jueves, 17 de febrero de 2011

(13) La Ilíada: entre la biblioteca y el pop acaramelado.


   Quiero graficar, aunque sea parcialmente, la diferencia esencial entre el cine y la literatura. Acaso, una indiferente objeción borgeana pueda ayudarnos. Parece que Horacio Quiroga, que era propenso a emitir consejos destinados a cuentistas neófitos[1], dijo que si un viento frío sopla del lado del río, hay que limitarse a escribir que “un viento frío sopla del lado del río”. Borges señala que Quiroga, en ese intento de acercar la frase a la realidad, cae en el error de no advertir que, más o menos metafórica, esta es siempre una construcción intelectual. Está por su propia naturaleza alejada de la realidad, que es un conjunto caótico de sensaciones. La literatura trafica con palabras, conceptos, sólo aprensibles a través de la razón. Símbolos abstractos forjados, interpretados y dados a la interpretación por la cultura. No hay sensaciones directas. Si escribo “el poeta Alexander Pope paseaba con una gallina bajo el brazo”, tendré verbo, sujeto, predicado, es decir, estaré en el lenguaje y por lo tanto, sometido a sus limitaciones. Por ejemplo, ¿qué gallina? Así, sin más, sin adjetivación alguna, es un concepto, sin notas accidentales, sin un color, un tamaño, nada que pueda hacerla concreta[2]. Unos la imaginarán de una manera, otros de otra; incluso algunos no la imaginarán y se quedarán sólo con el concepto, todo intelecto. En cambio si la viéramos, necesariamente sería concreta, una. Allí la diferencia entre la literatura y el cine. Este último puede valerse de la percepción directa a través de un sentido: la vista. En base a esta variable es que el cine se ha construido como otra forma de lenguaje y expresión. Era menester el prologo, porque voy a comparar un par de obras literarias con una o varias películas: las versiones cinematográficas de la Ilíada y la Odisea.  
   Hace unos días, me tropecé en una de esas maquinas del eterno retorno que son los canales de películas del cable, con la última “Troya”, la de Wolfgang Petersen. Con todo, no es la peor película que se ha hecho al respecto; la tomaré como ejemplo porque es la más conocida y comparte ciertos defectos estructurales con las demás. No voy a criticar lo más evidente, que es el tratamiento –la palabra también podría ser tergiversación, o lisa y llanamente, destrozo– que se le da a la historia: un Menelao con una pinta digna de un viking que muere en las primeras de cambio, un inexistente Diomedes, Paris sobrevive a la guerra y escapa con Helena, la muerte en batalla de Agamenón (que, si continuáramos con la serie mítica, privaría a Egisto de su magnicidio y a Orestes y Electra de todo su mito). Tampoco me detendré en ciertas torpezas técnicas, como el mentado avión que aparece en el cielo, detrás del marido de Angelina Jolie, Aquiles, en una toma.[3] Quiero referirme a la forma, a como se desarrolla el relato.
   La Ilíada y la Odisea son las obras fundacionales de la literatura de occidente. La primera de ellas, data, en su versión completa, de una fecha alrededor al 750 a.c. Pero no por eso son estructuralmente simples. Comencemos por la Ilíada. La tentación de un escritor mediocre hubiera sido contar toda la guerra, desde sus causas hasta su desenlace. No fue el proceder de Homero. Sutil, se limitó a cantar los hechos acaecidos en cincuenta y un días del décimo año de guerra: la cólera de Aquiles.[4] No sabemos lo ocurrido antes, no sabemos como acabará el conflicto. Sólo tenemos a este guerrero iracundo que venga primero el despojo de su botín de guerra –una noble troyana llamada Briseida– negándose a pelear, y luego, la muerte de su compañero de armas/amante Patroclo, yendo contra el homicida. Y allí encuentra su punto culmine la obra: el duelo entre Aquiles y Héctor, la muerte de Héctor, la suplica de Príamo para recuperar el cuerpo de su hijo. Homero opera a partir de una sinécdoque: cuenta un solo episodio que es signo de toda la guerra.
   En cuanto a la Odisea, el relato se bifurca en dos líneas de acción. Por un lado, Telémaco en busca de noticias sobre su padre; por otro, Odiseo tratando de regresar a Ítaca. Esta segunda línea es la más compleja. Encontramos al héroe en los momentos finales de su exilio forzado de diez años tras la guerra de Troya, prisionero de la ninfa Calipso. Ella lo libera a instancias de Atenea, y entonces llega a la isla de los feacios. Su rey, Alcínoo, dispone una embarcación que lo lleve hasta Ítaca. Y en su patria, se da el desenlace de la historia. Ahora, las andanzas y desventuras anteriores a su estadía en el lecho de Calipso, las conocemos de manera indirecta, a través del extenso relato de ellas que hace el propio Odiseo durante su estadía en la corte de Alcínoo. Este mecanismo en el cual en una actualidad se rememoran narrativamente hechos pasados para luego volver a esa actualidad, se conoce como analepsis. La manera más simple, pero también la más tediosa y menos efectiva, hubiera sido contar todos los hechos de forma continua. Es la que tradicionalmente han elegido las películas basadas en estos dos libros. Recurramos al ejemplo inicial, la “Troya”de Petersen. Narra de manera directa y lineal, sin ningún recurso, desde el primer encuentro entre Paris y Helena hasta los funerales de Aquiles, que en su versión, se celebran tras la caída de Troya. Casi una presentación testimonial o documental de los hechos, como pretendiendo ignorar que hay otro que mira, y que en ello –para ello– hay una tarea de edición, ordenación y significación. Versiones cinematográficas que parecen dedicadas a cumplir con el apotegma de Quiroga, lo que le permite el medio audiovisual: mostrar sin más aquello que se ve, eludir las elaboraciones. Claro que no deja de ser un juego o una apariencia, ya que siempre hay un filtro, un tamiz entre el hecho y su presentación.
   Es sin dudas una pobreza renegar de trabajar las formas, y negar el influjo que tienen sobre el contenido, como pueden acompañar, resignificar la poesía de lo contado. Esto no supone que, en un medio distinto, en una época distinta y de la mano de un creador distinto, haya que reproducir servilmente las formas originales del texto, sino que no debe preterirse de crear una estructura; aquello, la forma,  no es otra cosa que el arte, el encanto, de narrar. Después de todo, como decían los griegos, las cosas ocurren para que los hombres tengan algo que cantar. Hacerlo con estilo, con delicada inteligencia, es la manera de honrar semejante predestinación.            
   
D.C


[1] Ejemplo que no debe ser seguido por los lectores de este blog en sus casas.
[2] El poético antecedente del concepto, la idea platónica, etimológicamente significa “visión intelectual”. Escapa por completo a los sentidos. Lo mismo es aplicable al concepto.
[3] No sólo es un detalle, sino que podrían haberlo resuelto con gran elegancia, por ejemplo, diciendo que era Icaro con sus alas de pluma y cera, o Belerofonte en su caballo alado Pegaso o alguna otra entidad mítica. Como se ve, después de todo, el cielo clásico no estaba libre de tráfico aéreo.
[4] En efecto, el origen del texto está en un poema que se recitaba conocido como “La ira de Aquiles”: título mucho más justo para el tema de la obra.

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