Aquel rey de los romanos
que Tarquino se llamaba
namoróse de Lucrecia,
la noble y casta romana,
y para dormir con ella
una gran traición pensaba.
Vase muy secretamente
a donde Lucrecia estaba;
cuando en su casa lo vido
como a rey lo aposentaba.
A hora de medianoche
Tarquino se levantaba.
Vase para su aposento,
a donde Lucrecia estaba,
a la cual halló durmiendo
de tal traición descuidada.
En llegando cerca de ella
desenvainó su espada
y a los pechos se la puso;
de esta manera le habla:
-Yo soy aquel rey Tarquino,
rey de Roma la nombrada,
el amor que yo te tengo
las entrañas me traspasa;
si cumples mi voluntad
serás rica y estimada,
si no, yo te mataré
con el cruel espada.
-Eso no haré yo, el rey,
sí la vida me costara,
que más la quiero perder
que no vivir deshonrada.
Como vido el rey Tarquino
que la muerte no bastaba,
acordó de otra traición,
con ella la amenazaba:
-Si no cumples mi deseo,
como yo te lo rogaba,
yo te mataré, Lucrecia,
con un negro de tu casa,
y desque muerto lo tenga
echarlo he en la tu cama;
yo diré por toda Roma
que ambos juntos os tomara.
Después que esto oyó Lucrecia
1 La historia es contada por Tito Livio. Luego tiene varias refundiciones, entre ellas un largo poema shakespeareano que recomiendo al lector por el dulce manejo del diálogo. Sobre la veracidad histórica de la anécdota no emito juicio alguno.
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