sábado, 22 de enero de 2011

(5) It’s the end of the world.

   Antes que nada, los pasados y por lo tanto, parciales o tentativos. Dioses arrepentidos o permeables a la suplica. Curiosamente, acaso todos –la mayoría– diluvios, lo que perfila a este método de destrucción como proverbialmente ineficaz. (Tome nota de esto el lector que esté planeando su propio Apocalipsis). De ellos, destaco dos: el del dios de judíos y cristianos, y el Helénico –el más famoso de ellos, ya que hubo varios–. Respecto del primero, que tiene como protagonistas a Noé, el arca y un seleccionado de especies, no haré más que una acotación, por ser demasiado conocida su historia. Moisés dividió el Mar Rojo, Jesucristo caminó sobre las aguas, ¿y qué milagro condigno de estos ofreció Dios a Noé en ocasión del diluvio? Lo mandó a ejercer la carpintería, a construir una embarcación de ingentes dimensiones con un serrucho y un martillo, y a reclutar animales.[1]
   El diluvio griego tiene algunos detalles interesantes. Parece que los Pelasgos habían decidido basar su alimentación en la antropofagia; para comprobarlo, Zeus los visitó disfrazado de viajero pobre. En honor a la hospitalidad, los hijos de Licaón le ofrecieron una sopa a base de vísceras de oveja, cabra, y de un tal Níctimo, sacrificado a esos efectos. Zeus lo advirtió y enfurecido, los convirtió a todos en lobos, revivió a Níctimo y partió hacia el Olimpo planeando un diluvio que acabaría con toda la raza humana. Prometeo, enterado de esto, le advirtió a su hijo Deucalión, rey de Ptía, que construyó un arca y la llenó de provisiones. Así, sobrevivió junto a su esposa Pirra a la inundación de nueve días. Cuando cedieron las aguas, y previo sacrificio en honor a Zeus, le suplicaron repoblar la Tierra. Temis, renegando del método que todos conocemos, les dijo: “¡Cubríos la cabeza y arrojad hacía atrás los huesos de vuestra madre!” Hijos de diferentes madres, interpretaron que se refería a la Madre Tierra[2]. Cumplieron, y las piedras que lanzaron, se convirtieron en hombres y mujeres. Paradójicamente, también hubo otros sobrevivientes; entre ellos, los parnasianos, que pronto volvieron, a despecho del mediocre genocida Zeus, a sus hábitos caníbales.
   Ahora, paso a los Apocalipsis prometidos, y como tales, aún con vocación de absolutos. Todos conocemos el Juicio Final cristiano, precedido por una ecuménica destrucción, que separará definitivamente a justos y pecadores. Fue pronosticado secularmente varias veces, especialmente en las primeras épocas de la Iglesia, ya que se entendía que el advenimiento de Cristo acercaría el final.         
   De única y mítica promisión, es el ocaso de los dioses, el Ragnarök de los Vikings. Comenzará cuando los hombres se alcen unos contra otros sin respetar los lazos de sangre, con un invierno que durará lo que tres. Luego, un lobo se tragará al sol, y otro, a la luna. Entonces, la Tierra se estremecerá y se liberarán las fuerzas del mal. El lobo Fénrir correrá con sus fauces abiertas: la mandíbula de abajo contra la tierra, la de arriba, sobre el cielo. Y las abriría más si hubiera más espacio. Escupe fuego por los ojos y el hocico. La serpiente gigante que rodea el Mídgard se agitará en el mar y vomitará veneno. Mientras, por esas aguas avanzará la nave Naglfar llevando la tropa infernal. Esa nave es construida con las uñas de los muertos, por eso los vikings, para demorar su consecución, las cortaban.
   Los dioses se aprestan a dar batalla. Odín, el príncipe de los ases, enfrenta a Fénrir; el lobo lo devora. Tor lucha contra la gran serpiente y la mata, pero el también cae por el veneno fatal. Loki y Héimdal se matan mutuamente. Luego llega Vidar, hijo de Odín, y venga a su padre: mata al lobo Fénrir pisando su mandíbula con un zapato, hecho de los retazos de los zapatos de los hombres. Finalmente, la Tierra es arrasada por el agua y el fuego.
   Pero la vida resurgirá de las cenizas. Sobrevivirá, escondida en un bosque, una pareja de humanos, Lif y Liftrásir, que, bajo la luz de la hija del sol –que sucederá a su ancestro–, repoblarán la Tierra. También sobrevivirán algunos dioses; Vidar y Vali entre ellos. Esos ases encontrarán tiradas en el césped, las piezas de ajedrez con las que jugaban sus antecesores.
   Estas historias no sólo tienen en común su carácter ilusorio (creer en ellas sería un acto de inocencia, o un acto de fe del cual, si excede la literatura, me siento plenamente incapaz), sino que son todas, en última instancia, especulaciones metafísicas. Parten de la dicotomía vida/ muerte (existencia/ no existencia), y no pretenden describir como el primer término de esa ecuación deviene en el segundo, sino explicar, razonar esos términos. Y ese, y no otro, es el fin mismo de estos relatos. Así, son historias en su forma más estricta, en tanto no son mero cúmulo de hechos sino una estructuración de hechos amalgamados por un sentido. Es el hombre tratando de hacer de la historia –que es su decurso en la Tierra–, pasada y futura, un relato ordenado y justificador. Ese sentido, ora moral, estético o intelectual, cifra un ansia de trascendencia, de “algo” más allá del fin, de perdurabilidad. Ese mismo sentido permite la poesía en estos relatos. Y es, a su vez, la diferencia con las historias actuales apocalípticas, como las del cine catástrofe o las admoniciones sobre el año 2012. En ellas solo existe el fenómeno destructor, el happening que acabará con todo, exactamente calculado por la ciencia y fuera de toda posibilidad de reflexión o crítica sobre él. No atañe al hombre como ser trascendente, nunca hay nada más después del Apocalipsis. Se lo sobrevive o no, y punto. Eso, el instinto de supervivencia –el de la mera maquina biológica–, el morbo de la autodestrucción y el morbo de ser testigos imparciales e impasibles de esa autodestrucción es lo único que pueden despertar. Puro derroche de histeria.
   En algún momento el mundo acabará y será torpe y visceral –como cada muerte– y de nada servirán estas historias. Pero ellas no fueron hechas para ese instante último, sino para la vida; discursos sobre la extinción, actos de rebelión ante ella, como lo son el amor, el pensamiento, el arte. En cualquier caso, mujeres y niños primero porque ahora, señores, esto se va a pique… it’s the end of the world.          
(D.C)

[1] Dirá el estudioso bíblico: “Por lo menos, no mandó una ballena a que se lo comiera, como en el caso de Jonás”. Y tendrá razón.
[2] Acaso pueda verse en esta interpretación, a los precursores del movimiento hippie.

2 comentarios:

Lara dijo...

Nos encanta ser parte de la histeria colectiva, no hay otra. Será que de otra manera no estamos logrando concretar algo colectivo... por lo menos con el mínimo esfuerzo.

Me gustó el artículo y la canción que eligieron, voy a seguir vichando el blog.

Saludos!

Nota al pie dijo...

Sí, hay toda una dimensión colectiva ahí, de contagio de la histeria y como hace al surgimiento de masas.
Gracias! Pasá por el blog cuando quieras que sos bienvenida. Saludos!

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