jueves, 12 de enero de 2012

(78) Hoy vengo a oficiar de censor.


Hoy vengo a oficiar de censor. Pseudo-razones contra el progreso:

    A veces, en ocasiones, me cansa profundamente escuchar que el mundo avanza. Si por mundo se refieren a la Tierra, ese pequeño satelite del Astro Rey, les diría que más bien gira, cual bailarina de ballet, sobre su propio eje, para después de un largo tiempo, terminar una apenas aceptable elípsis. Sin embargo, si es al avance en el plano tecnológico, no les diría lo mismo, sería bastante cómico, sin lugar a dudas, ver a una computadora dando vueltas sobre su propio eje, pero esto no acontece. Aún más, no solo sería cómico sino que incluso sería bastante más interesante que el hecho que se califica de progreso. Aparentemente, a mayor poder de procesamiento, mayor avance. En otras palabras, mientras más fuerza bruta, más hemos progresado... Comprenderán mis sospechas. Si nos valiesemos, que no lo haremos, pero si nos valiesemos de analagías, si buscasemos la más apta, sería, sin lugar a dudas la comparación con un fisicoculturista; después de todo nadie en su sano juicio diría que la humanidad avanza a pasos agigantados porque tenemos tipos cada vez más fornidos y sin embargo, eso es lo que aparentemente se considera cuando logramos mejorar unos cacharros hechos de plástico (que dicen los ecologistas que se acaba, a pesar del solemne silencio que guarda al respecto toda la industria moderna).
Así pues, en este mundo moderno, progresista, que ya no encuentra prefijos griegos o latinos para denominar sus eras (ya hemos despilfarrado, prematuramente sospecho, neo y post, esperamos ver, dentro de muy poco, que el infame y aborrecible prequela comience a ser utilizado), todo avanza. Incluso la comunicación... si, si, eso mismo, la comunicación, ese arte milenario que hoy apenas llega a nombrar el oficio de unos pocos, esa forma predilecta de conquista amatoria, ese secreto que nos acerca a la divinidad que creemos/creamos, ese distintivo sutil que nos define como seres, parece que también avanza. Por supuesto, como no habría de hacerlo, en este mundo. Imposible pensar que en toda la larga cadena de siglos anteriores al nuestro (ahí hay otro prefijo olvidado ante) se hayan producidos más que tenues avances, eramos necesarios nosotros, los habitantes del siglo XX y XXI para lograr lo que la humanidad no logró en una eternidad.
    Así pues, hemos logrado que la comunicación avance de un modo tal que ya no es necesario más que unos pocos minutos para que todo el orbe nos escuche, a nosotros, ilustrísimos colonos de la época de la aldea global. Con el ligerísimo teléfono que llevamos a todos lados (para no perder oportunidad de estar comunicados) somos capaces de subir a las redes sociales en el mismo instante que las tenemos las ocurrencias más diversas que nuestras neuronas engendran. Millones de personas por segundo, a lo largo y ancho del globo terráqueo, millones de sintagmas de una increible originalidad y una labor de la lengua refinada.
    Oh, si, prima la estética del lenguaje. Hemos progresado, sin lugar a dudas, somos hoy en día un bochorno mucho mayor al que eramos hace dos mil años atrás. A Terencio se le iban del teatro los toscos romanos para obervar a los púgiles, pero por lo menos era en vivo y en directo. Horacio recomendaba guardar con pudor neurótico los papeles que uno escribe durante diez años con el único fin de corregirlos ya que las palabras escritas permanecen y son nuestro más severo verdugo. Sin embargo, esta sociedad, víctima del lugar común que identifica más con mejor nos dice que hemos avanzado porque ahora podemos comunicarnos más: más rápido, más cómodo, más instantaneo, más nuevo en definitiva más mejor.
Permitanme decirles, que a mi parecer, más no es mejor. Como tampoco menos es peor, ni más es peor ni menos mejor. Más es más, solo eso. Ahora bien, que todos tengamos la capacidad de expresarnos y de hacer oir nuestra voz es algo en verdad importante. Tampoco debemos negar que la rapidez con la que se pueden organizar ciertas actividades se ha incrementado muchísimo con las redes sociales. Sin embargo, la mera posibilidad no debiera significar obligación. Puedo publicar una docena de artículos en el blog por día, pero a duras penas llegué a pegarle una mirada correctiva a éste (corrección sería sobredimensionar lo que en verdad hice). Así pues, cabe preguntarse si la inmediatez de nuestra comunicación actual no supone, en una inmensa mayoría de situaciones, un atraso antes que un avance.
Si consideramos el caso de la literatura es algo evidente. No imagino a Borges sin corregir una sola de sus palabras (sus maravillosas palabras) antes de considerarla un borrador acabado. Sabina es un caso, en la esfera musical, que da pruebas palpables de esas correcciones. Se puede ver como mejora o cambia o reformula letras, por ejemplo en el caso de “Mujeres fatal” que sale por primera vez editada en el disco en vivo “Joaquín Sabina y Viceversa” (1986) y que luego corregirá o mejorará en la versión final llamada “Mujeres fatal” del disco “Esta boca es mía” (1994). Esto es, durante ocho años el artista siguió pensando esa letra, trabajando sobre la música, para conseguir lo que no se consiguió de primera. Esta es la labor fundamental del orfebre de palabras: la limae labor que se presupone requisito de toda obra de arte.
Ahora bien, dejemos el arte para los intelectuales. Sigamos con ejemplos más sencillos, si solo quiero decirle al mundo que me siento solo, ¿porqué no hacerlo en las redes sociales cada minuto y medio?. Bueno, en primer lugar, porque es de un mal gusto sublime lloriquear por los rincones solicitando cariño. En segundo lugar... porque el primero ya fue suficiente. Debemos detenernos, eso si, en un tercer lugar nombrado numerosas veces por los especialistas: sencillamente por el hecho de decir las cosas no lograremos nada. De hecho, es tan inconmensurable el mar de gente que dice todo el tiempo lo que siente en internet, que cae en un mar de olvidos y prestarle atención a los berretines emocionales de todo el mundo supondría una tarea heracleana.
    Así pues, hoy estoy de censor, hoy no me importa si:

“está lindo pa' cucharita”
“tengo frío”
“tengo hambre”
“Que calor!”1
“Tal tiene o dejo de tener una relación con tal”

Por favor, abstenerse de cualquier tipo de comentarios, todos los detestamos. ¿Y este artículo qué?. Otras palabras en el mar de quejas del abismo que es internet. Por eso, insto al desafortunado lector que por un error de búsqueda llegó hasta aquí, a ir ahora mismo, y decirle a la primera pechugona que encuentre en el camino:

“Tengo frío, y no te lo digo por internet, ni porque me importe, te lo digo para entablar una conversación con alguien que demuestre semejantes cualidades, que de tanto porte e importancia no entran en mi, mi bien”.

(A.M)

1Nótese la ausencia de la tilde en tal exclamación.   

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