martes, 19 de junio de 2012

(97) La ausencia I


    Hará cuestión de mes o mes y medio me ausenté del blog por motivos de fuerza mayor. Esta ausencia de publicaciones me llevó a pensar de manera pueril en los siguientes términos “Dado que me ausenté del blog debería escribir sobre la ausencia”. Sin embargo, en ese débil razonamiento se escondía algo más ominoso: la ausencia.
    Ahora no puedo dejar de pensar en ella. Si duermo sueño con las personas ausentes: familiares muertos o lo suficientemente lejanos en el mundo como para que dé lo mismo su condición ontológica, antiguas novias a las que abandoné, antiguas novias que me han abandonado, aquellas aves de paso que nunca fueron oficialmente advertidas del cese de los galanteos y también las otras, las que fueron advertidas de la manera más patente, con los amigos que no se encuentran hoy con nosotros, en la mayoría de los casos por haberse rajado del modo más elegante y, en fin, con todas las personas que no se encuentran presentes ni en cuerpo ni en pensamiento ni en espíritu en nuestras vidas por la mera causa de no haber formado nunca parte de la misma.
    La ausencia lo abarca todo. Por lo menos desde aquella semilla fatal de proporciones gigantescas. Somos enanos parados en hombros de gigantes y sin embargo, nos seguimos maravillando por las mismas cosas. Después de todo, la ausencia es omnipresente. Para quien haya leido la novela Cartas Marcadas esto quizá no sea nuevo. La niebla que cubre el barrio de Flores también es omnipresente, dentro de los límites del barrio del ángel más lunfardo sobre el que se haya escrito nunca. Sin embargo, la niebla da respiro durante el día y conduce a confusiones en las que aún así se producen encuentros. La verdadera ausencia es el fin, el desenlace de la trama es el fin de la historia y en ese mismo momento, muere todo un cosmos.
    La Odisea no es más que un relato sobre una ausencia prolongada1. En efecto, Odiseo se ausenta veinte años de su tálamo. Pero para él se trata de una relación inversa. Después de sacudirse a Calipso Odiseo lloraba por la ausente Penélope. No le bastaba con yacer con una divinidad, la ausencia siempre supera a la presencia. Desde el punto de vista de Telémaco lo mismo daba el retorno de un gran rey, triunfador sobre pueblos lejanos, que el humilde retorno de un miserable andrajoso. La ausencia del padre era insportable. Por lo que nos es lícito saber, el vagabundo Odiseo nunca dejo la isla de Calipso y a él le fueron atribuidas hazañas de heroes sin nombres, de heroes ausentes de otras casas.
    Todas las historias son acerca de la ausencia. Creemos que con nuestras palabras lleguamos a superarla, a describirla, a cercarla en un muro de enunciados que den la ilusión de entenderla, de comprenderla, de dominarla. Pero todo es un engaño. Y vuelve la niebla. La ausencia es la muerte. Quien la comprende muere.

(A.M)

1Y desde este punto de vista todo relato es una ausencia prolongada. Cuando la ausencia se desvanece, al menos ilusoriamente, el relato concluye dejándonos abandonados a nuestra suerte.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario