeré muerta. ¡Este es el que el otro día me vido, e començó a desuariar comigo en razones, haziendo mucho del galán! Dirasle, buena vieja, que, si pensó que ya era todo suyo e quedaua por él el campo, porque holgué más de consentir sus necedades, que castigar su yerro, quise más dexarle por loco, que publicar su grande atreuimiento. Pues auísale que se aparte deste propósito e serle ha sano; sino, podrá ser que no aya comprado tan cara, habla en su vida. Pues sabe que no es vencido, sino el que se cree serlo, e yo quedé bien segura e él vfano. De los locos es estimar a todos los otros de su calidad. E tú tórnate con su mesma razón; que respuesta de mí otra no haurás ni la esperes. Que por demás es ruego a quien no puede hauer misericordia. E da gracias a Dios, pues tan libre vas desta feria. Bien me hauían dicho quien tu eras e auisado de tus propriedades, avnque agora no te conocía.
CELESTINA.- (Aparte.) ¡Más fuerte estaua Troya e avn otras más brauas he yo amansado! Ninguna tempestad mucho dura.
MELIBEA.- ¿Qué dizes, enemiga? Fabla, que te pueda oyr. ¿Tienes desculpa alguna para satisfazer mi enojo e escusar tu yerro e osadía?
CELESTINA.- Mientras viuiere tu yra, más dañará mi descargo. Que estás muy rigurosa e no me marauillo: que la sangre nueua poca calor ha menester para heruir.
MELIBEA.- ¿Poca calor? ¿Poco lo puedes llamar, pues quedaste tú viua e yo quexosa sobre tan gran atreuimiento? ¿Qué palabra podías tú querer para esse tal hombre, que a mí bien me estuuiesse? Responde, pues dizes que no has concluydo: ¡quiça pagarás lo passado!
CELESTINA.- Vna oración, señora, que le dixeron que sabías de sancta Polonia para el dolor de las muelas. Assí mismo tu cordón, que es fama que ha tocado todas las reliquias, que ay en Roma e Jerusalem. Aquel cauallero, que dixe, pena e muere dellas. Esta fue mi venida. Pero, pues en mi dicha estaua tu ayrada respuesta, padézcase él su dolor, en pago de buscar tan desdichada mensajera. Que, pues en tu mucha virtud me faltó piedad, también me faltará agua, si a la mar me embiara. Pero ya sabes que el deleyte de la vengança dura vn momento y el de la misericordia para siempre.
MELIBEA.- Si esso querías, ¿por qué luego no me lo espresaste? ¿Por qué me lo dixiste en tan pocas palabras?
CELESTINA.- Señora, porque mi limpio motiuo me hizo creer que, avnque en menos lo propusiera, no se hauía de sospechar mal. Que, si faltó el deuido preámbulo, fue porque la verdad no es necessario abundar de muchas colores. Compassión de su dolor, confiança de tu magnificencia ahogaron en mi boca al principio la espresión de la causa. E pues conosces, señora, que el dolor turba, la turbación desmanda e altera la lengua, la qual hauía de estar siempre atada con el seso, ¡por Dios!, que no me culpes. E si el otro yerro ha fecho, no redunde en mi daño, pues no tengo otra culpa, sino ser mensajera del culpado. No quiebre la soga por lo más delgado. No seas la telaraña, que no muestra su fuerça sino contra los flacos animales. No paguen justos por peccadores. Imita la diuina justicia, que dixo: El ánima que pecare, aquella misma muera; a la humana, que jamás condena al padre por el delicto del hijo ni al hijo por el del padre. Ni es, señora, razón que su atreuimiento acarree mi perdición. Avnque, según su merecimiento, no ternía en mucho que fuese él el delinquente e yo la condemnada. Que no es otro mi oficio, sino seruir a los semejantes: desto biuo e desto me arreo. Nunca fue mi voluntad enojar a vnos por agradar a otros, avnque ayan dicho a tu merced en mí absencia otra cosa. Al fin, señora, a la firme verdad el viento del vulgo, no la empece. Vna sola soy en este limpio trato. En toda la ciudad pocos tengo descontentos. Con todos cumplo, los que algo me mandan, como si touiesse veynte pies e otras tantas manos.
MELIBEA.- No me marauillo, que vn solo maestro de vicios dizen que basta para corromper vn gran pueblo. Por cierto, tantos e tales loores me han dicho de tus falsas mañas, que no sé si crea que pedías oración.
CELESTINA.- Nunca yo la reze e si la rezare no sea oyda, si otra cosa de mí se saque, avnque mill tormentos me diessen.
MELIBEA.- Mi passada alteración me impide a reyr de tu desculpa. Que bien sé que ni juramento ni tormento te torcerá a dezir verdad, que no es en tu mano.
CELESTINA.- Eres mi señora. Téngote de callar, hete yo de seruir, hasme tú de mandar. Tu mala palabra será víspera de vna saya.
MELIBEA.- Bien la has merescido.
CELESTINA.- Si no la he ganado con la lengua, no la he perdido con la intención.
MELIBEA.- Tanto afirmas tu ignorancia, que me hazes creer lo que puede ser. Quiero pues en tu dubdosa desculpa tener la sentencia en peso e no disponer de tu demanda al sabor de ligera interpretación. No tengas en mucho ni te marauilles de mi passado sentimiento, porque concurrieron dos cosas en tu habla, que qualquiera dellas era bastante para me sacar de seso: nombrarme esse tu cauallero, que comigo se atreuió a hablar, e también pedirme palabra sin más causa, que no se podía sospechar sino daño para mi honrra. Pero pues todo viene de buena parte, de lo passado aya perdón. Que en alguna manera es aliuiado mi coraçón, viendo que es obra pía e santa sanar los passionados e enfermos.
CELESTINA.- ¡E tal enfermo, señora! Por Dios, si bien le conosciesses, no le juzgasses por el que has dicho e mostrado con tu yra. En Dios e en mi alma, no tiene hiel; gracias, dos mill: en franqueza, Alexandre; en esfuerço, Etor; gesto, de vn rey; gracioso, alegre; jamás reyna en él tristeza. De noble sangre, como sabes. Gran justador, pues verlo armado, vn sant George. Fuerça e esfuerço, no tuuo Ercules tanta. La presencia e faciones, dispusición, desemboltura, otra lengua hauía menester para las contar. Todo junto semeja ángel del cielo. Por fe tengo que no era tan hermoso aquel gentil Narciso, que se enamoró de su propia figura, quando se vido en las aguas de la fuente. Agora, señora, tiénele derribado vna sola muela, que jamás cessa de quexar.
MELIBEA.- ¿E qué tanto tiempo ha?
CELESTINA.- Podrá ser, señora, de veynte e tres años: que aquí está Celestina, que le vido nascer e le tomó a los pies de su madre.
MELIBEA.- Ni te pregunto esso ni tengo necessidad de saber su edad; sino qué tanto ha que tiene el mal.
CELESTINA.- Señora, ocho días. Que parece que ha vn año en su flaqueza. E el mayor remedio que tiene es tomar vna vihuela e tañe tantas canciones e tan lastimeras, que no creo que fueron otras las que compuso aquel Emperador e gran músico Adriano, de la partida del ánima, por sofrir sin desmayo la ya vezina muerte. Que avnque yo sé poco de música, parece que faze aquella vihuela fablar. Pues, si acaso canta, de mejor gana se paran las aues a le oyr, que no aquel antico, de quien se dize que mouía los árboles e piedras con su canto. Siendo este nascido no alabaran a Orfeo. Mirá, señora, si vna pobre vieja, como yo, si se fallará dichosa en dar la vida a quien tales gracias tiene. Ninguna muger le vee, que no alabe a Dios, que assí le pintó. Pues, si le habla acaso, no es más señora de sí, de lo que él ordena. E pues tanta razón tengo, juzgá, señora, por bueno mi propósito, mis passos saludables e vazíos de sospecha.
MELIBEA.- ¡O quanto me pesa con la falta de mi paciencia! Porque siendo él ignorante e tu ynocente, haués padescido las alteraciones de mi ayrada lengua. Pero la mucha razón me relieua de culpa, la qual tu habla sospechosa causó. En pago de tu buen sofrimiento, quiero complir tu demanda e darte luego mi cordón. E porque para escriuir la oración no haurá tiempo sin que venga mi madre, si esto no bastare, ven mañana por ella muy secretamente.
LUCRECIA.- (Aparte.) ¡Ya, ya, perdida es mí ama! ¿Secretamente quiere que venga Celestina? ¡Fraude ay! ¡Más le querrá dar, que lo dicho!
MELIBEA.- ¿Qué dizes, Lucrecia?
LUCRECIA.- Señora, que baste lo dicho; que es tarde.
MELIBEA.- Pues, madre, no le des parte de lo que passó a esse cauallero, porque no me tenga por cruel o arrebatada o deshonesta.
LUCRECIA.- (Aparte.) No miento yo, que ¡mal va este fecho!
CELESTINA.- Mucho me marauillo, señora Melibea, de la dubda que tienes de mi secreto. No temas, que todo lo sé sofrir e encubrir. Que bien veo que tu mucha sospecha echó, como suele, mis razones a la más triste parte. Yo voy con tu cordón tan alegre, que se me figura que está diziéndole allá su coraçón la merced, que nos hiziste e que lo tengo de hallar aliuiado.
MELIBEA.- Más haré por tu doliente, si menester fuere, en pago de lo sofrido.
CELESTINA.- Más será menester e más harás e avnque no se te agradezca.
MELIBEA.- ¿Qué dizes, madre, de agradescer?
CELESTINA.- Digo, señora, que todos lo agradescemos e seruiremos e todos quedamos obligados. Que la paga más cierta es, quando más la tienen de complir.
LUCRECIA.- ¡Trastrócame essas palabras!
CELESTINA.- ¡Hija Lucrecia! ¡Ce! Yrás a casa e darte he vna lexía, con que pares essos cavellos más que el oro. No lo digas a tu señora. E avn darte he vnos poluos para quitarte esse olor de la boca, que te huele vn poco, que en el reyno no lo sabe fazer otra sino yo e no ay cosa que peor en la muger parezca.
LUCRECIA.- ¡O! Dios te dé buena vejez, que mas necessidad tenía de todo esso que de comer.
CELESTINA.- ¿Pues, porque murmuras contra mí, loquilla? Calla, que no sabes si me aurás menester en cosa de más importancia. No prouoques a yra a tu señora, más de lo que ella ha estado. Déxame yr en paz.
MELIBEA.- ¿Qué le dizes, madre?
CELESTINA.- Señora, acá nos entendemos.
MELIBEA.- Dímelo, que me enojo, quando yo presente se habla cosa de que no aya parte.
CELESTINA.- Señora, que te acuerde la oración, para que la mandes escriuir e que aprenda de mí a tener mesura en el tiempo de tu yra, en la qual yo vsé lo que se dize: que del ayrado es de apartar por poco tiempo, del enemigo por mucho. Pues tú, señora, tenías yra con lo que sospechaste de mis palabras, no enemistad. Porque, avnque fueranlas que tú pensauas, en sí no eran malas: que cada día ay hombres penados por mugeres e mugeres por hombres e esto obra la natura e la natura ordenola Dios e Dios no hizo cosa mala. E assí quedaua mi demanda, como quiera que fuesse, en sí loable, pues de tal tronco procede, e yo libre de pena. Más razones destas te diría, si no porque la prolixidad es enojosa al que oye e dañosa al que habla.
MELIBEA.- En todo has tenido buen tiento, assí en el poco hablar en mi enojo, como con el mucho sofrir.
CELESTINA.- Señora, sofrite con temor, porque te ayraste con razón. Porque con la yra morando, poder, no es sino rayo. E por esto passé tu rigurosa habla hasta que tu almazén houiesse gastado.
MELIBEA.- En cargo te es esse cauallero.
CELESTINA.- Señora, más merece. E si algo con mi ruego para él he alcançado, con la tardança lo he dañado. Yo me parto para él, si licencia me das.
MELIBEA.- Mientra más ayna la houieras pedido, más de grado la houieras recabdado. Ve con Dios, que ni tu mensaje me ha traydo prouecho ni de tu yda me puede venir daño.

miércoles, 19 de octubre de 2011

(66) El nombre es arquetipo de la cosa, ¿qué arquetipo es Tristán Narvaja?


Eco, al escribir su notable novela El nombre de la rosa realizó dos cosas excepcionales: en primer lugar le dio un papel protagónico a Jorge Luis Borges, que nos maravilla con su interpretación de un monje ciego de nombre Jorge de Burgos; la segunda fue esconder tan habilmente que el lugar del cual tomó su inspiración para el intrincado laberinto que es la biblioteca de la abadía del crimen es en realidad la feria (o espectáculo) que todos los domingos tiene lugar en la calle montevideana de Tristán Narvaja. Claro está que para lograrlo tuvo que modificar la descripción física de la biblioteca y añadir detalles borgianos a la misma de manera tal que el crítico y el lector se vieran arrastrados a pensar en la La biblioteca de Babel. En esto último, fue especialmente hábil.
Ahora bien, quien haya leido El nombre de la rosa y haya visitado la mentada feria no podrá dejar de concluir que hay demasiadas similitudes entre la biblioteca de la abadía y la fiesta vecinal. En primer lugar ambas están diseñadas siguiendo el modelo de la casa de Asterión. Aún más, hay vecinos y compinches que juran haber visto verdaderos seres mitológicos deambulando por sus alrededores. Dos parroquianos juran haber interactuado con unas nereidas que no solo los introdujeron en los misterios divinos, si no que incluso les tomaron la presión. Son de público conocimiento los casos de barcos que, arrastrados los marineros por el deseo lujurioso de las sirenas (engañados por la confusión de que las sirenas griegas son como las mermaids de una tradición distinta y no pájaros con cabeza e mujer que los han de despadazar con las garras o al menos ensuciar desde las alturas) han chocado contra los escollos que se forman cuando llueve los domingos de julio. Desde el auge de Youtube y demás sitios de online streaming incluso hay numerosos videos de alguna de las travesuras de Zeus metamorfoseado en incontables figuras: perro, tortuga, liebre, gato e incluso algún humano. Desafortunadamente para el los avances en la anticoncepción desde sus primeras correrías a esta parte le han imposibilitado el engendrar héroes que se encarguen de estas aberraciones míticas.
A estas pruebas evidentes, se pueden añadir otras de mayor sutileza. En primer lugar ambos lugares están poblados de libros celosamente guardados por un viejo. En el caso de Eco se trataba de Borges encarnando un monje, en el caso de Tristán Narvaja parece tratarse de un monje encarnando a Borges. Si se observa además la edad de muchos libros que se pueden encontrar en la feria se podrá comprobar que en ambos lugares los libros datan de una misma fecha. Esto ha inducido a numerosos hijos de Artigas (Jose Gervasio Artigas mítico heroe patríotico uruguayo que se confunde a veces con un tal Don Jose Gervasio Artigas, personaje de poca monta histórica y escasa relevancia en la idiosincracia charrua) a buscar desesperadamente el libro que se supone que Borges habría quemado allá por el 1300 y algo.
Dicho libro, que es el centro argumental de El nombre de la rosa, es el segundo libro de la Poética de Aristóteles. Ahora bien, como todos los rioplatenses saben, es leyenda local que el manuscrito original de dicha obra se encuentra en Tristán Narvaja. Nadie lo ha visto aún, pero muchos aseguran haber oido como era leido a otros de modo que su existencia es irrefutable. Aún más, muchos juran haberlo comprado sin saberlo y haberlo vendido nuevamente, las más de las veces sin siquiera haberlo sabido. Y es que el destino del manuscrito está fatalmente atado al de la feria. Siempre y cuando todos los domingos la feria acontezca, el manuscrito la acompañara. Así pues, los secretos que Jorge de Burgos quería ocultar del mundo entero, se encuentran hoy día a disposición del mundo entero, eso si, sin que nadie lo sospeche y por lo tanto incluso más oculto, pues está a la vista de todos. Muchos arguyen que en realidad está leyenda no es más que una copia barata del argumento de algún escritor norteamericano. Otros desconocen norteamérica. La mayoría ni siquiera sabe si Aristóteles sale en parodistas o en murga. Todos concuerdan que es un grupo que nunca llegó a la Liguilla.
En todo caso, quienes aseguran haber oído fragmentos del libro segundo de la poética afirman que no se trata, como sospechaban los personajes de Eco de la Comedia, si no que se refiere a otro género muy distinto: la novela erótica. Se dice que en dicho libro se dan las medidas que toda protagonista femenina debiera tener, una lista de lugares comunes de la novela erótica (con toda seguridad se trate de cosas del estilo “La sintió más mojada que nunca”, “nunca me había pasado”, “soy vírgen” y chascarrillos del estilo “mira la envergadura de la nave”, “te veo más turbado que nunca” y demás que hacen las delicias de niños de 7 años que aún no saben nada del sexo y de señoras de 45 que ya noquieren saber nada del sexo). Quizá lo más notable, es que dedica gran parte del tratado a contar de sus propias experiencias. Es sabido por todos los tristanarvajenses que Aristóteles se habría acostado con varias doncellas, con muchísimas mujeres, con mayor cantidad de esclavos e incluso con una cantidad de pre púberes de su mismo sexo enorme. También es de público conocimiento que Aristóteles, tan santito que parecía, leía con placer al Marqués de Sade.
En última instancia, la existencia del ejemplar nos prueba definitivamente que Eco debió saber que se encontraba ahí, con toda seguridad incluso haya escuchado algún fragmento y a partir de él concibió la biblioteca, el libro que custodiaba y firmó con Borges las escenas principales.  

(A.M)

domingo, 9 de octubre de 2011

(65) Lo que la Tortuga le dijo a Aquiles.

  
  Aquiles había alcanzado a la tortuga y se había sentado cómodamente sobre su caparazón.
 "¿De modo que ha llegado usted al final de nuestra carrera?" dijo la Tortuga. "¿Aún cuando consistía en una serie infinita de distancias? ¿Pensó que algún sabihondo había probado que la cuestión no podía ser realizada?"[1]
 "Sí puede ser realizada", dijo Aquiles. "¡Ella ha sido realizada! Solivitur ambulando. Usted ve, las distancias fueron disminuyendo constantemente y asi..."
 "¿Pero si hubieran ido aumentando," interrumpió la tortuga, "entonces qué?"
 "Entonces yo no debería estar aquí", replicó modestamente Aquiles; "y a estas alturas usted hubiera dado ya varias vueltas al mundo."
 "Me aclama - aplana, quiero decir", dijo la Tortuga; "pues usted sí que es un peso pesado, ¡sin duda! Ahora bien, ¿le gustaría oir acerca de una carrera en la que la mayoría de la gente cree poder llegar con dos o tres pasos al final y que realmente consiste en un número infinito de distancias, cada una más larga que la distancia anterior?".
 "¡Me encantaría, de veras!" dijo el guerrero griego mientras sacaba de su casco (pocos guerreros griegos poseían bolsillos en aquellos días) una enorme libreta de apuntes y un lápiz. "¡Empiece, y hable lentamente, por favor! ¡La taquigrafía aún no ha sido inventada!"
 "¡El hermoso Primer Teorema de Euclides!", murmuró como en sueños la tortuga. "¿Admira usted a Euclides?"
 "¡Apasionadamente! ¡Al menos, tanto como uno puede admirar un tratado que no será publicado hasta dentro de algunos siglos más!"
 "Bien, en ese caso tomemos solo una pequeña parte del argumento de ese Primer Teorema: sólo dos pasos y la conclusión extraída de ellos. Tenga la bondad de registrarlos en su libreta. Y, a fin de referirnos a ellos convenientemente, llamémoslos A, B y Z.

 (A) Dos cosas que son iguales a una tercera son iguales entre sí.
 (B) Los dos lados de este triángulo son iguales a un tercero.
 (Z) Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí.

 Los lectores de Euclides admitirán, supongo, que Z se sigue lógicamente de A y B, de modo que quien acepte A y B como verdaderas debe aceptar Z como verdadera, ¿no?"
 "¡Sin duda! Hasta el más joven de los alumnos de una Escuela Superior -tan pronto como se inventen las Escuelas Superiores, cosa que no sucederá hasta dentro de dos mil años- admitirán eso."
 "Y si algún lector no ha aceptado A y B como verdaderas, supongo que aún podría aceptar la secuencia como válida."
 "Sin duda que podría existir un lector así. Él podría decir 'Acepto como verdadera la Proposición Hipotética de que si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera, pero no acepto A y B como verdaderas'. Un lector así procedería sabiamente abandonando a Euclides y dedicándose al fútbol."
 "¿Y no podría haber también algún lector que pudiera decir 'Acepto A y B como verdaderas, pero no acepto la Hipotética'?"
 "Ciertamente podría haberlo. El, también, mejor se hubiera dedicado al fútbol."
 "¿Y ninguno de estos lectores", continuó la Tortuga, "tiene hasta ahora alguna necesidad lógica de aceptar Z como verdadera?"
 "Así es", asintió Aquiles.
 "Ahora bien, quiero que Ud. me considere a mí como un lector del segundo tipo y que me fuerce, lógicamente, a aceptar Z como verdadera."
 "Una Tortuga jugando al fútbol sería..." comenzó Aquiles.
 "... Una anomalía, por supuesto", interrumpió airadamente la Tortuga. "¡No se desvíe del tema, Primero Z y después el fútbol!"
 "¿Debo forzarlo a aceptar Z, o no?" preguntó Aquiles pensativamente. "Y su posición actual es que acepta A y B pero NO acepta la Hipotética..."
 "Llamémosla C", dijo la tortuga; "pero no acepta que:

  (C) Si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera."

 "Esa es mi posición actual", dijo la Tortuga.
 "Entonces debo pedirle que acepte C."
 "Lo hará así", dijo la Tortuga, "tan pronto como lo haya registrado en su libreta de Apuntes. ¿Qué más tiene anotado?"
 "¡Sólo unos pocos apuntes" dijo Aquiles agitando nerviosamente las hojas; "unos pocos apuntes de las batallas en las que me he distinguido!"
 "¡Veo que hay un montón de hojas en blanco!" observó jovialmente la Tortuga. "¡Las necesitaremos todas!" (Aquiles se estremeció) "Ahora escriba mientras dicto:

 (A) Dos cosas que son iguales a una tercera son iguales entre sí.
 (B) Los dos lados de este triángulo son iguales a un tercero.
 (C) Si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera.
 (Z) Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí."

 "Debería llamarla D, no Z", dijo Aquiles. "Viene después de las otras tres. Si acepta A y B y C, debe aceptar Z."
 "¿Y por qué debo?"
 "Porque se desprende lógicamente de ellas. Si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera. No puede discutir eso, me imagino."
 "Si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera", repitió pensativamente la Tortuga. "¿Esa es otra Hipótesis, o no? Y, si no reconociera su veracidad, ¿podría aceptar A y B y C, y todavía no aceptar Z, o no?"
 "Podría", admitió el cándido héroe, "aunque tal obstinación sería ciertamente fenomenal. Sin embargo, el evento es posible. De modo que debo pedirle que admita una Hipótesis más."
 "Muy bien, estoy ansioso por admitirla, tan pronto como la haya anotado. La llamaremos 'D'. Si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera. ¿Lo ha registrado en su libreta de apuntes?"
 "¡Lo he hecho!" exclamó gozosamente Aquiles, mientras guardaba el lápiz en su estuche. "¡Y por fin hemos llegado al final de esta carrera ideal! Ahora que ha aceptado A y B y C y D, por supuesto acepta Z."
 "¿La acepto?" dijo la Tortuga inocentemente. "Dejémoslo completamente claro. Acepto A y B y C y D. Suponga que todavía me niego a aceptar Z."
 "¡Entonces la Lógica le agarraría del cuello y le forzaría a hacerlo!", replicó triunfalmente Aquiles. "La Lógica le diría, '¡No se puede librar. Ahora que ha aceptado A y B y C y D, debe aceptar Z!' De modo que no tiene alternativa, Ud. ve."
 "Cualquier cosa que la Lógica tenga a bien decirme merece ser anotada", dijo la Tortuga, "de modo que regístrela en su libro, por favor. La llamaremos
 'E' Si A y B y C y D son verdaderas, Z debe ser verdadera. Hasta que haya admitido eso, por supuesto no necesito admitir Z. De modo que es un paso completamente necesario, ¿ve Ud.?"
 "Ya veo", dijo Aquiles; y había un toque de tristeza en su tono de voz.
 Aquí el narrador, que tenía urgentes negocios en el Banco, se vio obligado a dejar a la simpática pareja y no pasó por el lugar nuevamente hasta algunos meses después. Cuando lo hizo, Aquiles estaba aún sentado sobre el caparazón de la muy tolerante Tortuga y seguía escribiendo en su libreta de apuntes que parecía estar casi llena.
  La Tortuga estaba diciendo, "¿ha anotado el último paso? Si no he perdido la cuenta, ese es el mil uno. Quedan varios millones más todavía. Y le importaría, como un favor personal, considerando el rompecabezas que este coloquio nuestro proveería los Lógicos del siglo XIX. ¿le importaría adoptar un retruécano que mi prima la Tortugacuática Artificial hará entonces y permitirse ser renombrado 'Aquiles el Sutiles'?"
 "¡Como guste!", replicó el cansado guerrero con un triste tono de desesperanza en su voz, mientras sepultaba la cara entre sus manos. "Siempre que usted, por su parte, adopte un retruécano que la Tortugacuática Artificial nunca hizo y se permita renombrarse 'Tortuga Tortura".


"Lo que la Tortuga le dijo a Aquiles" (What the Tortoise Said to Achilles), Lewis Carroll. 

[1] El texto da por supuesto el conocimiento de la paradoja de Zenón de Elea, que por absurdo pretende negar el cambio y el movimiento: “Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da una ventaja de diez metros. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga un decímetro; Aquiles corre ese decímetro, la tortuga un centímetro; Aquiles corre ese centímetro, la tortuga un milímetro; Aquiles Piesligeros el milímetro, la tortuga un décimo de milímetro y así infinitamente, sin alcanzarla…” (“Avatares de la Tortuga”, J.L. Borges).