domingo, 30 de septiembre de 2012

(104) Aforismos a falta de artículo.



  1. El blog es la nota. Todo texto es, por lo tanto, un hipertexto.
  2. El Cuarteto de Nos es la parodia nacional.
  3. Las apariciones de la Virgen se parecen de un modo increible a las manifestaciones de las divinidades paganas de las religiones politeistas.
  4. La mujer más puta es la más deseable. La más casta siempre es también la más puta. Luego todas las mujeres son deseables.
  5. La honestidad es la estupidez sobrevalorada en los ojos de un prejuicio.
  6. El Cubo de Rubik es una metáfora de la sexualidad moderna: puro colores y un par de vueltas en pocos segundos.
  7. El erotismo necesita cierta abstracción intelectual, de donde se entiende que la sexualidad que se pregona en los medios de comunicación carece de erotismo.
    Corolario: Muchas películas pornos de la década del 90 tienen un argumento más complejo que la vida emocional de los amantes del siglo XXI.
  8. En Uruguay no existe la discusión, luego el razonamiento ha huido despavorido dando lugar al prejuicio.
    Corolario: las organizaciones contra los prejuicios y a favor de los derechos de tal o cual grupo social son infinitamente más discriminatorias que el fantasma al que se oponen.
  9. Quien desconoce la historia de las palabras está condenado a repetirla.
  10. Los videojuegos no son una forma de arte.
    Corolario: el diseño gráfico que se ve en alguno de ellos si lo es. También lo es la narrativa de unos pocos ejemplares. El arte precede al juego.
  11. Quien haga listas de a diez peca de omnipotente y caprichoso.
       

    (A.M)

domingo, 16 de septiembre de 2012

(103) Capitulo IV. La hierba Roja. Boris Vian.


   Quedaban dos parejas bailando, una de ellas formada por Lil y Lazuli. Lil estaba contenta: la habían estado invitando toda la velada y, con la ayuda de algunas copas, todo había transcurrido de la mejor manera. Wolf los miró un momento y se deslizó afuerza, para meterse en su despacho. Allí, en un rincón, colocado horizontalmente sobre cuatro pies, había un gran espejo de plata pulimentada. Wolf se acercó y se tendió sobre él tan largo como era, el rostro contra el metal, para hablar de hombre a hombre. Ante él, un Wolf de plata esperaba. Apretó con sus manos la fría superficie para cerciorarse de su presencia.
   -¿Qué te pasa? -preguntó.
   Su reflejo hizo un gesto de ignorancia.
   -¿Qué te apetece? -prosiguió Wolf-. No está nada mal, el ambiente de por aquí.
   Su mano se acercó a la pared y accionó el interruptor. La habitación se sumió de repente en la oscuridad. Sólo la imagen de Wolf permanecía iluminada. Recibía la luz de otra parte.
   -¿Cómo es que siempre consigues arreglárteleas? -insistió Wolf-. Y además, ¿qué es lo que te arreglas?
   El reflejo suspiró. Un suspiro hastiado. Wolf se sonrió, sarcástico.
   -Eso es, quéjate. No hay nada que funcione, en resumidas cuentas. Vas a ver, pobre imbécil. Voy a meterme en esa máquina.
   Su imagen pareció bastante contrariada.
   -Aquí -dijo Wolf- ¿qué es lo que veo? Brumas, ojos, gente... polvo sin densidad... y ese maldito cielo como un diafragma.
   -Tranquilo -dijo con toda claridad el reflejo-. Por decirlo de algún modo, nos estás tocando los huevos.
   -Es decepcionante, ¿no? -se burló Wolf-. ¿Tienes miedo de que me sienta decepcionado cuando lo haya olvidado todo? Es preferible sentirse decepcionado que seguir esperando en el vacío. De todos modos, hay que saber qué pasa. Por una vez que se presenta la ocasión... ¡pero contéstame, joder!
Su interlocutor seguia mudo, con expresión de desacuerdo.
   -Y además la máquina no me ha costado nada -dijo Wolf-. ¿Te das cuenta? Es mi gran oportunidad. La oportunidad de mi vida, sí, señor. ¿Iba a desaprovecharla? De ningún modo. Una solución que te hune vale más que cualquier incertidumbre. ¿O es que opinas lo contrario?
   -Lo contrario -repitió el reflejo.
   -Ya basta -dijo Wolf con brutalidad-. He sido yo el que ha hablado. Tú no cuentas. Ya no sirves para nada. Elijo. La lucidez. ¡Ja, ja! Hablo en mayúsculas.
   Se levantó con dificultades. Ante él estaba su imagen, como grabada en la hoja de plata. Volvió a encender la luz y la imagen se fue esfumando poco a poco. Su mano, en el interruptor, era blanca y dura como el metal del espejo.

(Capitulo IV de “La hierba roja”. Boris Vian.) 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

(102) Mafalda

Sin necesidad alguna de introducciones y de la mano de Quino les dejamos algunas tiras de Mafalda.
















domingo, 12 de agosto de 2012

(101) Tomas Abraham: los filósofos, la filosofía, la felicidad y el dolor.

Apenas si un fragmento de una lúcida conferencia de un lúcido tipo: Tomas Abraham. El resto de la charla, puede ser fácilmente rastreada a través de este mismo link en youtube.  Maravillosa es la distinción que hace del autentico filósofo, el crítico, vital, removedor, del que llama "mero erudito de las fuentes". Algo así como la reducción torpe de esa idea, también puede ser encontrada en nuestro artículo "Guarda con el fetichismo académico" 

domingo, 5 de agosto de 2012

(100) Palabras (no)Rectoras


Ya exprimido y descartado por el vértigo mediático, merece ulteriores consideraciones. El episodio ocurrió hace unas semanas. Haré una brevísima recapitulación, acaso superflua para la mayoría de los lectores.
Pocos días antes de asumir el cargo de Rectora de la Universidad de Montevideo, Mercedes Rovira, expresó en una entrevista publicada por el semanario Búsqueda, que la homosexualidad es una anomalía y que pesa (negativamente) a la hora de seleccionar a los candidatos a integrar el plantel docente. Dicho esto, detengámonos un instante en el prontuario de este gran elenco:

Universidad de Montevideo: institución educativa de carácter privado regenteada por el Opus Dei. A diferencia de las escuelas y liceos privados, las universidades no públicas son escasamente reguladas y controladas por el Ministerio de Educación y Cultura, razón por la cual no podemos dar cuenta cierta de su nivel educativo ni de sus planes de estudio.  

Mercedes Rovira: Dra. En Filosofía y artes liberales por la Universidad de Navarra. Numeraria del Opus Dei, laica consagrada cuya piel no ha de desconocer las caricias del silicio. Luego de sendos años de labor en la Universidad de Montevideo, designada su Rectora.

Semanario Búsqueda: publicación periodística tradicionalmente vinculada a la derecha.

Presentados los protagonistas, volvamos al hecho y sus previsibles consecuencias.
Una vez en la calle la publicación con las declaraciones de Rovira, arreciaron la indignación y  las críticas. No era para menos. Sus palabras, sólo sostenibles desde el más ciego e iletrado dogmatismo, hacían agua por todos lados. Lo peculiar, es que los cuestionamientos esencialmente estribaron sobre la utilización de la orientación sexual como criterio de selección de docentes. Paradójicamente, la causa de esa actitud discriminatoria, que es que considerara a la homosexualidad como una anomalía, transitaba indemne a través de la polémica.
Calificar a la homosexualidad como una anomalía es, ante todo, una burrada. Y si analizamos algo del discurso con que argumentaba esa burrada, encontraremos otras pequeñas ignorancias nada desdeñables. Por ejemplo, Rovira manifestó que la naturaleza siempre ha sido hombre y mujer. El error, de burdo, da pereza enunciarlo: la confusión de sexo, es decir de género, con sexualidad, es decir, orientación sexual. El dato ser hombre/ser mujer, no implica como consecuencia necesaria sentir atracción por mujeres/sentir atracción por hombres. Por lo demás, si decimos que el hombre es hombre y la mujer es mujer, como una noción dada de la biología, estamos ante un juicio descriptivo, del orden del ser, y de él, no puede extraerse, a riesgo de caer en la falacia naturalista, juicios del orden del deber ser: a un hombre le deben gustar las mujeres y a las mujeres, los hombres. Ese razonamiento está viciado.
Podemos ir aún más a la esencia de las palabras de Rovira. La misma afirmación de que la naturaleza hace a los hombres, hombres, y a las mujeres, mujeres, es más que controvertible. Teorías actuales del lenguaje, explican el sexo a través de un mecanismo performativo: más una determinación cultural que biológica. Incluso es una inconsistencia en boca de un católico. Para ellos hay vida desde la concepción. Ahora, lo que nunca pueden afirmar, es que haya sexo desde la concepción: en las primeras etapas de la gestación lo que hay es indeterminación. Así, por ejemplo, se explica que los hombres tengan pezones sin una función específica. Estos se forman antes que se determine el sexo, y por eso los comparten hombres y mujeres. Entonces, aún un católico, deberá admitir que hay ser humano sin un sexo determinado.
Hace 22 años, la Organización Mundial de Salud, hizo lo que ya había hecho la academia a partir de la década de los 70': eliminar de sus listados de enfermedades mentales a la homosexualidad. La admisión de su conclusión, y la no admisión de la contraria, que es la de Rovira, se apoya en el orden del discurso. La palabra, para que tenga valor, debe poder inscribirse en un discurso, el cual exige para ello el tributo del método. Una estructura que de cuenta del origen y fundamento del conocimiento. Acaso no una certeza, pero sí una garantía procedimental. Y esta idea, absolutamente básica para cualquier saber, es la que proscribe a la ignorancia los dichos de Rovira. Asegurar que es o no una enfermedad o una “anomalía”, corresponde al discurso científico. Rovira habló desde otro discurso, el religioso, totalmente incompetente al respecto y que no respeta las características del científico. Por eso no fui temerario al calificarlo renglones arriba de burrada. Si yo refiriera a la mosca como un mamífero de dos patas que viste corbatas a cuadros, por mi sola convicción, sería lo mismo. Puedo decirlo, puedo creerlo, pero será una estupidez.
Entonces, ¿por qué se ha cuestionado menos esta exhibición de torpeza intelectual, tanto más grave en una persona que acusa tener la formación que el currículum de Rovira jacta, que la selección de docentes acorde a su sexualidad? Creo que el fenómeno tiene dos orígenes.
La sociedad actual es tolerante. Que nadie tome esto como un encomio. Tolerancia es un concepto que goza de una inmerecida buena fama. Es meramente soportar acríticamente la existencia y opinión del otro; un otro oscuro y negado: no es amigo o enemigo, perteneciente a mi grupo o es ajeno, caso en el que lo ignoro. No hay transferencia de conceptos, ni comunicación de sentido, ni relación con el otro. No hay deseo del otro. Y todo en tanto existe y se expresa, se debe respetar; es decir, no aniquilar. En un panorama semejante no puede haber algo como el ámbito social o lo político y su discusión: no hay lugar para las conclusiones y argumentos de una Razón Universal, para la crítica y la síntesis de esa crítica en la sociedad. Así es natural que cada uno simplemente dice lo que se le canta, como un grito sordo en la oscuridad y ya. Nadie quiere responderle porque nadie puede responderle. Si este hubiera sido el esquema general de la historia, probablemente nunca se hubiera superado la esclavitud, y esta sería “una alternativa más”, como todo se presenta en estás épocas: opciones y más opciones, imposibles de discutir y por lo tanto de comparar. Imposibles, entonces, de encarnar un valor. Un valor de estructuración social, comunicable a través de la educación.
Por otra parte, parece haber una confusión del ámbito de la crítica. Justamente en favor de la tolerancia, se entiende que lo que no es ilegal, no puede ser cuestionado, como perteneciente a la libertad privada de las personas. Ahora, el hecho de que no sea delito, no obsta a la posibilidad de su problematización, por ejemplo, como en este caso, ética e intelectual.
En el epílogo a esta nota, es menester reconocer que el colectivo Ovejas Negras, tuvo mayor tino a la hora de dirigir su crítica. No en vano se valió de la metáfora para significar la anomalía que usó Rovira, el trébol de cuatro hojas, como estandarte gráfico en su manifestación contra la U. de Montevideo.
Palabras tan deleznables como las de la frustrada decana, merecían una reacción así de entusiasta. Sin embargo, su contenido y desarrollo menoscabó su éxito, aún con el desistimiento de Rovira a asumir el cargo.
No sólo la opinión. También cómo se ejerce la crítica denuncia la condición ideológica e intelectual de un sujeto.


D.C 

miércoles, 18 de julio de 2012

(99) Andres Bello.

La Gramática de la Lengua Castellana Destinada al Uso de los Americanos fue, es y será, sin lugar a dudas, una obra de importancia capital. Adelantada en mucho a su época y por lo tanto relegada al olvido, al menos aparente, cobró importancia recién pasada la mitad del siglo XX. Esto es, más de un siglo tras su publicación en 1847. Se trató de la primera gramática de Español hecha en América y que incluía en su análisis el español que se hablaba en América. Sin embargo, su logro más destacable no haya sido este, sino la nueva terminología que aplicó al sistema temporal de los verbos. Revolucionaria, clara, concisa y sistemática (en gran medida) fue, no obstante, desatendida por la Real Academia durante mucho tiempo. Aún hoy la terminología se encuentra en discusión y su obra en revisión constante, aunque ahora si, en la revisión que se hace de la obra de un verdadero adelantado. Aquella que necesitó del paso del tiempo para que surgiera gente que pudiera entenderla y explicarla a los otros. Dejo pues, el link a esta bella obra y un fragmento del capítulo "Significado de los tiempos verbales".  

Gramática de la Lengua Castellana Destinada al Uso de los Americanos


Capítulo XXVIIISignificado de los tiempos


617 (283). El verbo castellano tiene formas simples y formas compuestas, significativas de tiempo. Las simples son meras inflexiones del verbo, como leo, lea, leyera. Las compuestas son frases en que está construido el participio -179- sustantivado del verbo con cada una de las formas simples de haber, como he leído, habías leído, hubieras leído; el infinitivo del verbo con cada una de las formas simples de haber, mediando entre ambos elementos la preposición de, como he de leer, habías de leer,hubieran de leer; o el gerundio del verbo con una de las formas simples deestar, verbigracia estoy leyendo, estaría leyendo, estuviésemos leyendo. Haber y estar se llaman, por el uso que se hace de ellos en estas frases,verbos auxiliares.618. En las formas compuestas no se pueden juntar dos participios; no sería pues buen castellano, «Él ha habido salido»; «Ella había habido escrito». Pero se pueden juntar dos gerundios: «Estando yo vistiéndome, oí que tocaban a fuego».619 (a). Las formas compuestas en que entra el gerundio no presentan ninguna dificultad, porque expresan el mismo tiempo que la forma simple del auxiliar: yo estoy temiendo, significa el mismo tiempo que yo temo. Hay a la verdad diferencia entre estoy temiendo y temo; la primera expresión significa un estado habitual o una duración algo larga (está siempre escribiendo, estuvo toda la noche escribiendo); pero ésta no es una diferencia de tiempo, en el sentido que dan a esta palabra los gramáticos, porque la época del temor, verbigracia, es siempre un puro pretérito respecto del momento en que se habla, sea que se diga temí o estuve temiendo.620 (b). Antes de todo se debe advertir que cada forma del verbo suele tener, además de su valor propio y fundamental, otros diferentes en que se convierte el primero según ciertas reglas generales. Distinguimos, pues, en las formas del verbo un significado fundamental de que se derivan otros dos, el secundario y el metafórico.621 (c). Vamos a tratar primeramente de los tiempos simples; en seguida hablaremos de los compuestos en que entra el participio  sustantivado, que son los más usuales, y puede decirse que pertenecen a la conjugación lógica del verbo y la completan; y daremos al fin una breve idea de los tiempos compuestos en que entra el infinitivo. Los designaremos todos por medio de los del verbo cantar.
Significado fundamental de los tiempos simples del indicativo

622 (284). Canto, presente. Significa la coexistencia del atributo con el momento en que proferimos el verbo. 623 (a). Esta relación de coexistencia no consiste en que las dos duraciones principien y acaben a un tiempo; basta que el acto de la palabra, el momento en que se pronuncia el verbo, coincida con un momento cualquiera de la duración del atributo, la cual, por consiguiente, puedehaber comenzado largo tiempo antes, y continuar largo tiempo después. Por eso el presente es la forma que se emplea para expresar las verdades eternas o de una duración indefinida: «Madrid está a las orillas del Manzanares»; «La tierra gira al rededor del sol»; «El cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos».624 (285). Canté, pretérito. Significa la anterioridad del atributo al acto de la palabra.625 (a). Nótese que en unos verbos el atributo, por el hecho de haber llegado a su perfección, expira, y en otros, sin embargo, subsiste durando: a los primeros llamo desinentes, y a los segundos permanentes. Nacer, morir, son verbos desinentes, porque luego que uno nace o muere, deja de nacer o de morir; pero ser, ver, oír, son verbos permanentes, porque sin embargo de que la existencia, la visión o la audición sea desde el principio perfecta, puede seguir durando gran tiempo.
626 (b). El pretérito de los verbos desinentes significa siempre la anterioridad de toda la duración del atributo al acto de la palabra, como se ve por estos ejemplos: «Se edificó una casa»; «La nave fondeó a las tres de la tarde». Mas en los verbos permanentes sucede a veces que el pretérito denota la anterioridad de aquel solo instante en que el atributo ha llegado a su perfección: «Dijo Dios, sea la luz, y la luz fue»; fue vale lo mismo que principió a tener una existencia perfecta. Es frecuente en castellano este significado del pretérito de los verbos permanentes, precediéndoles las expresiones luego que, apenas, y otras de valor semejante. «Luego que se edificó la casa me mudé a ella»: el último instante de la edificación precedió al primero de la mudanza, porque el verbo edificar es desinente. «Luego que vimos la costa nos dirigimos a ella»: no todo el tiempo en que estuvimos viendo la costa, sino sólo el primer momento de verla, se supone haber precedido a la acción de dirigirnos a ella; porque la acción de ver es de aquellas que, perfectas, continúan durando.627 (286). Cantaré, futuro. Significa la posterioridad del atributo al acto de la palabra.628 (287). Cantaba, co-pretérito. Significa la coexistencia del atributo con una cosa pasada.629 (a). En esta forma el atributo es, respecto de la cosa pasada con la cual coexiste, lo mismo que el presente respecto del momento en que se habla, es decir, que la duración de la cosa pasada con que se le compara puede no ser más que una parte de la suya. «Cuando llegaste llovía»; la lluvia coexistió en una parte de su duración con tu llegada, que es una cosa pretérita; pero puede haber durado largo tiempo antes de ella, y haber seguido durante largo tiempo después, y durar todavía cuando hablo. 630 (b). Poniendo al co-pretérito en relación con el pretérito, ¿se pueden expresar con él, no sólo las cosas que todavía subsisten, sino las verdades de duración indefinida o eterna? ¿Y no será impropio decir: «Copérnico probó que la tierra giraba alrededor del sol?». Si es exacta la idea que acabo de dar del co-pretérito, la expresión es perfectamente correcta. Podría tolerarse gira, mas entonces no veríamos por entre la mente de Copérnico el giro eterno de la tierra, como el sentido lo pide.631 (c). Compáranse a veces dos co-pretéritos, y entonces es incierto cuál de los dos abrace al otro: «Cuando tú recorrías la Francia, estaba yo en Italia».632 (d). En las narraciones el co-pretérito pone a la vista los adjuntos y circunstancias, y presenta, por decirlo así, la decoración del drama: «Llegaron en estas pláticas al pie de una alta montaña, que casi como peñón tajado estaba sola entre otras muchas que la rodeaban; corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban; había por allí muchos árboles silvestres, y algunas plantas y flores que hacían el lugar apacible. Este sitio escogió el caballero de la Triste Figura, y en viéndole comenzó a decir en voz alta», etc. (Cervantes).633 (e). Análogo es a este uso del co- pretérito el de aplicarse a significar acciones repetidas o habituales, que se refieren a una época pretérita que se supone conocida. «Pelé ricas alfombras; ajé sábanas de Holanda; alumbreme con candeleros de plata; almorzaba en la cama; levantábame a las once; comía a las doce; a las dos sesteaba en el estrado», etc. (Cervantes).634 (288). Cantaría, pos-pretérito. Significa que el atributo es posterior a una cosa pretérita: «Los profetas anunciaron que el Salvador del mundo nacería de una virgen»: el nacer es posterior al anuncio, que es cosa pasada (§§ 214, 215).

Significado fundamental de los tiempos compuestos del indicativo


635 (289). El indicativo tiene cinco formas compuestas, en que el participio sustantivado se combina con las cinco formas simples delindicativo de haber: he cantado, hube cantado, habré cantado, había cantado, habría cantado. En ellas, como en todas las que se componen con el participio sustantivado, el tiempo significado por la forma compuesta es anterior al tiempo del auxiliar. Por consiguiente, he cantado es un ante-presente, hube cantado un ante-pretérito, habré cantado un ante-futuro, había cantado un ante-co-pretérito, y habría cantado un ante-pos-pretérito.636 (290). El ante-presente se ha llamado pretérito perfecto, añadiéndosele varias calificaciones para distinguirle del pretérito simple (canté). Al ante-pretérito unos le llaman pretérito perfecto y otros pretérito pluscuamperfecto, agregándole también varios títulos para distinguir a hube cantado de canté o de había cantado. El ante-pos-pretérito ha sido apellidado de varios modos, como el pos-pretérito.637 (a). La nomenclatura de que yo me sirvo tiene dos ventajas. En primer lugar, las palabras de que se compone el tiempo del verbo indican el nombre que debe dársele: en habría cantado, por ejemplo, el participio denota que el nombre del tiempo debe principiar por la partícula ante, y siendo el tiempo del auxiliar un pos-pretérito, debemos añadir a dicha partícula estos dos elementos: habría cantado será pues un ante-pos-pretérito. Y en segundo lugar, cada denominación así formada es una breve fórmula, que, como veremos, determina con toda exactitud el significado de la forma compuesta.638 (291). He cantado, ante-presente.639 (a). Comparando estas dos proposiciones: «Roma se hizo señora del mundo», y «La Inglaterra se ha hecho señora del mar», se percibe con claridad lo que distingue al pretérito del ante-presente. En la segunda se indica que aún dura el señorío del mar; en la primera el señorío del mundo se representa como una cosa que ya pasó. La forma compuesta tiene pues relación con algo que todavía existe. Se dirá propiamente «Él estuvo ayer en la ciudad, pero se ha vuelto hoy al campo». Se dice que una persona ha muerto cuando aún tenemos delante vestigios recientes de la existencia difunta; cuando aquellos a quienes hablamos están creyendo que esa persona vive; en una palabra, siempre que va envuelta en el verbo alguna relación a lo presente. En circunstancias diversas se dice murió. «Cervantes estuvo cautivo en Argel»; se trata de la persona física que es cosa totalmente pasada. «Cervantes ha sido universalmente admirado»; se trata del escritor, que vive y vivirá eternamente en sus obras. «He vivido muchos años en Inglaterra», dirá propiamente el que todavía vive allí, o el que alude a este hecho como una circunstancia notable en su vida. «Grecia produjo grandes oradores y poetas»; se habla de la Grecia antigua. «La España ha producido grandes hombres»; se habla de la España considerada como una en todas las épocas de su existencia. Si se determinase una época ya pasada no sería propio el ante-presente: «La España produjo grandes hombres en los reinados de Carlos I y Felipe II».Véase lo dicho en el número 222, c.640 (292). Hube cantado, ante-pretérito. Significa que el atributo es inmediatamente anterior a otra cosa que tiene relación de anterioridad con el momento en que hablo. «Cuando hubo amanecido, salí»: el amanecer se representa como inmediatamente anterior al salir, que es cosa pasada respecto del momento en que se habla.641 (a). Pero ¿por qué como inmediatamente anterior? ¿De dónde proviene que empleando esta forma, hubo amanecido, damos a entender que fue ninguno o brevísimo el intervalo entre los dos atributos? Proviene, a mi juicio, de que el verbo auxiliar haber es de la clase de los permanentes. Cuando hubo amanecido denota el primer momento de la existencia perfecta de haber amanecido, como lo hace el pretérito de los verbos permanentes, precedido de cuando, luego que, apenas, etc., según lo dicho arriba (§ 285).642 (b). Luego que amaneció salí y cuando hubo amanecido salí, son expresiones equivalentes; la sucesión inmediata que en la primera se significa por luego que, en la segunda se indica por el ante-pretérito. Cuando se dice, Luego que hubo amanecido salí, se emplean dos signos para la declaración de una misma idea, y por tanto se comete un pleonasmo, pero autorizado, como muchísimos otros, por el uso.643 (c). Es muy raro el uso del ante-pretérito no precedido de apenas, cuando, luego que, no bien, u otra expresión semejante: «En aquel momento de salir a luz el Lazarillo de Tormes hubo nacido una clase de composiciones, que prontamente debía hacerse muy popular: la novela llamada picaresca» (Aribau). Hubo nacido está usado en lugar de nació; pero con cierta diferencia más fácil de sentir que de explicar. Yo diría que hubo nacido hace ver el nacimiento como inmediatamente anterior al momento que se designa; nació, como  coexistente con él; de que se sigue que la primera forma representa la acción como más acabada y perfecta, y tiene algo de más expresivo.644. Hay circunstancias varias en que el ante-pretérito, usado sin el requisito que se expresa en la regla, daría una fuerza particular al verbo. «Casi hube creído que su conducta era franca y leal; pero al fin se quitó la máscara». «Encontró muchas y graves dificultades en su empresa, pero a fuerza de constancia las hubo superado todas». Creí y superó dirían sustancialmente lo mismo; pero tal vez con menos encarecimiento.645 (293). Habré cantado, ante-futuro. Significa que el atributo es anterior a una cosa que respecto del momento en que se habla es futura. «Procura verme pasados algunos días; quizá te habré buscado acomodo» (Isla); el buscar (que significa hallar) es anterior al procurar, que se presenta como cosa futura. «Apenas habréis comido tres o cuatro moyos de sal, cuando ya os veréis músico corriente y moliente en todo género de guitarra» (Cervantes); aquí es el comer anterior al ver, que es cosa futura respecto del momento en que se profiere el verbo. No es esencial para la propiedad de este tiempo el que los dos atributos que se comparanse consideren ambos como futuros respecto del acto de la palabra. Lo más común es que así sea, pero hay circunstancias en que sucede lo contrario. Una persona que ha salido de su patria largo tiempo ha, y que no espera volver a ella en algunos años, podrá decir muy bien: «Cuando vuelva a mi país, habrá cambiado sin duda el orden de cosas que allí dejé»; y podría decirlo ignorando completamente si al tiempo que lo dice está todavía porverificarse el cambio. Su pronóstico recae sobre el número total de los años que han corrido desde su salida o desde las últimas noticias, y el de los que presume que tardará su vuelta. Se envía por un facultativo que asista a una persona moribunda; el que va en su busca, podrá muy bien decirse a sí mismo en el -185- camino: «Antes que llegue el facultativo habrá fallecido el paciente»; sin que para decirlo deba suponer que no ha sobrevenido aún el fallecimiento. Como estas hipótesis pueden imaginarse no pocas. De los dos términos que se comparan por la forma habré cantado, el uno es siempre un futuro; el otro puede serlo o no en el pensamiento del que habla. Lo que no puede faltar nunca es la idea de anterioridad a un futuro.646 (294). Había cantado, ante-co-pretérito. Significa que el atributo es anterior a otra cosa que tiene la relación de anterioridad respecto del momento en que se habla, pero mediando entre las dos cosas un intervalo indefinido. «Los israelitas desobedecieron al Señor, que los había sacado de la tierra de Egipto»; el sacar es anterior al desobedecer, pretérito; pero nada indica que la sucesión entre las dos cosas fuese tan rápida que no mediase un intervalo más o menos largo.647 (a). La causa de esta diferencia entre hube cantado y había cantado está en el elemento de coexistencia de la segunda forma. Para comprenderlo, podemos concebir en el anterior ejemplo tres cosas: sacar, haber sacado y desobedecer. El fin del sacar es necesariamente el principio del haber sacado. Y como había sacado es un co-pretérito de la frase verbal haber sacado, que podemos considerar como un verbo simple (§ 53, 1.ª), el desobedecer se representa como coexistente con una parte cualquiera de la duración de haber sacado (§ 287), y por consiguiente esindeterminado el intervalo entre el sacar y el desobedecer. «Cuando llegué a la playa, no se veía ya la escuadra»; el no verse coexiste en una parte de su duración con la llegada, de manera que pudo haber principiado más o menos tiempo antes de ella, pues tal es la fuerzadel co-pretérito no se veía (§ 287). No verse ya y haber desaparecido es una misma cosa. Si pongo, pues, había desaparecido en lugar de no se veía ya, el haber desaparecido coexistiría con la llegada, pero de tal manera, que pueda haber durado más o menos tiempo antes de ésta. 648 (295). Habría cantado, ante-pos-pretérito. Significa la anterioridad del atributo a una cosa que se presenta como futura respecto de otra cosa que es anterior al momento en que se habla. «Díjome que procurase verle pasados algunos días; que quizá me habría hallado acomodo»; hallar, anterior a procurar;  procurar, posterior a decir, pretérito. 649 (a). Se ve por lo que precede que ciertas formas del verbo representan relaciones de tiempo simples; otras dobles; otras, triples.650. Se ve también por lo dicho que cada una de las denominaciones de los tiempos es una fórmula analítica que descompone el  significado del tiempo en una, dos o más de las relaciones elementales de coexistencia, anterioridad y posterioridad, presentándolas en el mismo orden en que se conciben, que de ningún modo es arbitrario. Habré cantado y cantaría significan ambos un tiempo compuesto de las dos relaciones de anterioridad y posterioridad; pero habré cantado significa anterioridad a una cosa que se mira como posterior al acto de la palabra; cantaría, posterioridad a una cosa que se mira como anterior a ese acto. La última de las relaciones elementales tiene siempre por término el acto de la palabra, el momento deproferirse el verbo. 

martes, 26 de junio de 2012

(98) Tiê - Assinado Eu; Perto e Distante


Es fama la afirmación, probablemente de cuña porteña, que la alegría es brasilera. Tras escuchar a la brevemente conocida por el breve nombre de Tiê, bien podemos asegurar, no sólo que semejante frase no es sino una pieza de cartón pintado, sino que los brasileros también son capaces de estupendas tristezas. Basta esta muestra...  



martes, 19 de junio de 2012

(97) La ausencia I


    Hará cuestión de mes o mes y medio me ausenté del blog por motivos de fuerza mayor. Esta ausencia de publicaciones me llevó a pensar de manera pueril en los siguientes términos “Dado que me ausenté del blog debería escribir sobre la ausencia”. Sin embargo, en ese débil razonamiento se escondía algo más ominoso: la ausencia.
    Ahora no puedo dejar de pensar en ella. Si duermo sueño con las personas ausentes: familiares muertos o lo suficientemente lejanos en el mundo como para que dé lo mismo su condición ontológica, antiguas novias a las que abandoné, antiguas novias que me han abandonado, aquellas aves de paso que nunca fueron oficialmente advertidas del cese de los galanteos y también las otras, las que fueron advertidas de la manera más patente, con los amigos que no se encuentran hoy con nosotros, en la mayoría de los casos por haberse rajado del modo más elegante y, en fin, con todas las personas que no se encuentran presentes ni en cuerpo ni en pensamiento ni en espíritu en nuestras vidas por la mera causa de no haber formado nunca parte de la misma.
    La ausencia lo abarca todo. Por lo menos desde aquella semilla fatal de proporciones gigantescas. Somos enanos parados en hombros de gigantes y sin embargo, nos seguimos maravillando por las mismas cosas. Después de todo, la ausencia es omnipresente. Para quien haya leido la novela Cartas Marcadas esto quizá no sea nuevo. La niebla que cubre el barrio de Flores también es omnipresente, dentro de los límites del barrio del ángel más lunfardo sobre el que se haya escrito nunca. Sin embargo, la niebla da respiro durante el día y conduce a confusiones en las que aún así se producen encuentros. La verdadera ausencia es el fin, el desenlace de la trama es el fin de la historia y en ese mismo momento, muere todo un cosmos.
    La Odisea no es más que un relato sobre una ausencia prolongada1. En efecto, Odiseo se ausenta veinte años de su tálamo. Pero para él se trata de una relación inversa. Después de sacudirse a Calipso Odiseo lloraba por la ausente Penélope. No le bastaba con yacer con una divinidad, la ausencia siempre supera a la presencia. Desde el punto de vista de Telémaco lo mismo daba el retorno de un gran rey, triunfador sobre pueblos lejanos, que el humilde retorno de un miserable andrajoso. La ausencia del padre era insportable. Por lo que nos es lícito saber, el vagabundo Odiseo nunca dejo la isla de Calipso y a él le fueron atribuidas hazañas de heroes sin nombres, de heroes ausentes de otras casas.
    Todas las historias son acerca de la ausencia. Creemos que con nuestras palabras lleguamos a superarla, a describirla, a cercarla en un muro de enunciados que den la ilusión de entenderla, de comprenderla, de dominarla. Pero todo es un engaño. Y vuelve la niebla. La ausencia es la muerte. Quien la comprende muere.

(A.M)

1Y desde este punto de vista todo relato es una ausencia prolongada. Cuando la ausencia se desvanece, al menos ilusoriamente, el relato concluye dejándonos abandonados a nuestra suerte.   

lunes, 11 de junio de 2012

(96) El título y el significado (Apostillas a El nombre de la rosa).

Hace años leí por primera vez El nombre de la rosa. Al día de hoy me sigue pareciendo una novela excepcional. Incluso más disfrutables son las apostillas que el mismo Eco realizó a su obra. La primera de ellas es la que quiero compartir en esta ocasión. Como decía el querido Adso:  stat rosa pristina nomine, nomina 
nuda tenemus.


EL TITULO Y EL SIGNIFICADO  

    Desde que escribí El nombre de la rosa recibo muchas cartas de lectores que preguntan cuál es el significado del hexámetro latino final,  y por qué el título inspirado en él. Contesto que, se trata de un verso extraído del De  contemptu mundi de Bernardo Morliacense, un benedictino del siglo XII que compuso variaciones sobre el tema del ubi sunt (del que derivaría el mais oú sont les neiges d'antan de Villon), salvo que al topos habitual (los grandes de antaño, las ciudades famosas, las bellas princesas, todo lo traga la nada) Bernardo añade la idea de que de todo eso que desaparece sólo nos quedan meros nombres. Recuerdo que Abelardo se servía del enunciado nulla rosa est para mostrar que el lenguaje puede hablar tanto de las cosas desaparecidas como de las inexistentes. Y ahora que el lector extraiga sus propias conclusiones. 
    El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones? Sin embargo, uno de los principales obstáculos para respetar ese sano principio reside en el hecho mismo de que 
toda novela debe llevar un título.
   Por desgracia, un título ya es una clave interpretativa. Es imposible sustraerse a las sugerencias que generan Rojo y negro o Guerra y paz. Los títulos que más respetan al  lector son aquellos que se reducen al nombre del héroe epónimo, como David Copperfield  o Robinson Crusoe, pero incluso esa mención puede constituir una injerencia indebida por parte del autor. Le Pére Goriot centra la atención del lector en la figura del viejo padre, mientras que la novela también es la epopeya de Rastignac o de Vautrin, alias Collin. Quizás habría que ser honestamente deshonestos, como Dumas, porque es evidente que Los tres mosqueteros es, de hecho, la historia del cuarto. Pero son lujos raros, que quizás el autor sólo puede permitirse por distracción. 
    Mi novela tenía otro título provisional: La abadía del crimen. Lo descarté porque fija la atención del lector exclusivamente en la intriga policíaca, y podía engañar al infortunado comprador ávido de historias de acción, induciéndolo a arrojarse sobre un libro que lo hubiera decepcionado. Mi sueño era titularlo Adso de Melk. Un título muy neutro, porque Adso no pasaba de ser el narrador. Pero nuestros editores aborrecen los nombres propios: ni siquiera Fermo e Lucia logró ser admitido tal cual; sólo hay contados ejemplos, como Lemmonio Boreo, Rubé o Metello...Poquísimos, comparados con las legiones de primas Bette, de Barry Lyndon, de Armance y de Tom Jones, que pueblan otras literaturas. 
   La idea de El nombre de la rosa se me ocurrió casi por casualidad, y me gustó porque la rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las espléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia. Así, el lector quedaba con razón desorientado, no podía escoger tal o cual interpretación; y, aunque hubiese captado las posibles lecturas nominalistas del verso final, sólo sería a último momento, después de haber escogido vaya a saber qué otras posibilidades. El título debe confundir las ideas, no regimentarlas.
      Nada consuela más al novelista que descubrir lecturas que no se le habían ocurrido y que los lectores le sugieren. Cuando escribía obras teóricas, mi actitud hacia los críticos era la del juez: ¿han comprendido o no lo que quería decir? En el caso de una novela todo es distinto. No digo que el autor deba aceptar cualquier lectura, pero, si alguna le parece aberrante, tampoco debe salir a la palestra: en todo caso, que otros cojan el texto y la refuten. Por lo demás, la inmensa mayoría de las lecturas permiten descubrir efectos desentido en los que no se había pensado. Pero, ¿qué  quiere decir que el autor no había pensado en ellos? 
    Una estudiosa francesa, Mireille Calle Gruber, ha descubierto sutiles paragramas que relacionan a los simples (en el sentido de pobres) con los simples en el sentido de hierbas medicinales, y luego advierte que hablo de la «mala hierba» de la herejía. Podría responder que el término «simples» se repite, con ambos sentidos, en la literatura de la época, así como la expresión «mala hierba». Por otra parte, conocía bien el ejemplo de Greimas sobre la doble isotopía que surge cuando se define al herborista como «amigo de los simples». ¿Era o no consciente de estar jugando con paragramas? Ahora no importa en absoluto que lo aclare: allí está el texto, que produce sus propios efectos de sentido.
    Al leer las reseñas de la novela, me estremecía de  placer cada vez que un crítico (los primeros fueron Ginevra Bompiani y Lars Gustaffson) citaba la frase que Guillermo pronuncia al final del proceso inquisitorial (pág. 469 de la versión castellana). ¿Qué es lo que más os aterra de la pureza?», pregunta Adso. Y Guillermo responde: «La prisa.» Me gustaban mucho, y siguen gustándome, esas dos líneas. Pero luego un lector me ha  señalado que en la página siguiente Bernardo Gui, amenazando al cillerero con la tortura, dice: «Al contrario de lo que creían los seudo apóstoles, la justicia no lleva prisa, y la de Dios tiene siglos por delante.» El lector me preguntaba, con razón, qué relación había querido establecer entre la prisa que Guillermo temía y la falta de prisa que Bernardo celebraba. Entonces comprendí que había sucedido algo inquietante. En el manuscrito no figuraba ese pasaje del diálogo entre Adso y Guillermo. Lo añadí al revisar las pruebas: por razones de  concinnitas necesitaba agregar un período antes de devolverle  la palabra a Bernardo. Y lo que sucedió fue que, mientras hacía  que Guillermo odiara la prisa (muy convencido de ello: de allí el placer que luego me produjo la frase), olvidé por completo que poco después también Bernardo hablaba de ella. Si se quita la frase de Guillermo, la de Bernardo no es más que una manera de hablar, lo que podría decir un juez, una frase hecha como «la justicia es igual para todos». Pero, ¡ay!, contrapuesta a la prisa que menciona Guillermo, la que menciona Bernardo produce legítimamente un efecto de sentido, de modo que el lector tiene razón cuando se pregunta si ambos dicen lo mismo o si, en cambio, existe una diferencia latente entre uno y otro odio por la prisa. Allí está el texto, que produce sus propios efectos de sentido. Independientemente de mi voluntad, la pregunta se plantea, aparece la ambigüedad, y, aunque por mi parte no vea bien cómo interpretar la oposición, comprendo que entraña un sentido (o quizá muchos). 
    El autor debería morirse después de haber escrito su obra. Para allanarle el camino al texto

Umberto Eco. 

miércoles, 6 de junio de 2012

(95) Ray Bradbury (1920-2012)


En las últimas horas, ha muerto el estupendo escritor norteamericano Ray Bradbury. He aquí un capítulo de Crónicas Marcianas, acaso su más celebre obra.

ABRIL DE 2000
La tercera expedición

La nave vino del espacio. Vino de las estrellas, y las velocidades negras, y los movimientos brillantes, y los silenciosos abismos del espacio. Era una nave nueva,
con fuego en las entrañas y hombres en las celdas de metal, y se movía en un silencio limpio, vehemente y cálido. Llevaba diecisiete hombres, incluyendo un capitán. En la pista de Ohio la muchedumbre había gritado agitando las manos a
la luz del sol, y el cohete había florecido en ardientes capullos de color y había escapado alejándose en el espacio ¡en el tercer viaje a Marte!
Ahora estaba desacelerando con una eficiencia metálica en las atmósferas superiores de Marte. Era todavía hermoso y fuerte. Había avanzado como un pálido leviatán marino por las aguas de medianoche del espacio; había dejado
atrás la luna antigua y se había precipitado al interior de una nada que seguía a otra nada. Los hombres de la tripulación se habían golpeado, enfermado y curado, alternadamente. Uno había muerto, pero los dieciséis sobrevivientes, con los ojos
claros y las caras apretadas contra las ventanas de gruesos vidrios, observaban ahora cómo Marte oscilaba subiendo debajo de ellos.
-¡Marte! -exclamó el navegante Lustig.
-¡El viejo y simpático Marte! -dijo Samuel Hinkston, arqueólogo.
-Bien -dijo el capitán John Black.
El cohete se posó en un prado verde. Afuera, en el prado, había un ciervo de hierro. Más allá, se alzaba una alta casa victoriana, silenciosa a la luz del sol, toda cubierta de volutas y molduras rococó, con ventanas de vidrios coloreados: azules
y rosas y verdes y amarillos. En el porche crecían unos geranios, y una vieja hamaca colgaba del techo y se balanceaba, hacia atrás, hacia delante, hacia atrás, hacia delante, mecida por la brisa. La casa estaba coronada por una cúpula, con ventanas de vidrios rectangulares y un techo de caperuza. Por la ventana se podía ver una pieza de música titulada Hermoso Ohio, en un atril.
Alrededor del cohete y en las cuatro direcciones se extendía el pueblo, verde y tranquilo bajo el cielo primaveral de Marte. Había casas blancas y de ladrillos rojos, y álamos altos que se movían en el viento, y arces y castaños, todos altos.
En el campanario de la iglesia dormían unas campanas doradas.
Los hombres del cohete miraron fuera y vieron todo esto. Luego se miraron unos a otros y miraron otra vez fuera, pálidos, tomándose de los codos, como si no pudieran respirar.
-Demonios -dijo Lustig en voz baja, frotándose torpemente los ojos-. Demonios.
-No puede ser -dijo Samuel Hinkston.
Se oyó la voz del químico.
-Atmósfera enrarecida, señor, pero segura. Hay suficiente oxígeno.
-Entonces saldremos -dijo Lustig.
-Esperen -replicó el capitán John Black-. ¿Qué es esto en realidad?
-Es un pueblo, con aire enrarecido, pero respirable, señor.
-Y es un pueblo idéntico a los pueblos de la Tierra -dijo Hinkston el arqueólogo-.
Increíble. No puede ser, pero es.
El capitán John Black lo miró inexpresivamente.
-¿Cree usted posible que las civilizaciones de dos planetas marchen y evolucionen de la misma manera, Hinkston?
-Nunca lo hubiera pensado, capitán.
El capitán se acercó a la ventana.
-Miren. Geranios. Una planta de cultivo. Esa variedad específica se conoce en la Tierra sólo desde hace cincuenta años. Piensen cómo evolucionan las plantas,
durante miles de años. Y luego díganme si es lógico que los marcianos tengan:
primero, ventanas con vidrios emplomados; segundo, cúpulas; tercero, columpios en los porches; cuarto, un instrumento que parece un piano y que probablemente
es un piano; y quinto, si miran ustedes detenidamente por la lente telescópica, ¿es lógico que un compositor marciano haya compuesto una pieza de música titulada,
aunque parezca mentira, Hermoso Ohio? ¡Esto querría decir que hay un río Ohio en Marte!
-¡El capitán Williams, por supuesto! -exclamó Hinkston.
-¿Qué?
-El capitán Williams y su tripulación de tres hombres. 0 Nathaniel York y su compañero. ¡Eso lo explicaría todo!
-Eso no explicaría nada. Según parece, el cohete de York estalló el día que llegó a Marte, y York y su compañero murieron. En cuanto a Williams y sus tres hombres,
el cohete fue destruido al día siguiente de haber llegado. Al menos las pulsaciones de los transmisores cesaron entonces. Si hubieran sobrevivido, se habrían comunicado con nosotros. De todos modos, desde la expedición de York sólo ha
pasado un año, y el capitán Williams y sus hombres llegaron aquí en el mes de agosto. Suponiendo que estén vivos, ¿hubieran podido construir un pueblo como éste y envejecerlo en tan poco tiempo, aun con la ayuda de una brillante raza
marciana? Miren el pueblo; está ahí desde hace por lo menos setenta años. Miren la madera de ese porche; miren esos árboles, ¡todos centenarios! No, esto no es obra de York o Williams. Es otra cosa, y no me gusta. Y no saldré de la nave antes de aclararlo.
-Además -dijo Lustig---, Williams y sus hombres, y también York, descendieron en el lado opuesto de Marte. Nosotros hemos tenido la precaución de descender en
este lado.
-Excelente argumento. Como es posible que una tribu marciana hostil haya matado a York y a Williams, nos ordenaron que descendiéramos en una región alejada, para evitar otro desastre. Estamos por lo tanto, o así parece, en un lugar que Williams y York no conocieron.
-Maldita sea --dijo Hinkston-. Yo quiero ir al pueblo, capitán, con el permiso de usted. Es posible que en todos los planetas de nuestro sistema solar haya pautas similares de ideas, diagramas de civilización. ¡Quizás estemos en el umbral del
descubrimiento psicológico y metafísico más importante de nuestra época!
-Yo quisiera esperar un rato -dijo el capitán John Black.
-Es posible, señor, que estemos en presencia de un fenómeno que demuestra por primera vez, y plenamente, la existencia de Dios, señor.
-Muchos buenos creyentes no han necesitado esa prueba, señor Hinkston.
-Yo soy uno de ellos, capitán. Pero es evidente que un pueblo como éste no puede existir sin intervención divina. ¡Esos detalles! No sé si reír o llorar.
-No haga ni una cosa ni otra, por lo menos hasta saber con qué nos enfrentamos.
-¿Con qué nos enfrentamos? -dijo Lustig---. Con nada, capitán. Es un pueblo agradable, verde y tranquilo, un poco anticuado como el pueblo donde nací. Me
gusta el aspecto que tiene.
-¿Cuándo nació usted, Lustig?
-En mil novecientos cincuenta.
-¿Y usted, Hinkston?
-En mil novecientos cincuenta y cinco. En Grinnell, Iowa. Y este pueblo se parece al mío.
-Hinkston, Lustig, yo podría ser el padre de cualquiera de ustedes. Tengo ochenta años cumplidos. Nací en mil novecientos veinte, en Illinois, y con la ayuda de Dios
y de la ciencia, que en los últimos cincuenta años ha logrado rejuvenecer a los viejos, aquí estoy, en Marte, no más cansado que los demás, pero infinitamente más receloso. Este pueblo, quizá pacífico y acogedor, se parece tanto a Green
Bluff, Illinois, que me espanta. Se parece demasiado a Green Bluff. -Y volviéndose hacia el radiotelegrafista, añadió-: Comuníquese con la Tierra. Dígales que hemos
llegado. Nada más. Dígales que mañana enviaremos un informe completo.
-Bien, capitán.
El capitán acercó al ojo de buey una cara que tenía que haber sido la de un octogenario, pero que parecía la de un hombre de unos cuarenta años.
-Le diré lo que vamos a hacer, Lustig. Usted, Hinkston y yo daremos una vuelta por el pueblo. Los demás se quedan a bordo. Si Ocurre algo, se irán en seguida.
Es mejor perder tres hombres que toda una nave. Si ocurre algo malo, nuestra tripulación puede avisar al próximo cohete. Creo que será el del capitán Wilder, que saldrá en la próxima Navidad. Si en Marte hay algo hostil queremos que el
próximo cohete venga bien armado.
-También lo estamos nosotros. Disponemos de un verdadero arsenal.
-Entonces, dígale a los hombres que se queden al pie del cañón. Vamos, Lustig, Hinkston.
Los tres hombres salieron juntos por las rampas de la nave.
Era un hermoso día de primavera. Un petirrojo posado en un manzano en flor cantaba continuamente. Cuando el viento rozaba las ramas verdes, caía una lluvia de pétalos de nieve, y el aroma de los capullos flotaba en el aire. En alguna parte
del pueblo alguien tocaba el piano, y la música iba y venía e iba, dulcemente, lánguidamente. La canción era Hermosa soñadora. En alguna otra parte, en un gramófono, chirriante y apagado, siseaba un disco de Vagando al anochecer, cantado por Harry Lauder.
Los tres hombres estaban fuera del cohete. jadearon aspirando el aire enrarecido, y luego echaron a andar, lentamente, como para no fatigarse. Ahora el disco del gramófono cantaba:
Oh, dame una noche de junio,
la luz de la luna y tú
Lustig se echó a temblar. Samuel Hinkston hizo lo mismo.
El cielo estaba sereno y tranquilo, y en alguna parte corría un arroyo, a la sombra de un barranco con árboles. En alguna parte trotó un caballo, y traqueteó una carreta.
-Señor -dijo Samuel Hinkston-, tiene que ser, no puede ser de otro modo, ¡los viajes a Marte empezaron antes de la Primera Guerra Mundial!
-No.
-¿De qué otro modo puede usted explicar esas casas, el ciervo de hierro, los pianos, la música? -Y Hinkston tomó persuasivamente de un codo al capitán y lo miró a los ojos-. Si usted admite que en mil novecientos cinco había gente que
odiaba la guerra, y que uniéndose en secreto con algunos hombres de ciencia construyeron un cohete y vinieron a Marte...
-No, no, Hinkston.
-¿Por qué no? El mundo era muy distinto en mil novecientos cinco. Era fácil guardar un secreto.
-Pero algo tan complicado como un cohete no, no se puede ocultan
-Y vinieron a vivir aquí, y naturalmente, las casas que construyeron fueron similares a las casas de la Tierra, pues junto con ellos trajeron la civilización terrestre.
-¿Y han vivido aquí todos estos años? -preguntó el capitán.
-En paz y tranquilidad, sí. Quizás hicieron unos pocos viajes, bastantes como para traer aquí a la gente de un pueblo pequeño, y luego no volvieron a viajar, pues no querían que los descubrieran. Por eso este pueblo parece tan anticuado. No veo aquí nada posterior a mil novecientos veintisiete, ¿no es cierto? -Es posible, también, que los viajes en cohete sean aún más antiguos de lo que pensamos.
Quizá comenzaron hace siglos en alguna parte del mundo, y las pocas personas que vinieron a Marte y viajaron de vez en cuando a la Tierra supieron guardar el secreto.
-Tal como usted lo dice, parece razonable.
~Lo es. Tenemos la prueba ante nosotros; sólo nos falta encontrar a alguien y verificarlo.
La hierba verde y espesa apagaba el sonido de las botas. En el aire había un olor a césped recién cortado. A pesar de sí mismo, el capitán John Black se sintió inundado por una gran paz. Durante los últimos treinta años no había estado
nunca en un pueblo pequeño, y el zumbido de las abejas primaverales lo acunaba y tranquilizaba, y el aspecto fresco de las cosas era como un bálsamo para él.
Los tres hombres entraron en el porche y fueron hacia la puerta de tela de alambre. Los pasos resonaron en las tablas del piso. En el interior de la casa se veía una araña de cristal, una cortina de abalorios que colgaba a la entrada del
vestíbulo, y en una pared, sobre un cómodo sillón Morris, un cuadro de Maxfield Parrish. La casa olía a desván, a vieja, e infinitamente cómoda. Se alcanzaba a oír el tintineo de unos trozos de hielo en una jarra de limonada. Hacía mucho calor, y en la cocina distante alguien preparaba un almuerzo frío. Alguien tarareaba entre dientes, con una voz dulce y aguda.
El capitán John Black hizo sonar la campanilla.
Unas pisadas leves y rápidas se acercaron por el vestíbulo, y una señora de unos cuarenta años, de cara bondadosa, vestida a la moda que se podía esperar en 1909, asomó la cabeza y los miró.
-¿Puedo ayudarlos? -preguntó.
-Disculpe -dijo el capitán, indeciso-, pero buscamos.... es decir, deseábamos...
La mujer lo miró con ojos oscuros y perplejos.
-Si venden algo...
-No, espere. ¿Qué pueblo es éste?
La mujer lo miró de arriba abajo.
-¿Cómo qué pueblo es éste? ¿Cómo pueden estar en un pueblo y no saber cómo se llama?
El capitán tenía el aspecto de querer ir a sentarse debajo de un árbol, a la sombra.
-Somos forasteros. Queremos saber cómo llegó este pueblo aquí y cómo usted llegó aquí.
-¿Son ustedes del censo?
-No.
-Todo el mundo sabe -dijo la mujer- que este pueblo fue construido en mil ochocientos sesenta y ocho. ¿Se trata de un juego?
-No, no es un juego -exclamó el capitán-. Venimos de la Tierra.
-¿Quiere decir de debajo de la tierra?
-No. Venimos del tercer planeta, la Tierra, en una nave. Y hemos descendido aquí, en el cuarto planeta, Marte...
-Esto -explicó la mujer como si le hablara a un niño- es Green Bluff, Illinois, en el continente americano, entre el océano Pacífico y el océano Atlántico, en un lugar llamado el mundo y a veces la Tierra. Ahora, váyanse. Adiós.
La mujer trotó vestíbulo abajo, pasando los dedos por entre las cortinas de abalorios.
Los tres hombres se miraron.
-Propongo que rompamos la puerta de alambre -dijo Lustig.
-No podemos hacerlo. Es propiedad privada. ¡Dios santo!
Fueron a sentarse en el escalón del porche.
--Se le ha ocurrido pensar, Hinkston, que quizá nos salimos de la trayectoria, de alguna manera, y por accidente descendimos en la Tierra?
-¿Y cómo lo hicimos?
-No lo sé, no lo sé. Déjeme pensar, por Dios.
-Comprobamos cada kilómetro de la trayectoria -dijo Hinkston---. Nuestros cronómetros dijeron tantos kilómetros. Dejamos atrás la Luna y salimos al espacio, y aquí estamos. Estoy seguro de que estamos en Marte.
_¿Y si por accidente nos hubiésemos perdido en las dimensiones del espacio y el tiempo, y hubiéramos aterrizado en una Tierra de hace treinta o cuarenta años?
-¡Oh, por favor, Lustig!
Lustig se acercó a la puerta, hizo sonar la campanilla y gritó a las habitaciones frescas y oscuras:
-¿En qué año estamos?
-En mil novecientos veintiséis, por supuesto -contestó la mujer, sentada en una mecedora, tomando un sorbo de limonada.
Lustig se volvió muy excitado.
-¿Lo oyeron? Mil novecientos veintiséis. ¡Hemos retrocedido en el tiempo!
¡Estamos en la Tierra!
Lustig se sentó, y los tres hombres se abandonaron al asombro y al terror, acariciándose de vez en cuando las rodillas.
-Nunca esperé nada semejante -dijo el capitán-. Confieso que tengo un susto todos los diablos. ¿Cómo puede ocurrir una
cosa así? ojalá hubiéramos traído a Einstein con nosotros.
-¿Nos creerá alguien en este pueblo? -preguntó Hinkston- ¿Estaremos jugando con algo peligroso? Me refiero al tiempo. ¿No tendríamos que elevarnos simplemente y volver a la Tierra?
-No. No hasta probar en otra casa.
Pasaron por delante de tres casas hasta un pequeño cottage blanco, debajo de un roble.
-Me gusta ser lógico Y quisiera atenerme a la lógica -dijo el capitán-. Y no creo que hayamos puesto el dedo en la llaga. Admitamos, Hinkston, como usted sugirió
antes, que se viaje en cohete desde hace muchos años. Y que los terrestres, después de vivir aquí algunos años, comenzaron a sentir nostalgias de la Tierra.
Primero una leve neurosis, después una psicosis, y por fin la amenaza de la locura. ¿Qué haría usted, como psiquiatra, frente a un problema de esas dimensiones?
Hinkston reflexionó.
-Bueno, pienso que reordenaría la civilización de Marte, de modo que se pareciera, cada día más, a la de la Tierra. Si fuese posible reproducir las plantas, las carreteras, los lagos, y aun los océanos, los reproduciría. Luego, mediante una vasta hipnosis colectiva, convencería a todos en un pueblo de este tamaño que esto era realmente la Tierra, y no Marte.
-Bien pensado, Hinkston. Creo que estamos en la pista correcta. La mujer de aquella casa piensa que vive en la Tierra. Ese pensamiento protege su cordura. Ella y los demás de este pueblo son los sujetos de¡ mayor experimento en
migración e hipnosis que hayamos podido encontrar.
-¡Eso es! -exclamó Lustig.
-Tiene razón -dijo Hinkston.
El capitán suspiró.
-Bien. Hemos llegado a alguna parte. Me siento mejor. Todo es un poco más lógico. Ese asunto de las dimensiones, de ir hacia atrás y hacia delante viajando por el tiempo, me revuelve el, estómago. Pero de esta manera... -El capitán
sonrió-: Bien, bien, parece que seremos bastante populares aquí.
-¿Cree usted? -dijo Lustig---. Al fin y al cabo, esta gente vino para huir de la Tierra, como los Peregrinos. Quizá vernos no los haga demasiado felices. Quizás intenten echarnos o matamos.
-Tenemos mejores armas. Ahora a la casa siguiente.¡Andando!
Apenas habían cruzado el césped de la acera, cuando Lustig se detuvo y miró a lo largo de la calle que atravesaba el pueblo en la soñadora paz de la tarde.
-Señor -dijo.
-¿Qué pasa, Lustig?
-Capitán, capitán, lo que veo...
Lustig se echó a llorar. Alzó unos dedos que se le retorcían y temblaban, y en su cara hubo asombro, incredulidad y dicha. Parecía como si en cualquier momento fuese a enloquecer de alegría. Miró calle abajo y empezó a correr, tropezando
torpemente, cayéndose y levantándose, y corriendo otra vez.
-¡Miren! ¡Miren!
-¡No dejen que se vaya! -El capitán echó también a correr.
Lustig se alejaba rápidamente, gritando. Cruzó uno de los jardines que bordeaban la calle sombreada y entró de un salto en el porche de una gran casa verde con un gallo de hierro en el tejado.
Gritaba y lloraba golpeando la puerta cuando Hinkston y el capitán llegaron corriendo detrás de él. Todos jadeaban y resoplaban, extenuados por la carrera y el aire enrarecido.
-¡Abuelo! ¡Abuela! -gritaba Lustig.
Dos ancianos, un hombre y una mujer, estaban de pie en el porche.
-¡David! -exclamaron con voz aflautada y se apresuraron a abrazarlo y a palmearle la espalda, moviéndose alrededor---. ¡Oh, David, David, han pasado tantos años! ¡Cuánto has crecido, muchacho! Oh, David, muchacho, ¿cómo te encuentras?
-¡Abuelo! ¡Abuela! -sollozaba David Lustig---. ¡Qué buena cara tenéis!
Retrocedió, los hizo girar, los besó, los abrazó, lloró sobre ellos Y volvió a retroceder mirándolos con ojos parpadeantes. El sol brillaba en el cielo, el viento soplaba, el césped era verde, las puertas de tela de alambre estaban abiertas de par en par.
-Entra, muchacho, entra. Hay té helado, mucho té.
-Estoy con unos amigos. -Lustig se dio vuelta e hizo señas al capitán, excitado,
riéndose-. Capitán, suban.
-¿Cómo están ustedes? -dijeron los viejos---. Pasen. Los amigos de David son también nuestros amigos. ¡No se queden ahí!
La sala de la vieja casa era muy fresca, y se oía el sonoro tictac de un reloj de abuelo, alto y largo, de molduras de bronce. Había almohadones blandos sobre largos divanes y paredes cubiertas de libros y una gruesa alfombra de arabescos
rosados, y las manos sudorosas sostenían los vasos de té, helado y fresco en las bocas sedientas.
-Salud. -La abuela se llevó el vaso a los dientes de porcelana.
-¿Desde cuándo estáis aquí, abuela? -preguntó Lustig.
-Desde que nos morimos -replicó la mujer.
El capitán John Black puso el vaso en la mesa.
-¿Desde cuándo?
-Ah, sí. -Lustig asintió-. Murieron hace treinta años.
-¡Y usted ahí tan tranquilo! -gritó el capitán.
-Silencio. -La vieja guiñó un ojo brillante-. ¿Quién es usted para discutir lo que pasa? Aquí estamos. ¿Qué es la vida, de todos modos? ¿Quién decide por qué, para qué o dónde? Sólo sabemos que estamos aquí, vivos otra vez, y no hacemos
preguntas. Una, segunda oportunidad. -Se inclinó y mostró una muñeca delgada-. Toque. -El capitán tocó-. Sólida, ¿eh? -El capitán asintió-. Bueno, entonces - concluyó con aire de triunfo-, ¿para qué hacer preguntas?
-Bueno -replicó el capitán-, nunca imaginamos que encontraríamos una cosa como ésta en Marte.
-Pues la han encontrado. Me atrevería a decirle que hay muchas cosas en todos los planetas que le revelarían los infinitos designios de Dios.
-¿Esto es el cielo? -preguntó Hinkston.
-Tonterías, no. Es un mundo y tenemos aquí una segunda oportunidad. Nadie nos dijo por qué. Pero tampoco nadie nos dijo por qué estábamos en la Tierra. Me refiero a la otra Tierra, esa de donde vienen ustedes. ¿Cómo sabemos que no
había todavía otra además de ésa?
-Buena pregunta -dijo el capitán.
Lustig no dejaba de sonreír mirando a sus abuelos.
-Qué alegría veros, qué alegría.
El capitán se incorporó y se palmeó una pierna con aire de descuido.
-Tenemos que irnos. Muchas gracias por las bebidas.
-Volverán, por supuesto -dijeron los viejos-. Vengan esta noche a cenar.
-Trataremos de venir, gracias. Hay mucho que hacer. Mis hombres me esperan en el cohete y...
Se interrumpió. Se volvió hacia la puerta, sobresaltado.
Muy lejos a la luz del sol había un sonido de voces y grandes gritos de bienvenida.
-¿Qué pasa? -preguntó Hinkston.
-Pronto lo sabremos.
El capitán John Black cruzó abruptamente la puerta, corrió por la hierba verde y salió a la calle del pueblo marciano.
Se detuvo mirando el cohete. Las portezuelas estaban abiertas y la tripulación salía y saludaba, y se mezclaba con la muchedumbre que se había reunido, hablando, riendo, estrechando manos. La gente bailaba alrededor. La gente se
arremolinaba. El cohete yacía vacío y abandonado.
Una banda de música rompió a tocar a la luz del sol, lanzando una alegre melodía desde tubas y trompetas que apuntaban al
cielo. Hubo un redoble de tambores y un chillido de gaitas. Niñas de cabellos de oro saltaban sobre la hierba. Niños gritaban: «¡Hurra!». Hombres gordos repartían cigarros. El alcalde del pueblo pronunció un discurso. Luego, los miembros de la tripulación, dando un brazo a una madre, y el otro a un padre o una hermana, se fueron muy animados calle abajo y entraron en casas pequeñas y en grandes mansiones.
Las puertas se cerraron de golpe.
El calor creció en el claro cielo de primavera, y todo quedó en silencio. La banda de música desapareció detrás de una esquina, alejándose del cohete, que brillaba y centelleaba a la luz del sol.
-¡Deténganse! -gritó el capitán Black. -¡Lo han abandonado! -dijo el capitán-. ¡Han abandonado la nave! ¡Les arrancaría la piel! ¡Tenían órdenes precisas!
-Capitán, no sea duro con ellos -dijo Lustig---. Se han encontrado con parientes y amigos.
-¡No es una excusa!
-Piense en lo que habrán sentido con todas esas caras familiares alrededor de la nave -dijo Lustig.
-Tenían órdenes, maldita sea.
-¿Qué hubiera sentido usted, capitán?
-Hubiera cumplido las órdenes... -comenzó a decir el capitán, y se quedó boquiabierto.
Por la acera, bajo el sol de Marte, venía caminando un joven de unos veintiséis años, alto, sonriente, de ojos asombrosamente claros y azules.
-¡John! -gritó el joven, y trotó hacia ellos.
-¿Qué? -El capitán Black se tambaleó.
El joven llegó corriendo, le tomó la mano y le palmeó la espalda.
-¡John, bandido!
-Eres tú -dijo el capitán John Black.
-¡Claro que soy yo! ¿Quién creías que era?
-iEdward!
El capitán, reteniendo la mano del joven desconocido, se volvió a Lustig y a Hinkston.
-Éste es mi hermano Edward. Ed, te presento a mis hombres: Lustig, Hinkston. ¡Mi hermano!
John y Edward se daban la mano y se apretaban los brazos. Al fin se abrazaron.
-¡Ed!
-Johri, sinvergüenza!
-Tienes muy buena cara, Ed, pero ¿cómo? No has cambiado nada en todo este tiempo. Moriste, recuerdo, cuando tenías veintiséis años y yo diecinueve. ¡Dios mío! Hace tanto tiempo, y aquí estás. Señor, ¿qué pasa aquí?
-Mamá está esperándonos -dijo Edward Black sonriendo.
-¿Mamá?
-Y papá también.
-¿Papá?
El capitán casi cayó al suelo como si lo hubieran golpeado con un arma poderosa.
Echó a caminar rígidamente, con pasos desmañados.
-¿Papá y mamá vivos? ¿Dónde están?
-En la vieja casa de Oak Knoll Avenue.
-¡En la vieja casa! -El capitán miraba fijamente con un deleitado asombro-. ¿Han
oído ustedes, Lustig, Hinkston?
Hinkston se había ido. Había visto su propia casa en el fondo de la calle y corría hacia ella. Lustig se reía.
-¿Ve usted, capitán, qué les ha ocurrido a los del cohete? No han podido evitarlo.
-Sí, sí. -El capitán cerró los ojos-. Cuando vuelva a mirar habrás desaparecido. -
Parpadeó-. Todavía estás aquí. Oh, Dios, ¡pero qué buen aspecto tienes, Ed!
-Vamos, nos espera el almuerzo. Ya he avisado a mamá.
Lustig dijo:
-Señor, estaré en casa de mis abuelos si me necesita.
-¿Qué? Ah, muy bien, Lustig. Nos veremos más tarde.
Edward tomó de un brazo al capitán.
-Ahí está la casa. ¿La recuerdas?
-¡Claro que la recuerdo! Vamos. A ver quién llega primero al porche.
Corrieron. Los árboles rugieron sobre la cabeza del capitán Black; el suelo rugió bajo sus pies. Delante de él, en un asombroso sueño real, veía la figura dorada de
Edward Black y la vieja casa, que se precipitaba hacia ellos, con las puertas de tela de alambre abiertas de par en pan
-¡Te he ganado! -exclamó Edward.
-Soy un hombre viejo -jadeó el capitán- y tú eres joven todavía. Además siempre me ganabas, me acuerdo muy bien.
En el umbral, mamá, sonrosada, rolliza y alegre. Detrás, papá, con canas amarillas y la pipa en la mano.
-¡Mamá! ¡Papá!
El capitán subió las escaleras corriendo como un niño.
Fue una hermosa y larga tarde de primavera. Después de una prolongada sobremesa se sentaron en la sala y el capitán les habló del cohete, y ellos asintieron y mamá no había cambiado nada y papá cortó con los dientes la punta de un cigarro y lo encendió pensativamente como acostumbraba antes. A la noche comieron un gran pavo y el tiempo fue pasando. Cuando los huesos quedaron tan limpios como palillos de tambor, el capitán se echó hacia atrás en su silla y suspiró
satisfecho. La noche estaba en todos los árboles y coloreaba el cielo, y las lámparas eran aureolas de luz rosada en la casa tranquila. De todas las otras casas, a lo largo de la calle, venían sonidos de músicas, de pianos, y de puertas que se cerraban.
Mamá puso un disco en el gramófono y bailó con el capitán John Black. Llevaba el mismo perfume de aquel verano, cuando ella y papá murieron en el accidente de tren. El capitán la sintió muy real entre los brazos, mientras bailaban con pasos
ligeros.
-No todos los días se vuelve a vivir -dijo ella.
-Me despertaré por la mañana -replicó el capitán-, y me encontraré en el cohete, en el espacio, y todo esto habrá desaparecido.
-No, no pienses eso -lloró ella dulcemente-. No dudes. Dios es bueno con nosotros. Seamos felices.
-Perdón, mamá.
El disco terminó con un siseo circular.
-Estás cansado, hijo mío -le dijo papá señalándolo con la pipa-. Tu antiguo dormitorio te espera; con la cama de bronce y, todas tus cosas.
-Pero tendría que llamar a mis hombres.
-¿Por qué?
-¿Por qué? Bueno, no lo sé. En realidad, creo que no hay ninguna razón. No, ninguna. Estarán comiendo o en cama. Una.buena noche de descanso no les hará daño.
-Buenas noches, hijo. -Mamá le besó la mejilla-. Qué bueno es tenerte en casa.
-Es bueno estar en casa.
El capitán dejó aquel país de humo de cigarros y perfume y libros y luz suave y subió las escaleras charlando, charlando con Edward. Edward abrió una puerta, y allí estaba la cama de bronce amarillo, y los viejos banderines de la universidad, y
un muy gastado abrigo de castor que el capitán acarició cariñosamente, en silencio.
-No puedo más, de veras -murmuró-. Estoy entumecido y cansado. Hoy han ocurrido demasiadas cosas. Me siento como si hubiera pasado cuarenta y ocho horas bajo una lluvia torrencial, sin paraguas ni impermeable. Estoy empapado
hasta los huesos de emoción.
Edward estiró con una mano las sábanas de nieve y ahuecó las almohadas.
Levantó un poco la ventana y el aroma nocturno del jazmín entró flotando en la habitación. Había luna y sonidos de músicas y voces distantes.
-De modo que esto es Marte -dijo el capitán, desnudándose.
-Así es.
Edward se desvistió con movimientos perezosos y lentos, sacándose la camisa por la cabeza y descubriendo unos hombros dorados y un cuello fuerte y musculoso.
Habían apagado las luces, y ahora estaban en cama, uno al lado del otro, como ¿hacía cuántos años? El aroma de jazmín que empujaba las cortinas de encaje hacia el aire oscuro del dormitorio acunó y alimentó al capitán. Entre los árboles,
sobre el césped, alguien había dado cuerda a un gramófono portátil que ahora susurraba una canción: Siempre.
Se acordó de Marilyn.
-¿Está Marilyn aquí?
Edward, estirado allí a la luz de la luna, esperó unos instantes y luego contestó:
-Sí. No está en el pueblo, pero volverá por la mañana.
El capitán cerró los ojos:
-Tengo muchas ganas de verla.
En la habitación rectangular y silenciosa, sólo se oía la respiración de los dos hombres.
-Buenas noches, Ed.
Una pausa.
-Buenas noches, John.
El capitán permaneció tendido y en paz, abandonándose a sus propios pensamientos. Por primera vez consiguió hacer a un lado las tensiones del día, y hora podía pensar lógicamente. Todo había sido emocionante: las bandas de música, las caras familiares. Pero ahora...
«¿Cómo? -se preguntó-. ¿Cómo se hizo todo esto? ¿Y por qué? ¿Con qué propósito? ¿Por la mera bondad de alguna intervención divina? ¿Entonces Dios se preocupa realmente por sus criaturas? ¿Cómo y por qué y para qué?»
Consideró las distintas teorías que habían adelantado Hinkston y Lustig en el primer calor de la tarde. Dejó que otras muchas teorías nuevas le bajaran a través de la mente como perezosos guijarros que giraban echando alrededor unas luces mortecinas. Mamá. Papá. Edward. Tierra. Marte. Marcianos.
«¿Quién había vivido aquí hacía mil años en Marte? ¿Marcianos? ¿0 había sido siempre como ahora?»
Marcianos. El capitán repitió la palabra ociosamente, interiormente.
Casi se echó a reír en voz alta. De pronto se le había ocurrido la más ridícula de las teorías. Se estremeció. Por supuesto, no tenía ningún sentido. Era muy improbable. Estúpida. «Olvídala. Es ridícula.»
»Sin embargo -pensó-, supongamos... Supongamos que Marte esté habitado por marcianos que vieron llegar nuestra nave y nos vieron dentro y nos odiaron.
Supongamos ahora, sólo como algo terrible, que quisieran destruir a esos invasores indeseables, y del modo más inteligente, tomándonos desprevenidos.
Bien, ¿qué arma podrían usar los marcianos contra las armas atómicas de los terrestres?
»La respuesta era interesante. Telepatía, hipnosis, memoria e imaginación.
»Supongamos que ninguna de estas casas sea real, que esta cama no sea real sino un invento de mi propia imaginación, materializada por los poderes telepáticos e hipnóticos de los marcianos -pensó el capitán John Black-.
Supongamos que estas casas tengan realmente otra forma, una forma marciana, y que conociendo mis deseos y mis anhelos, estos marcianos hayan hecho que se parezcan a mi viejo pueblo y mi vieja casa, para que yo no sospeche. ¿Qué mejor modo de engañar a un hombre que utilizar a sus padres como cebo?
»Y este pueblo, tan antiguo, del año mil novecientos veintiséis, muy anterior al nacimiento de mis hombres... Yo tenía seis años entonces, y había discos de Harry Lauder, y cortinas de abalorios, y Hermoso Ohio, y cuadros de Maxfield Parrish que colgaban todavía de las paredes, y arquitectura de principios de siglo.
¿Y si los marcianos hubieran sacado este pueblo de los recuerdos de mi mente?
Dicen que los recuerdos de la niñez son los más claros. Y después de construir el pueblo, sacándolo de mi mente, ¡lo poblaron con las gentes más queridas, sacándolas de las mentes de los tripulantes!
»Y supongamos que esa pareja que duerme en la habitación contigua no sea mi padre y mi madre, sino dos marcianos increíblemente hábiles y capaces de mantenerme todo el tiempo en un sueño hipnótico.
»¿Y aquella banda de música? ¡Qué plan más sorprendente y admirable! Primero, engañar a Lustig, después a Hinkston, y después reunir una muchedumbre; y todos los hombres del cohete, como es natural, desobedecen las órdenes y abandonan la nave al ver a madres, tías,. tíos y novias, muertos hace diez, veinte años. ¿Qué más natural? ¿Qué más inocente? ¿Qué más sencillo? Un hombre no hace muchas preguntas cuando su madre vuelve de pronto a la vida. Está demasiado contento. Y aquí estamos todos esta noche, en distintas casas, distintas camas, sin armas que nos protejan. Y el cohete vacío a la luz de la luna. ¿Y no sería espantoso Y terrible descubrir que todo esto es parte de un inteligente plan de los marcianos para dividirnos y vencernos, y matarnos? En algún momento de esta noche, quizá, mi hermano, que está en esta cama, cambiará de forma, se fundirá y se transformará en otra cosa, en una cosa terrible, un marciano. Sería tan fácil para él volverse en la cama y clavarme un cuchillo en el
corazón... Y en todas esas casas, a lo largo de la calle, una docena de otros hermanos o padres fundiéndose de pronto y sacando cuchillos, se abalanzarán sobre los confiados y dormidos terrestres.»
Le temblaban las manos bajo las mantas. Tenía el cuerpo helado. De pronto la teoría no fue una teoría. De pronto tuvo mucho miedo. Se incorporó en la cama y escuchó. Todo estaba en silencio. La música había cesado. El viento había muerto. Su hermano dormía junto a él. Levantó con mucho cuidado las mantas y salió de la cama. Había dado unos
pocos pasos por el cuarto cuando oyó la voz de su hermano.
-¿Adónde vas?
-¿Qué?
La voz de su hermano sonó otra vez fríamente:
-He dicho que adónde piensas que vas.
-A beber un trago de agua.
-Pero no tienes sed.
-Sí, sí, tengo sed.
-No, no tienes sed.
El capitán John Black echó a correr por el cuarto. Gritó, gritó dos veces.
Nunca llegó a la puerta.
A la mañana siguiente, la banda de música tocó una marcha fúnebre. De todas las casas de la calle salieron solemnes y relucidos cortejos llevando largos cajones, y por la calle soleada, llorando, marcharon las abuelas, las madres, las
hermanas, los hermanos, los tíos y los padres, y caminaron hasta el cementerio,donde había fosas nuevas recién abiertas y nuevas lápidas instaladas. Dieciséis fosas en total, y dieciséis lápidas. El alcalde pronunció un discurso breve y triste, con una cara que a veces parecía la cara del alcalde y a veces alguna otra cosa.
El padre y la madre del capitán John Black estaban allí, con el hermano Edward, llorando, y sus caras antes familiares, se fundieron y transformaron en alguna otra cosa.
El abuelo y la abuela de Lustig estaban allí, sollozando, y sus caras brillantes, con ese brillo que tienen las cosas en los días de calor, se derritieron como la cera. Bajaron los ataúdes. Alguien habló de «la inesperada muerte durante la noche de
dieciséis hombres dignos ... ».
La tierra golpeó las tapas de los cajones.
La banda de música volvió de prisa al pueblo, con paso marcial, tocando Columbia, la perla del océano, y ya nadie trabajó ese día.