jueves, 10 de febrero de 2011

(11) Acerca del susto de las viejas


    No es mi intención que las viejas se ofendan. Tampoco que pongan el grito en el cielo. Es más, ni siquiera escribo con un target demográfico en mente. El propósito que me lleva a escribir estas líneas es reflexionar sobre un fenómeno de prejuicio que considero le hace a nuestra cultura un mal terrible. He decidido utilizar el sintagma “susto de vieja” por dos motivos. Primero, lo considero acertado en cuanto a su diacronía, ya que sin lugar a dudas este tipo de prejuicios fue practicado en sus orígenes por señoras mayores. Y en segundo lugar porque quienes actualmente se consagran a su práctica, con toda seguridad influenciados por la razón anterior, se comportan como vieja esterotipada, esto es, como señora mayor que no encuentra nada mejor que hacer que expresar su opinión allí donde nadie la ha solicitado, especialmente sobre temas que no son de su particular comprensión.
     ¿Qué es el susto de vieja?. Es el prejuicio mediante el cual una persona de dudosa capacidad intelectual finge horrorizarse (e incluso finje que le importa) ante un fenómeno que en su absoluta torpeza considera no solo como condenable si no incluso el ápice de la decadencia de la sociedad.
     El problema radica, sin embargo, en que el razonamiento que lleva a tal prejuicio opera a partir de hipérboles injustificadas1. ¿Es no darle a una mujer embarazada el asiento en el ómnibus símbolo de un egoismo particular?. Sí. ¿Es no dar dicho asiento un presagio del fin de la moral?. Dificilmente. A pesar de lo fácil de esta comprobación nuestro prejuicioso asustadizo pondrá el grito en el cielo siempre que la ocasión y los interlocutores se lo permitan. Ahora bien, decía antes que quien sufre de susto de vieja es de dudosa capacidad intelectual, una acotación: quizá sea un médico brillante, un ingeniero de sistemas, un poeta de vanguardia, una cajera de supermercado, o una bailarina excelente, sin embargo es posible que esas facetas de su vida no se apliquen, e incluso hay quienes hablan que se anulan, cuando procede a mostrar tal grado de estupidez. Quien se horroriza ante lo que no debe no está haciendo gala de un razonamiento, no digo ya esmerado, sino liso y llano.
     Habrá quienes puedan decir que no se trata, en última instancia, de un mal tan grave. Para ellos es que quiero desarrollar la siguiente serie de ejemplos, en la que me detendré a analizar algunos puntos que esbozarán mejor de lo que yo podría mi visión.
     Tomemos un ejemplo de las carnestolendas. Durante el espectáculo del año 2010 la conocida murga Agarrate Catalina realizó el cuplé de los charruas. Cuando ví la función entendí la connotación inmediatamente: no se habla aquí de los charruas en tanto que tribu de aborígenes nativos de estas tierras, más bien se trata de una forma de referirse a este pueblo uruguayo, muy conocida especialmente en ámbitos deportivos, donde tantas veces se habla de garra charrua2. Cuando tiempo después escuché que se los acusaba de xenófobos, simplemente no pude parar de reirme. Ni que hablar cuando las autoridades académicas salieron a la carga con otra serie de acusaciones. ¿De verdad debo horrorizarme por una metáfora tan evidente?. ¿Es que no quieren ver que se está hablando de la sociedad actual?. ¿Se trata de un horror retrasado ante los crímenes contra los charruas cometidos por nuestros ancestros?. Simplemente se asustan como las viejas.
     Pasemos ahora a un ejemplo de las redes sociales. He visto en una de ellas una “campaña” cuyo fin, uno puede imaginarse, es el bienestar de la lengua española. En dicho emprendimiento se insta a apreciar las diferencias entre el adverbio “ahí”, el verbo haber conjugado en la tercera persona del presente “hay” y a la interjección “ay”. Prosiguen luego la diatriba con algunos otros homófonos. Lo que me gustaría resaltar de este susto, es que no es tal. Con total certeza estas personas y tantas otras que se adhieren, han enviado mensajes utilizando abreviaturas de todo tipo, han olvidado las reglas ortográficas más básicas (suponiendo que alguna vez las hayan conocido), y en última instancia son totalmente ajenas a las intrincadas delicadezas de la sintaxis, la fonética, la morfología, la semántica y la pragmática. ¿Quién las ha llamado a juzgar a alguien?. No lo se. ¿Por qué lo hacen?. Por pura hipocresía. Resulta más sencillo postear una tontería en la red que tomar cartas en el asunto de la educación verdadera de un país.
     Algunos ejemplos inesperados. Una muchacha de costumbres livianas y ropa aún más liviana consigue lo que quiere: una cópula que dure la eternidad de un instante. “Es una puta, una facilonga, una cualquiera”. Este tipo de sentencias están aseguradas. ¿A qué vienen?. ¿Por qué juzgar a una persona lo suficientemente valiente como para enfrentarse a las convenciones sociales castradoras, hijas todas de un machismo exacerbado e hipócrita que mantenía a las mujeres casadas en casa recluidas, mientras los hombres se entregaban a las Magdalenas? Convenciones que increiblemente siguen vigentes. Puede parece este último un caso absurdo, un ejemplo que no viene a cuento. Dejenme mostrarles que es, justamente, todo lo contrario. Convirtamos a la muchacha en una puritana, una consagrada al servicio del dios de los cristianos. ¿Qué dirán ahora?. Nuevamente pondrán el grito en el cielo. “Una muchacha tan joven, encerrarse a no vivir, a no conocer nunca el amor de un hombre”. La tortilla se dió vuelta, la reacción es la misma. La causa común: el prejuicio se extiende allí donde no compartimos, ni respetamos las decisiones que no somos capaces de entender. Y se hace notar, se grita asimismo a las cuatro vientos con tal que todos lo observen.
     ¿Cuántos ejemplos más podríamos encontrar si nos detuviesemos a hacerlo tan solo un instante?. Millones, el mundo está repleto, saciado y harto (creo yo) de ellos. El arte que nos lleva a expresar juicios de valor esterotípicos y sin ningún sentido verdadero. Esta es la verdadera enfermedad, la raíz de un mal que nos aqueja. Mientras la dejemos habitar entre nosotros no volverá nunca Saturno a esta región. No seremos nunca personas auténticas, pues para serlo deberíamos ser ante todo, honestas, al menos con nosotros mismos. ¿De qué nos vale horrorizarnos si alguien utiliza un registro lingüístico que consideramos violento cuando la verdadera violencia la ejercemos al no escuchar lo que esa persona quiere comunicarnos, cuando ejercermos la violencia de no respetar, de etiquetar impunemente como censores de la antigua república romana a aquel por su fortuna, a aquella por su moral, al próximo por su productividad, cuando somos, en resumidas cuentas, nosotros mismos quienes nos servimos nuestra copa de cicuta intelectual?. De nada.
     No resulta extraño pues, que en una sociedad tal, le haya sido posible a Julio Herrera y Reissig escribir su “Tratado de la imbecilidad del país”. Por supuesto que la sociedad supo esconder este manuscrito por casi un siglo.
     No quiero alargar este texto más aún, ya que creo haber importunado bastante, y haber provocado quizá demasiados gritos de viejas horrorizadas, aún cuando no me lo propuse nunca. Sin embargo, quisiera hacer una reflexión final. Creo que debemos ser más valientes, que debemos ser personas capaces de dedicarnos al pensamiento, a la razón, y de sopesar nuestros enunciados antes de mandarlos volando a los cuatro vientos. Quizá, así, no seamos tan suceptibles de asustarnos por nuestra propia falta de capacidad intelectual. Después de todo, quien se asusta de esta manera, es como quien se asusta de ver su propia imagen en el espejo: un estúpido y cobarde.

(A.M)

1Los procedimientos de la retórica clásica daban preceptos muy precisos con respecto a que momentos, sentimientos e incluso auditorios permitían y justificaban el uso de la hipérbole. Así pues, no convenía a un tema trivial un procedimiento de amplificación de tal magnitud, pues se entendía que se lograba así un contraste entre el estilo y el contenido que operaba en detrimento del orador. El autor de este texto se hace responsible de la siguiente suposición: las viejas asustadizas no han estudiado retórica clásica.
2La garra charrua sería pues una herencia ancestral de nuestro pueblo, a pesar del hecho de que no somos descendientes de esta tribu y que aún no hemos logrado comprobar verificar la influencia espiritual que nos puedan haber transmitido.

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