miércoles, 19 de enero de 2011

(4) Acerca del amor, de las personas, y de como un artículo deviene en una charla.

   Pido a todos los posibles lectores disculpas. Este artículo es una farsa. Es decir, es un artículo que ya había sido publicado en otra plataforma virtual. En ella se dió un fructifero (al menos para mi) intercambio de opiniones con dos colaboradores involuntarios: Diego Castro y Mateo Dieste. Ambos jovenes inteligentes de los que este país necesitaría muchos más. Mi artículo es la excusa. Sus comentarios son los que valen la pena. Lamentablemente me ví obligado a recortar, aquí y allá, algunos de ellos, y a no incluir otros. Valga una aclaración, el artículo fue escrito en pleno conflicto por la ley presupuestal, de ahí su exordio.

   Augusto Moreira:

  Estoy preocupado. No por la ley de presupuesto, no por los paros, no por cuestiones económicas. Lo que me preocupa es de índole muy distinta. Las cosas que mencionaba son solo ejemplos de cosas pasajeras. Si, ya sé, me van a decir que la ley de presupuesto es muy importante. ¿Qué quieren que les diga? Me parece que no. Está bien, conforma la política económica de un país por 5 años. Pero, ¿qué son 5 años en la historia de la humanidad? Nada. Lo que me preocupa es, como decía, de índole distinta. Me preocupa el amor. O mejor dicho, me preocupa la capacidad de amar. Y me preocupa porque hay muchas cosas que no sé. Me preocupa porque hace tiempo que vengo pensando en eso. ¿Se han dado cuenta que la gente entre los 22 a 28 (aproximadamente) tras terminar una relación de carácter serio e importante (quizá no formal) toman una actitud de superación que es falsa? No digo que uno no se pueda mentir un ratito. Lo que me preocupa es que no saben porque se están mintiendo. ¿Por qué? Por miedo. Es entendible. Veamos los hechos, uno todavía es joven, y los jóvenes se enamoran sin condiciones, sin causas. Les basta eso, una sensación, el continuo juego de sístoles y diástoles. Nada mas se necesita. Es admirable, es hermoso, es incluso, si me permiten, deseable. Esperen, no me tachen de ingenuo aún, ya verán porque lo digo. Luego, se termina el amor. Porque todo tiene término en este mundo, incluso el amor eterno. Y este es el quid de la cuestión. Tras una breve etapa de desconsuelo, se arrojan a actitudes pedantes y soberbias que ocupan el más amplio espectro de posibilidades. Ora no amarán nunca más, ora juran que no amaron aún, ora que el amor no existe, ora que no es para ellos, ora que no vale la pena. Y eso es lo que me preocupa. Porque solamente durante la etapa de desconsuelo es que uno se permite pensar en futuros amores. Luego solo queda la imposibilidad del amor. No digo que esté mal hacerlo un tiempito. Después de todo parece razonable bajar la pelota al piso y poner cada cosa en su lugar. Ahora bien, si han pasado dos años ya hace rato que habría que deponer esa actitud, ¿no? Sin embargo veo que no. Veo que a muchos les cuesta enormemente. Lo sé, estuve allí, pero como dicen, zafé rápido. Y por eso me preocupa. Porque entendí cual es el problema. Uno pierde la inocencia, esa inocencia cándida que permite entregarse por entero a una persona, sin ningún tipo de condición. No digo que volvamos a la infancia o a la adolescencia, pero me parece que, en definitiva, tampoco el otro extremo es bueno. Hay que recuperar la inocencia, hay que dejar de juntarse por rutina, y juntarse por amor. Después de todo, el amor es la fuerza creadora del hombre, el sentimiento más noble, la meta más pura y mas deseada, la eternidad en vida, la capacidad de trascender la muerte. No puede ser que nos juntemos por rutina, por movimientos mecánicos de los órganos sexuales, por tedio o comodidad. ¡No más!, ¡ya no más! Es hora de dejar de sacar cuentas, de detener el cálculo implacable de esta sociedad. No importa si menganito o sultanita gana poco, lo que importa es otra cosa. No importa que tenga problemas o que no los tenga. No importa que su familia sea complicada o que sea divina. No importa que tengamos un futuro a largo plazo. Lo que importa es vivir, permitirse vivir. ¿Cómo vamos a estar vivos si nos cerramos a las cosas más sencillas? ¿Tan perdidos estamos en este mundo del "llegar a fin de mes" que todo lo equiparamos a eso, incluso el amor? Por eso, porque me preocupa, escribo esto. Porque veo que a mucha gente le pasa, porque a mi me pasó, porque me preocupa profundamente una pregunta que no puedo contestarme: ¿Siempre fue así? Romeo juraba no vivir sin Rosalina. Finalmente murió por Julieta. Ariadna le reprochaba a Teseo unas vacaciones no planificadas, terminó casándose con un dios. Lo que me preocupa, en definitiva, es pensar que en esta sociedad hay algo que anda mal, ¿cómo explicar de otra manera esa tendencia a rendirnos incluso allí donde no se rindieron los hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros? Todos amaron, y hace miles de años que se sabe que el amor todo lo vence, ¿por qué nosotros no estamos enterados? ¿Qué nos hace falta? Estoy dispuesto a esperar todas las horas que sean necesarias en puerta, ventana o plataforma viertual por un solo minuto de amor. Estoy dispuesto a tener mil peleas y mil desilusiones. Estoy dispuesto a mil caricias, mil besos, y mil orgasmos. A lo que no estoy dispuesto es a quedarme sentado viendo como mi sociedad vive muerta. Hombres y mujeres de cada rincón del mundo: amen, sufran, sin importar que esté mal enamorarse de una quinceañera con cincuenta años, o andar con una cincuentona a los quince. Despierten, vivan, no teman.

   Mateo Dieste:

   Yo no tengo esa fe porque concibo al Uruguay desde otro modo. Una lectura cortita. Pienso que la filosofía de vida que vos sugerís (desde luego hermosa, vital, trascendente) contiene dos condiciones de posibilidad: a) quienes cultivan el amor a este nivel, necesariamente deben tener una individualidad propia e inalienable; b) que habiten un país donde sea probable encontrar a un individuo y no a una criatura genérica y gregaria, pues de lo contrario su relación será percibida con recelo, y. en efecto, deberán tener una convicción muy fuerte para superar todos los prejuicios que la sociedad les cargará. Soluciones: a) para construir una individualidad, hay que arriesgarse y pensar en uno mismo, no distraerse en lo exterior, buscar la propia intimidad; tan sólo así nacen las preguntas auténticas sobre uno mismo, claro síntoma del autoconocimiento; b) para alcanzar tal convicción, es necesaria una profunda y óptima comunicación entre ambos, sólo así se sabrá por qué hay que resistir ante el necio influjo de las acusaciones anticipadas de la sociedad. Me gusta el tema porque es probable y posible, es decir, muy realizable. Depende de lo que cada uno haga -parafraseando a Sartre- con lo que hicieron de él.

   Augusto Moreira:
  
   Coincido con lo que propones. Y muy especialmente en el punto A. Es imposible que el amor se realice si no es entre dos personas. Esto es, entre dos individuos plenamente realizados. El amor entre dos cascarones es pura mecánica de los órganos o temor a la individualidad. Sobre el segundo punto no tengo aún una opinión formada. Me pondré a meditarlo ya que no deja de tener cierto interés.

   Diego Castro:

   ¡Qué tema! El asunto es complejo, y complicado, Moreira. Algunas cositas. La inocencia amorosa, esa ofrenda de sí sin cuenta ni medida, casi milagrosa, que uno pierde con el primer –o los primeros desengaños–, y la tensión del ser con esa inocencia, ya ha sido objeto de numerosas literaturas, lo que es un buen indicativo de que trasciende a nuestro tiempo. Baste recordar algunos ejemplos; el más grafico de todos, la letra del tango “Uno”, que reza: “si yo pudiera como ayer, querer sin presentir”. O Machado, antes, “En el corazón tenía, la espina de una pasión; logré arrancármela un día: ya no siento el corazón”. Pero en estas épocas se ha visto potenciado ese proceso hasta ser traumático. Fíjese que desde comienzos del siglo XX, el psicoanálisis freudiano puso sobre la mesa la posibilidad cierta de ser feliz; como dice Sandino Nuñez, en una sociedad de medios, lo posible, rápidamente torna en un derecho y luego, en necesario y entonces, se instituyó la obligación tacita de ser feliz. La sociedad norteamericana asumió el paradigma como propio, asimilándolo con el “bienestar”. Y el amor, cayó en esa redada, forzosamente integrado a esa ecuación. El amor, que era entendido clásicamente como una pasión, como una experiencia superior, dadora de sentido, un fin en sí mismo que se padecía, es decir, simplemente nos ocurría, con una compleja estructura donde la dicha, pero también el más profundo pesar, eran parte. Ese amor como experiencia plena, como vivencia más allá de la dicha o desdicha, fue desvirtuado, y entonces, la perdida de esa inocencia no puede ser entendida como parte del amor, como uno de los elementos con los que se debe lidiar, sino como un intruso, un error, una traición de la sociedad que me prometía (y me imponía el deber de) el “no dolor”. Luego, el consumo asume la conducción del capitalismo, le quita cualquier contenido ideológico y lo transforma en una mecánica que no tiene ni busca sentido, y el amor poco a poco comienza a perderse en ese fenómeno. ¿Qué es el amor sino un conmovedor afán de comprender, interpretar al otro, de dotarnos y dotar al otro de sentido, de comunicar con desesperación? El amor como consumo no es nada, es un ritual social depredador (como todo consumo) que no sigue la estructura del deseo y el sentimiento, es ese “juntarse” por juntarse, como ud. dice (como el sexo, que ha pasado de la tensión del deseo, de la comunicación de dos cuerpos en una única búsqueda, a una mera técnica, gimnasia, de sexólogos o directores de pornografía). Suscribo totalmente su final y las palabras de Mateo sobre la necesidad de la individualidad. No hay que recuperar, en tal caso, la inocencia, sino al amor como la experiencia máxima, que da sentido a nuestra vida, que es la causa de la mayor felicidad y el mayor dolor, pero que siempre vale la pena. Entenderlo como una realidad concreta; uno no se enamora de un concepto, sino siempre de una persona concreta, cada experiencia amorosa es como la primera, inaugural, ya que cada persona nos genera sentimientos y sensaciones distintos imposibles de ceñir en una categoría; entender al amor como un cargo a ser llenado, como un concepto general, es un error. Como escribió Dolina: “–El amor –dijo el conde–. Sólo existe el amor. Las otras cosas nobles apenas sirven para dignificarlo. El amor es el que impulsa al artista a buscar los lenguajes que expresan la belleza. El amor impulsa al héroe a retemplarse en el riesgo. Y el amor es la respuesta al indagador de secretos, porque es la explicación de todos los misterios.”

   Augusto Moreira:

   Quisiera de ser posible resumir el contenido de muchas charla que hemos compartido, tanto con Diego como con Mateo al respecto de este tema o temas que creo le andan alrededor. Pero no puedo, así que me limito a algunos comentarios muy breves. En primer lugar me doy cuenta de haber errado al dilucidar la perdida de la inocencia. Creo ahora sin embargo, que lo que pierde uno en realidad es la valentía, para como decía Mateo, hacer algo con lo que hicieron de uno. Sin valentía o coraje es imposible buscar el amor como experiencia máxima, cómo experiencia que de sentido a la vida. Y quizá por eso nos estemos conformando con caricias que saben a rutinas. Recuerdo a propósito de este tema una canción de Ismael Serrano que decía "tras dedicarse al amor y su trabajo". Lo dice en relación a una pareja que no se ama, es decir que no busca la plenitud de su realización como ser individual en la trascendencia hacia otro ser individual igualmente completo sino que simplemente se acarician por costumbre. Lo terrible de la canción es que ambos desean acabar con la relación, ambos vislumbran la posibilidad de algo más elevado, más importante, más vital al fin y al cabo, pero sin embargo no se animan a perseguirlo. El tema termina con el miedo triunfando y dos vidas desperdiciadas. La primera vez que escuché esta canción, me emocionó su belleza, pero admito que hasta ahora no la había entendido plenamente, o a lo mejor sea que simplemente estoy haciendo una nueva lectura. Como sea, el caso es que veo cada vez más parejas de este estilo entre la gente que la vida me da la oportunidad de conocer. La vida a través del miedo. Creo que ese es el reto que debemos superar. ¿Qué nos aterra de una relación? Lo difícil del amor. El amor no acontece más que esporádicamente, es una flor hermosa pero de una extrema rareza, que requiere de incontables cuidados, y aún así, no lleva necesariamente a la felicidad. Pero no es la felicidad lo que debemos buscar en el amor, sino la trascendencia. Hace tiempo me dijeron que un orgasmo era la muerte. Y así es, cuando la experiencia profunda de la vinculación (que por nuestra humana condición es meramente temporal) culmina, cuando ya no somos dos seres individuales trascendiendo el uno en el otro (sea en el orgasmo o no), efectivamente el retornar a cierta soledad que la ausencia de ese otro ente completo nos ocasiona, es muy similar a la experiencia de la muerte. Así pues, ¿no es más fácil simplemente buscar algo más aburguesado y cómodo? Si, lo es, pero no vale la pena. Podemos vivir una vida entera con quien no amemos. Podemos tener familia y ser felices pero no será suficiente. El desafío entonces, es animarse a ser temerario, a apostarse la vida en la búsqueda de aquello que es real y digno. A lo mejor, es en esto que nos ayuda la inocencia de la juventud, pues no nos advierte de todos los peligros a los que nos enfrentamos. Pero ahora, veo que es incluso más loable y deseable, que nos enfrentemos a los peligros cuando ya los conocemos, cuando la apuesta vale algo, cuando tenemos algo que perder. ¡Pero ojo con quienes ganen! De ellos se podrá decir que están vivos.

   Diego Castro:

   Son buenas sus acotaciones. No hay dudas de que el miedo juega un papel no menor –baste observar el lugar que ocupa en cada instancia de nuestra sociedad–; sin embargo, como hemos hablado, no es el primero de los problemas. El primero es la realidad misma. No es cuestión de todos los días encontrarse con alguien que sea significativo para uno. Ni uno mismo estar preparado emocional e intelectualmente para semejante experiencia. Ahora, una vez que aparece, y que uno ha logrado al menos la mínima complejidad del espíritu para reconocerlo, hay que agotar toda posibilidad de que ese amor trascendental se concrete. Ese amor que, siendo un fin en sí mismo, da sentido a la existencia toda, nos hace sentir inmortales (o casi), nos libera del yugo del tiempo y es musa de todas las buenas obras; es decir, ese fuego existencial, muy superior a cualquier cosa, y que ni puede compararse con el amor como mero ritual social. Y creo que ahí, y no en el miedo, reside la apatía: en haber conocido ese fuego, y considerar a todo lo demás harto insuficiente. En preferir arder en ese fuego, correspondido o no, pero arder. Ese amor que resume Borges en “El amenazado”: “Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo”, para culminar con “El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo”. Y en efecto, como ud. dice, es no sin temor sino a despecho del temor, que debe buscarse y apostarse las fichas a ese amor significativo. Después de todo, no hay otra cosa: “A despecho de la duda, el auténtico enamorado persigue una estrella, que será su luz y su norte, que es el símbolo de su esperanza, única y ciega: que será, con el tiempo, su salvación o su perdición”. (Sí, me cité a mi mismo, por razones de comodidad).

   Mateo Dieste:

   Pregunto: ¿hay acaso un "amor trascendental"?

   Diego Castro:

   Corrijo. Debí decir trascendente, y no trascendental (que si equiparo ambos términos, seré eternamente acosado por el fantasma del viejo Immanuel Kant). Y trascendente usado como un deliberadamente vago –muy vago, cedo– sinónimo de “significativo”. Claro: si el concepto del amor es concreto y ceñido al devenir del objeto de deseo, será necesariamente inmanente y no trascendente (en sentido estricto, no como lo utilizaba en el comentario), abstracto, ni platónico.

   Augusto Moreira:

   Ahora pues, si entendí bien, y lo trascendental es aquello que permite llegar a lo trascendente. En tal caso la respuesta, a la que ya se me había adelantado Diego, es que sí, sí existe el amor trascendental. El amor puede ser trascendental. Cuando hablaba del orgasmo como la muerte por ejemplo, pensaba justamente en eso. Creo que el amor ayuda a trascender hacia la otra persona, y entre las personas, que cómo decía, son entes individuales y completos en si mismos, entre tales amantes, es que se trasciende la vida misma, se va más allá de la vida. Justamente, por eso el orgasmo sería una muerte, pues nos arranca de esa experiencia profundamente vital hacia una experiencia mundanal de sudor y jadeo.

   Mateo Dieste:

   Sí, lo del orgasmo es así, estoy de acuerdo. Otra: suponiendo que efectivamente exista este amor trascendental: ¿debo restringirlo únicamente a las relaciones personales que eventualmente pudiesen expresarse en la sexualidad? ¿O también es un amor que comprende mi relación con la naturaleza y el mundo animal? ¿La condición de posibilidad de una experiencia trascendental es indefectiblemente el otro?

   Diego Castro:

   Y, no creo que pudiere aplicarse esa trascendentalidad del amor sobre otros aspectos, y crear entorno a él toda una teoría del conocimiento. Para ello, habría que considerarlo un a priori, anterior a la experiencia, como en ciertos planteos operan las coordenadas espacio y tiempo, lo cual sería imposible, o improbable, para una emoción que no es una sensibilidad pura y necesaria, y más una calificada como “excepcional”. Creo que en la idea que expresaba Augusto, radica el concepto de otro conocimiento, otro nivel de conocimiento, calificado, casi de iluminación (medio zen todo esto…) al que se arriba a través del vehículo “amor” y que parte de su objeto también es el “amor”.

(A.M)

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