jueves, 7 de julio de 2011

(49) ¿Otra vez sopa?.


    Es dificil pensar un adjetivo más buscado por los narradores de historias, ya sean de best sellers, de películas, en fin, de todos aquellos argumentos que no sea el de original. Lo acompañan o incluso suplantan otros como: revolucionario, único, nunca antes visto o el más nuevo, y quizá terrorífico de todos: en 3D. Hay una necesidad constante de colocar la producción dentro del terreno de la novedad.
    No sabría dar con las causas exactas. Aunque sospecho que, al menos de cierta manera, el romanticismo, con su crítica y férrea oposición al neoclasicismo, es en efecto el culpable. Repasemos algunas ideas. Casi todo movimiento literario ha tendido siempre a oponerse a la línea de pensamiento dominante en ese momento. Claro está, esta oposición tiene su cuota de hipocresía. El romanticismo se declaraba libre de toda norma, pero esta afirmación hay que contextualizarla. La literatura neoclásica seguía algunos preceptos. Esto es un hecho. De ahí a la afirmación de que era literatura sin sentimiento, sin verdadera creatividad, rígida y frívola, que aplicaba un par de fórmulas como quien cocina una torta de chocolate o una sopa Knorr. Para llegar a tal afirmación, necesitamos por supuesto de los primeros escritores románticos. Cabe mencionar que en parte esta afirmación es cierta. Los neoclásicos miraban a la antiguedad greco-latina con gran admiración, pero también, con muchísima inocencia. Estudiaban latín y en algunos casos hasta estudiaban griego, leían a Aristóteles, a Horacio, a Quintiliano, es decir, a los que consideraban grandes preceptistas. Pero leían también a los autores, es decir, a Homero, a Ovidio, a Virgilio, etc. Esto terminaba por convertirse en el problema que los románticos tanto criticaban: con tanta matraca sobre los mismos temas realmente se prestaban para la crítica y para la pregunta: "¿Otra vez sopa?".
    Ya el satírico latino Juvenal se quejaba de estar hastíado de escuchar siempre los mismos temas repetidos. Lo que es más, es así que abre su primer libro de sátiras:

"¿Siempre seré yo solo un oyente? ¿Nunca voy yo a desquitarme después de haberme machacado tantas veces con su Teseida el enronquecido Cordo?. ¿Impunemente me habrá recitado el uno sus togatas, el otro sus elegías?..."1

Y concluye poco después:

"Debes esperar lo mismo del poeta más eximio y del más insignificante".

    Esta misma situación de hastío ante temas trilladísimos, pues la tradición clásica preceptuaba que solo ciertos temas eran dignos de ser narrados, es aquella con la que se encontraron los románticos.
A muy grosso modo, se puede decir que las dos concepciones del escritor que fluctuan en todas las épocas son las del escritor como creador o como imitador. Aristóteles y con él toda la tradición clásica dictaminaban que la actividad del escritor es la imitación (mímesis) de la naturaleza2. Los románticos, a fin de oponerse, se alineaban con la tendencia opuesta, la del escritor como creador. Así pues, tendieron a ver en todo lo neoclásico una mera imitación de los modelos clásicos, imitación que condenaron ferozmente. Así pues, asociaron imitación con falta de originalidad. No repararon en que muchos de los más grandes escritores, algunos de los cuales admiraban muchísimo, eran también grandes imitadores. En efecto, nadie puede negarle su toque de genio a Homero, a Virgilio, a Dante, a Shakespeare, especialmente a Shakespeare. Casi todas sus historias son tomadas de una bolsa común a todos los escritores que le fueron contemporáneos: el folklore y la historia. Y sin embargo son sus obras las que recordamos. Al pobre Marlowe nadie lo conoce. Quizá sea lo más curioso que fueron los alemanes del sturm und drang, un movimiento que algunos califican ya de romántico, otros como pre-romanticista quienes revalorizaron a Shakespeare. Pero había un algo en común entre ese intrincado y complejo desarrollo de la personalidad en sus personajes y esa obsesión romántica con el mundo interno del romántico.
    Así pues, fue que oponiendose a los escritores mediocres del neoclasicismo fue que los románticos enarbolaron la bandera de la originalidad. Digo aquí a los mediocres, porque solo estos imitaban sin crear. Quien crea verdaderamente que emular no es crear, está en un verdadero error. No hablamos aquí de copiar o calcar, si no de emular, tener como modelo y utilizar como medio y no fin en si mismo los procedimientos retóricos y poéticos de la época. Eso es lo que hacían los verdaderamente grandes escritores del neoclasicismo. Y es lo que habrían de hacer también los grandes del romanticismo.
No crea nadie que no conocían los románticos de preceptos. Después de todo siguieron usando la métrica. Experimentaron con ella, algo que solo puede hacere teniendo un profundo dominio de ella. E incluso tenemos la confesión explicita de muchos ellos, eso sí, cifrada dentro de su estética y estilo. Pienso por ejemplo en la primer rima de Gustavo Adolfo Becquer:

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh hermosa!
Si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.

    Se trata en efecto de un poema programático, que presenta la estética, los lugares comunes, las aspiraciones y el estilo del escritor, e incluso, una suerte de defensa del género, algo que ya habían hecho muchos escritores clásicos (pienso ahora en Juvenal, en Marcial pero incluso en el mismo Horacio). Los grandes escritores podrán haberse enfrentado a escuelas literarias antecesoras, pero nuna lo hicieron ingenuamente. Los ingenuos fueron otros. Fueron los neoclásicos que calcaban modelos sin ton ni son. Los románticos, que oponiendose a los neoclásicos, terminaron calcando a verdaderos creadores. Y no me crean, veanlo ustedes mismos. No hay peor poema que aquellos románticos mediocres, miserables imitadores de los grandes, que copian incesamente los lugares más trillados. Léase, a modo de ejemplo, la prensa uruguaya de 1835 en adelante. Encontrará uno interminables menciones a cementerios por la noche, tétricas nubes, los adjetivos creados a partir de colores, porque Dios libre que el cielo fuera azul y no azulado, no, de ninguna manera.
  Así pues, aquel crimen sacrílego que le imputaban a los neoclásicos, termino por engendrar un hijo bastardo. Si los románticos buscaron la originalidad, y reclamaron para si nuevos temas que escaparan a los de la preceptista neoclásica, si pusieron su mirada en lo exótico y se volvieron por ello grandes innovadores. Asi también fueron los padres de un gran mal. Al no confesar explicitamente su normas, al mostrarse con la máscara poética del creador que no se atiene a norma alguna, legaron la idea de que todo aquello que no sea original (en tal sentido de la palabra) no debe ser considerado. Y he aquí, que en plenas vacaciones de invierno, la tropilla de películas para pasar el rato viene a anunciarse como originales o innovadoras, o peor aún, en 3D. Claro está, no reparan en cuantos antes que ellos han proclamado su originalidad y en lo poco innovador que es el hacerlo. Después de todo, ya reclamar la novedad como excusa para comenzar una obra era un tópico de la retórica, el conocidísimo "vengo a ofrecer cosas nunca antes dichas"3. Y así como está la cosa, ¿otra vez sopa?4.

(A.M)

1  La togatas eran comedias con ambientación tipicamente romana en contraposición a las paliata en la que la ambientanción era más bien griega. Sus nombres vienen del palium y toga las vestimentas de griegos y romanos respectivamente. La Teseida se trata de un ejemplo de poesía épica. La cita sigue y ennumera los demás géneros con que la sociedad del siglo I d.C aturdía a Juvenal. Nacido y educado en el clasicismo, no tuvo ningún problema para componer sus sátiras, género que no estaba avalado por ningun preceptista y convirtiéndose así en claro ejemplo de que no es la época sino uno mismo quien decide si va a escribir bien o mal.
2    Recomiendo al lector el libro de Erich Auerbach “Mímesis”. En él se recorre la historia de la literatura occidental a partir de esta dicotomía imitación/creación. Un dato casi folcklórico del libro es que fue escrito en el exilio, por lo que este buen hombre no contaba con acceso a la biblioteca, lo que no le impidió citar largos fragmentos de cada obra que nombra. Y encima en su idioma original. Quizá es verdad que la televisión y la informática nos están atrofiando la capocha. Al menos la memoria.
3     Hay un muy ameno e instructivo libro “Literatura europea y Edad Media Latina” de R. E. Curtius que trata a fondo y con numerosos ejemplos los tópicos retóricos y las metáforas comunes. Lo más interesante, sin embargo, es poder concluir que en definitiva, muchos de los elementos que se han imitado, si fueron novedad en algún momento, o al menos así lo parece.
4   El lector sagaz se quejará de que entonces, está explicación y esta queja son también absolutamente carentes de originalidad. Si es así, entonces me sentiré satisfecho. Además, debe entender el lector que las exigencias de publicar periodicamente en un blog son notables, especialmente cuando uno es un haragán notabilisimo y un bueno para nada aún mejor. No se extrañen si en cualquier momento los directivos del mismo no nos envían a psicoterapia. Entiendase, claro está, si no nos mandan de una patada a la calle y nos cambian por simpáticos monitos que no solo no se quejan, si no que además hacen trucos y piruetas para diversión de grandes y pequeños.   

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