lunes, 10 de enero de 2011

(1) Lie to House M.D


He escuchado algunas veces que hay parecidos entre los protagonistas de las series House M.D. y Lie to me, o en tal caso, que el Dr. Ligthman, alrededor de cuyo carácter y oficio se entreteje la trama de la última de las series, es un mal remedo de Gregory House. Algo así como la réplica de un personaje que es un modelo exitoso. Sin embargo, creo que sólo superficialmente podemos decir que se parecen, ya que en el fondo la relación que puede vincularlos no es sino de oposición, de muestras concretas, paradigmáticas, de dos sistemas muy diferentes.
House es un obsesivo de la verdad –verdad en tanto razón, causa última, explicación de un fenómeno–, un insaciable sabueso que busca una respuesta a partir de los rastros biológicos que va dejando la enfermedad en el cuerpo. House necesita una explicación; hay una razón superior necesaria, un saber que opera como cuasi utópico que debe ser desentrañado a través de los síntomas, y que una vez alcanzado, opera como un dotador de sentido, ya que estructura y sistematiza todas esas expresiones parciales del cuerpo que signa la enfermedad. La búsqueda de House siempre es trascendente, esta más allá de sí, lo excede, lo obliga a asumir un discurso científico, para crear un conocimiento, un “logos”. El Dr. Ligthman, en cambio, es mucho más elemental, decepcionante. Su materia no es la verdad, sino la sinceridad1; es decir, si un sujeto es honesto o no en sus palabras. No busca una verdad, una explicación o razón, no trata de crear sentido; parece asumir la resignada consigna posmoderna que no existe verdad alguna posible, y se limita a fiscalizar las expresiones colaterales inconscientes de un discurso, para descubrir si el sujeto dice lo que cree cierto o no. Nunca es trascendente, como House, nunca nos remite a una instancia superior; agota su proceder en el ejercicio de destejer el discurso del otro en un abuso de parresía. La parresía era para los griegos hablar de todo, sin persuasión, sin filtros: la honestidad brutal. Es la que reclama Lie to me, la que se jacta de exhibir obscenamente en su pobre desnudez, ayuna de todo concepto; concepto que pueda ser criticado, analizado como verdadero o falso en términos lógicos (o plausible-no plausible si es que hablamos de una cuestión retórica.) Si el paciente de Ligthman cree honestamente, en su ignorancia, que la capital de Francia es Asunción del Paraguay, así lo dirá y será sincero, y con ello, habrá satisfecho plenamente al Dr. y a la sociedad ansiosa de parresía en la que vive –corrección: vivimos–. House elabora un discurso para saber si efectivamente Asunción es la capital de Francia; allí reside su primer merito.
Pero hay algo más oscuro y aterrador en Lie to me que la pobreza de su objeto. Lie to me es la exacerbación perversa de la sociedad panóptica descripta por Foucault. En su hambriento avance, ya parece que no es suficiente con ejercer el control sobre cada conducta del sujeto, sobre sus potencialidades, sino que ahora también impone su vigilancia constante sobre la consciencia misma del individuo: sobre la honestidad de su discurso. Ya no hay nada que pueda reservarse para sí, nada en absoluto; si Foucault explicaba que en el ejemplo arquitectónico de Bentham, el guardia en el centro de la construcción podía observar todo cuanto ocurriera en cada una de las habitaciones del circular edificio porque la pared interior así como la exterior eran transparentes, ahora puede saber exactamente que pasa dentro del mismo sujeto que está en la habitación, porque es el sujeto mismo el que ha quedado transparente: el que ha perdido toda frontera entre su yo y la realidad. Paradójicamente, en una sociedad que eleva a la gloria la honestidad sin límites, es la primera mentira, como marca la psicología, la que comienza a trazar en el niño esa necesaria frontera entre su yo y el mundo exterior; hasta ese primer alter discurso, el niño se siente transparente, que nada puede esconder a los otros –y por lo tanto, que no hay nada que no sea de los otros–, como quién se enfrenta al Dr. Lightman; sólo a partir de marcar esa frontera mental es que puede comenzar a construir su “yo”, a desarrollar su interioridad, su alteridad del otro. Las victimas de Lie to me, las noveles victimas de este nuevo Leviatán panóptico que todo lo devora, pierden, con su transparencia, la posibilidad de forjar ese yo; el sujeto se vacía de contenido, se diluye en una suave evanescencia en la sociedad mediática hiperconectada. La vigilancia plena de consciencias obtura toda posibilidad de complejidad y trascendencia en el sujeto: es la muerte del sujeto como tal. Y las victimas no son los objetos de estudio del Dr. Ligthman del otro lado de la pantalla: somos todos nosotros.
Con House no corremos esos riesgos. Su método es más cercano a la indagación tradicional, no a la sociedad de control. House no vigila, no opera sobre la potencialidad del sujeto, sino que lo hace ante el síntoma exterior. Ningún interés le reviste quien no presente alguna disfunción en su salud. Solo a partir de que algo comprobadamente anda mal en el cuerpo, es que este se convierte en objeto de su estudio. A su vez, el conocimiento que en ese estudio pueda adquirir House, es un saber que no meramente puede operar como poder, sin que además es un saber acumulable en el discurso universal del conocimiento, estructurable en forma de ciencia y discurso, comunicable a otros. No así el de Ligthman, que es de mero poder; lo que sabe, sólo sirve para controlar y extorsionar al otro, para someterlo. Por eso, su discurso, su forma de saber, es ocultista, mágica (que puede ser, o es usada como, espectáculo en casinos de Las Vegas), casi alquímica: perderla, difundirla, supone perder todo poder. Pero ese proceso es inevitable; los medios, obsesionados con la sinceridad, así lo disponen; en efecto, allí está el origen mismo de la serie.
Hay una ultima virtud en el decurso de House, que lo hace un personaje dramático. House parece reclamar, secretamente buscar, en esa verdad un sentido transcendente, un sentido que vaya más allá de la explicación de los síntomas y la enfermedad, que responda al por qué de la enfermedad, del dolor, de la muerte. Cuando sufre el accidente en el ómnibus junto a la novia de Wilson, alucina y en su delirio busca la muerte, porque la vida duele, porque parece no haber respuestas a sus porques… Su insatisfacción, su carácter, son cifra de esa frustración: la de hallar una verdad pero no alcanzar con ella otro nivel de trascendencia, de sentido.
No, no creo que House y Ligthman tengo mucho que ver al fin y al cabo. En este mundo deseoso de transparentar gestos y presenciar confesiones –y más aún, de hacer innecesaria la confesión–, que venera el acto de descorrer el velo de Ligthman, House parece un deseable antihéroe, una luz de razón, un adicto, cínico, malhumorado y desgraciado prócer.

(D.C)

1 Y esto, amén de lo extremadamente cuestionable que es su método para exhumar esa honestidad.

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