Tras el último 19 de junio, son 247 los años que nos separan del natalicio de José Artigas. Protagonista significativo del proceso revolucionario americano, pieza elaborada y reelaborada por el relato histórico, objeto de disímiles apropiaciones por los sectores sociales, y finalmente, estandarte unánime del culto a la nacionalidad oriental de nuestros decretados días bicentenarios, la figura de Artigas ha recorrido un largo camino. No es mi intención agregar nuevos matices a las visiones históricas sobre el prócer –en las que ha sido prodiga nuestra academia– sino tentar algunas reflexiones que escapen al lugar común del “artiguismo” –instancia acaso no tan visitada por los autores–.
Frase cuya falsedad sólo puede ser comparada con su insistencia, es aquella que signa que la historia es escrita por los vencedores. Sólo cuando aún persiste el hedor a muerte en los campos de batalla, mientras los derrotados sobrevivientes huyen al exilio, es que puede haber algo de verdad en ella. Fue en esos momentos, en que comenzó a acuñarse la infame leyenda negra de Artigas. Déspota, sanguinario degollador, antecedente en la orilla oriental de aquel otro bárbaro, otro federal, Juan Manuel de Rosas. Inaccesible e inimaginable para nosotros, educados bajo la hégira del “clemencia para los vencidos, curad a los heridos”. Natural y evidente para sus autores, los enemigos de Artigas y sus ideas: los unitarios.
Pero si los hechos son firmes, y unos e inamovibles, no así su interpretación y el relato que de ellos se haga: la historia –que acaso linda sospechosa e insospechadamente con la literatura– se revisa a sí misma, constantemente. Así, a fines del siglo XIX, en la etapa militarista –que paradojalmente promovió la reforma educativa que fue base del Uruguay moderno– y con la emergencia de nuevas figuras intelectuales que no habían sido protagonistas (léase, que no habían tenido intereses directos) en las luchas (e)mancipadoras, la leyenda negra dará lugar al culto de Artigas. No sólo la presencia de una nueva generación que pudiera dar una versión más libre y desprejuiciada de Artigas determinó el cambio, sino también una necesidad: la del héroe nacional. Resulta que todo Estado nación necesita símbolos y mitos que aglutinen a la población, que la liguen a lo real/concreto: el territorio, la estructura de poder, etc. En definitiva, un acto de fe, el dogma nacional. Ni la República está libre de requerir estas expresiones. Recordemos la República Romana, y su vínculo con lo sacro; la primera república francesa, tras la revolución, que no sólo se valió de una bandera, un ejercito y un himno, sino que además erigió literalmente un altar de la racionalidad con Voltaire, Rousseau y otras mentes lucidas, para suplir al catolicismo. Artigas carecía de una relación comprometedora con alguna de la divisas partidarias de la época, y la relectura de su papel en el proceso libertario lo hacía el personaje ideal para el altar patrio. La educación, y obras como la pintura “Artigas en la ciudadela” de Blanes y la “Epopeya de Artigas” de Zorrilla de San Martín, se encargaron de ello. El corolario de este proceso se dio con la inauguración, en 1923, del monumento al prócer José G. Artigas de la Plaza de la Independencia.
Artigas en la ciudadela. Cuadro de Juan Manuel Blanes. |
Ya con el héroe instalado en su pedestal nacional, facciones políticas, y aún militares, echaron luz en uno u otro aspecto de él para hacerlo funcional a sus propias proclamas. Baladí es aclarar que algunos con más acierto que otros. El Movimiento de Liberación Nacional en el carácter revolucionario –no en vano se autodenominaron “tupamaros”, que era la denominación que los españoles dieron a los revolucionarios americanos, entre ellos Artigas, en alusión a un rebelde preeliminar: el indio Tupaq Amaru– y el afán igualitario visto en documentos como el Reglamento de tierras. La dictadura militar que transcurrió desde 1973 a 1985, con sesgo sustantivo, lo valoró como líder castrense y padre de la patria: un Artigas hueco de ideas, tan hueco como el mausoleo que para encerrarlo construyeron, y en el que debieron resignarse a inscribir fechas y batallas, y no frases, ya que al estudiar los documentos del pensamiento artiguista se les reveló con incómodamente subversivo. El Frente Amplio, en su fundación, marcó la referencia de Artigas como figura republicana, igualitaria y americanista; los partidos tradicionales también lo habían reivindicado, cada uno a su manera.
La potencia simbólica del mito de Artigas, permite estas variadas interpretaciones. Su papel de “príncipe rector” inocuo, aparentemente no relacionado con facción o ideología alguna de la patria, sino con la idea de patria misma, como la imagen en la pintura de Blanes, determina que se lo pueda identificar con variadas ideologías porque no está expresamente, a priori, ligado a ninguna.[1] A su vez, esa potencia se desarrolla en base a un elemento inopinado: el carácter romántico del mito de Artigas. Claro que no aludo con esto al concepto vulgar y lo hago a Artigas centro de las intrigas amorosas de su época; es romántico, en tanto el movimiento intelectual/literario del siglo XIX. Es romántico, porque cumple cabalmente con una de sus premisas: la derrota, el fracaso. Artigas abogó por un Banda Oriental independiente de las potencias extranjeras e integrada en pie de igualdad, en clave federal, a las demás Provincias Unidas: no pudo. Artigas buscó un reparto equitativo de la tierra, una redistribución con criterios de justicia, en que los más infelices fueran los más privilegiados: no pudo. Pero estos fracasos no fueron el fracaso de sus proyectos, sino que fueron hijos de su derrota militar, la que, por cierto, era inevitable considerando a quienes se enfrentaba y las traiciones varias que sufrió. Ni su proyecto republicano y federal, ni su reglamento de tierras, tuvieron tiempo para desarrollarse: fueron arrancados de raíz. Esto hace que las ideas de Artigas, y la figura de Artigas misma, no deban lidiar con ese engorroso problema llamado realidad. Son todo potencia aún, todo posibilidad y tentativa. El recuerdo de Artigas no está sometido a un análisis de sus resultados; no hay un investigador que pueda decir que “el reparto de tierras no fue eficaz”, “la federación tenía serías carencias organizativas” o cosas por el estilo. La idea no choca con la realidad, y esa falta de fricción, la deja pura y facilita su ascenso a gran ideal o principio. Sopesémoslo con algún otro personaje histórico, por ej. Abraham Lincoln, el presidente de los Estados Unidos de América que abolió la esclavitud en su país. Es incuestionable el valor de esa idea: la libertad humana. Sin embargo, su trato con la realidad, la empaña de otros conceptos: un rápido análisis económico indica que era más redituable para el norte industrial pagar un salario a un obrero que mantener un esclavo. Asimismo, en los hechos la mera emancipación, sin resarcimiento, lleva a que los otrora esclavos se transformen inmediatamente en mano de obra barata y la clase más pobre de la sociedad, ya que sin bien alguno tienen que salir a ganarse el pan como fuere. Otro ejemplo, este clásico: las ideas de Karl Marx suelen cuestionarse a partir del fracaso del proyecto comunista soviético, que fue sólo un proyecto posible, y no en función de las virtudes o defectos que esas ideas en sí encarnan.[2]
Ese carácter romántico, de héroe caído, de personaje (ergo, con virtudes y defectos), de victima, es en parte el de las líneas, no sin humor: “¡Se emborrachó! Porque la guerra perdió. ¡Se emborrachó! Porque alguien lo traicionó. ¡Se emborrachó y la patria se lo agradeció!” de la tan mal juzgada canción de El cuarteto de nos, “El día que Artigas se emborrachó”.[3]
Pero esto no es lo más curioso del mito de Artigas. Lo es la relación que tiene la República –me refiero a la República Oriental del Uruguay, no al diario–, que fue quien instituyó el mito, con Artigas. Lo reconoce como el padre de la patria, el prócer máximo de la gesta libertadora: la raíz de nuestra nacionalidad, germen de toda tradición. Ahora, a la luz de esta declaración de paternidad, debemos insistir, ya lo dijimos al hablar de su fracaso, que Artigas nunca pretendió a la Banda Oriental como una República unitaria independiente, sino como una provincia integrada en la estructura federal de lo que hoy conocemos como la Argentina. Podrá objetarse que fue el mismo Artigas quien comenzó a forjar las diferencias y la identidad propia del pueblo oriental con sus enfrentamientos con el poder centran de Buenos Aires, y será cierto. Sin embargo, esas diferencias no atentaban contra el federalismo, sino que lo expresaban; en efecto, las libertades de un sistema federal se justifican como la admisión y el permiso de la diversidad en la unidad. A su vez, Artigas fue acaso el único libertador con un proyecto social, que se expresó en su Reglamento de tierras. Nadie que lo haya leído podrá aseverar que en algún momento el Estado nacional llevó adelante al menos un par de artículos de ese documento o siquiera se guió por el espíritu de ese reglamento. Estos datos nos permiten entender más fácilmente el nacimiento de la mentada leyenda negra de Artigas: este país no se creó como una consecuencia –dígale hijo, nieto, como quiera– del ideario y el accionar artiguista, sino de espaldas al proyecto artiguista, tras la muerte de ese proyecto, sobre sus ruinas. Y entonces, no es difícil creer que no se lo tuviera en la más alta estima. Luego, como hemos visto, cambió el discurso sobre Artigas, y de la diatriba se pasó al ditirambo, pero lo que no cambió, lo que no se adaptó a los principios artiguistas, fue la República.
Así, por un mero acto de lenguaje, una transformación del discurso, un preformativo, mudamos no sólo nuestra historia, sino mágicamente nuestra identidad de antiartiguistas a artiguistas fervorosos. Y nos declaramos hijos de un padre que no era tal y que nunca se hubiera reconocido, nunca se reconoció, como tal, y nos presentamos como herederos de su más esplendido legado. Allí estaba nuestra identidad, y con ella, una de sus grandes problemáticas: el determinismo. Las discusiones sobre la identidad no sólo suelen ser una tacita confesión de falta de identidad sino, más grave aún, pueden llegar a un resultado y este siempre será: soy lo que soy, y no otra cosa. Esta frase es aterradora en tanto suena inamovible, estática, signada por el destino: no importa lo que pase, seguiré siendo como soy. Si soy bueno, no importe que actúe mal, porque soy bueno. Si soy malo, nada cambiará eso. El concepto de identidad es muy afín a la ética protestante: cada hombre ya está salvado o condenado a través de su fe, o su falta de fe, en Cristo, y ningún acto puede cambiarlo. La identidad suele desterrar a conceptos más tentadores, tales como la potencialidad (lo que podemos ser) y la mutabilidad. Por eso, preferible es una ética de actos; el hombre que se forja constantemente con su discurso y sus obras. Kafka dijo que un escritor que no escribe es un absurdo que promueve la locura; el absurdo, claro está, radica en que ya no es un escritor; un escritor se define por el acto de escribir.
De esta manera, instituimos a Artigas en nuestro pasado, y a nuestra identidad como una proyección de la suya. Y así creímos ser libertarios, republicanos, igualitarios, etc. Y acaso lo éramos, o acaso no. Pero al ser nuestra identidad, lo que éramos indefectiblemente, no nos motivaba, no nos obligaba a actuar como tales. Si soy un Estado de la libertad, puedo hacer una ley como la de vagancia, que limita la circulación de quien no justifique su presencia en un lugar, durante la dictadura de Terra, y en términos deterministas, seguir siendo defensor de la libertad. Obturó la posibilidad de cuestionarnos, de elaborar una critica diaria de nuestro hacer. Era el mito perfecto, que nos permitía un ser complaciente, y un hacer incoherente con esas virtudes que nos achacábamos.
En estos días en los que se celebra un bicentenario que no es, bien podría aprovecharse para reflotar los conceptos más ricos del ideario artiguista, extraerlos de la comodidad del pasado y el relato oficial de la historia. Pensarlos, resignificarlos para nuestro tiempo, y si son deseables y dignos de ser seguidos, instituirlos, no como nuestro ayer y nuestra identidad, sino como nuestro proyecto a seguir, nuestra potencialidad, nuestra utopía de mañana.
(D.C)
[1] Estimo que esto acaece en el imaginario popular, pero que es naturalmente falso. Hay conceptos ideológicos, muy fuertes, muy claros, en Artigas y sin los cuales es inconcebible, tales como república, federalismo, igualdad.
[2] Habrá que decir que los muros no tiran ideas, y que las ideas se comparan o refutan con ideas y ya.
[3] La canción tenía fines artísticos, antes que nada, y en tal caso, era una respuesta mundana a la apoteosis de Artigas, que lo había transformado en un héroe sin rasgos humanos, inaccesible e inconmensurable de bronce. Ante el escándalo de la clase política, fue prohibida la venta del disco que la contenía, “El tren bala”, a menores de edad. Consecuentemente, no podía irradiarse en horario de protección al menor. Una censura decididamente artiguista por parte de esos grandes libertarios que representaban con todo celo al pueblo oriental… Eh… en fin…
3 comentarios:
Excelente! Hace años q vengo insistiendo con este asunto pero mi pluma no es tan afinada!
Sólo una duda... la ley de vagancia es de la dictadura de Terra o de la de Latorre, porque, en esta acomodoción mítica de los hechos históricos digamos que se me hace perdonable al general decimonónico... -aún no había florecido el batllismo civilizador-... pero ya en la de Latorre se me vuelve más difícil de asimilar.
Mabel
Muchísimas gracias, Mabel! Bienvenida al blog! Sí, sé que suena como una medida, esa ley, más acorde, más entendible a simple vista, si se la imputamos a Latorre. Sin embargo, es aún peor. Ni siquiera es de Terra, sino de unos poquitos años más tarde, del gobierno de Baldomir, que dio el llamado “golpe bueno” para reformar la constitución y así lograr levantar las proscripciones que recaían sobre el Batllismo y el sector independiente (no herrerista) del Partido Nacional impuestas por Terra. De todas maneras, bien se explica a través de Terra. Cuando la propuesta de Batlle y Ordoñez de instaurar un ejecutivo colegiado en el gobierno de nuestro país, comenzó a fortalecerse, en oposición a esa idea, el polo conservador (no batllista) del Partido Colorado: el riberismo. Y lamentablemente, tuvo éxito en frenar el afán progresista de Batlle, como lo vemos en declaraciones como el “alto de Viera”. Terra sin dudas que no era, en absoluto, del agrado de Pepe Batlle, pero Batlle ya había muerto para cuando Terra fue candidato, así que no tuvo tiempo de pugnar contra él. Luego, cuando da el golpe, Terra manda a apresar a los lideres batllistas (como te contaba, proscribió al batllismo) y ahí es cuando van a buscar a Baltasar Brum, hombre cercano a Batlle y fiel a su ideología, y Brum se suicida en la puerta de su casa de un tiro en el corazón. Además, Terra, conservador, se nutrió, como tantos, de una ideología muy de moda por esos años ’30: el fascismo. No en vano nuestro Código Penal, que fue aprobado durante su gobierno, está inspirado en el Código de la Italia fascista. Con todo esto en cuenta, uno puede entender a la ley de vagancia como uno de esos golpes/frenos, de los conservadores contra, como bien nombras, el battlismo civilizador.
No se coman el paquete del blancos, colorados y militares, Artigas fue un caudillo q hablaba de Federación cuando gobernó x la fuerza de las armas de manera despótica y unitaria, sin respetar a nadie la provincia oriental,sometiendola a sus caprichos y a su prepotencia, incapaz de apostar al diálogo y sin ninguna habilidad diplomática, teniendo como única autoridad la q manaba de su propia voluntad, caprichoso y muy limitado militarmente, no es al pedo q hoy seamos un paisucho de cuarta,xq su provincia después de la invasión q el se buscó y tempranamente había sido advertido ya nunca más pudo volver a su seno patrio q eran las provincias unidas,quedando para siempre desgajada del resto.el artigas q te enseñaron en la escuela es una mentira y no era otra cosa mas q un vil déspota, revoltoso traidor a la patria, un tirano y x si poco fuera, desertor xq ni siquiera fue capaz de morir x su bandera, abandonó todo y se salvó solo,cagón
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